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Ateísmo preocupado
5 comentarios“Ateísmo preocupado” es una expresión utilizada por Karl Rahner, uno de los grandes teólogos del pasado siglo XX. Rahner buscaba distinguir un ateísmo teórico y práctico que, ingenua y superficialmente, afirmaba saber que Dios no existe y que, en su opinión (¡hace 50 años que lo escribió!) estaba ya superado, de otro ateísmo, el “preocupado”, que él identificaba con el estremecimiento que se siente ante la ausencia de Dios en el mundo, el sentimiento de no poder tener una vivencia real de lo divino, la consternación ante el silencio de Dios, ante su permanencia en su propia inaccesibilidad, ante la objetividad descarnada de las leyes del mundo incluso cuando ya no se trata de la naturaleza, sino del hombre. Muchos creen que deben interpretar esta experiencia como atea.
Aunque no estemos de acuerdo con esta interpretación, los creyentes debemos reconocer ahí una experiencia auténtica. Se trata de la experiencia de un Dios que queda fuera de la imagen del mundo. Dios no es una “pieza” más del mecanismo de este mundo, ni siquiera la más elevada o la más profunda. Es otra cosa. No hay experiencia mundana que pueda describirlo totalmente. Tampoco lo encontramos directamente en los acontecimientos de este mundo. Para los acontecimientos del curso “normal” del mundo siempre puede descubrirse una causa que no es Dios. Esta experiencia expresa algo que ya decía Santo Tomás de Aquino: en el ámbito natural de la realidad Dios lo realiza todo a través de causas distintas de Él mismo.
Como creyentes no podemos negar la realidad de algunas experiencias, como la de la “ausencia” o del “silencio” de Dios. Lo que debemos hacer es interpretarlas desde la fe. Pero para interpretarlas, primero tenemos que reconocerlas en su autenticidad. Este reconocimiento permite el diálogo con los no creyentes y tender puentes entre la fe, la ciencia y la cultura. Un poco de sobriedad cuando hablamos de Dios nos vendría muy bien a todos, a los que creemos en él porque así no lo confundiríamos con nuestras efusiones sentimentales; y a los que no creen en él porque así verían en nosotros, los creyentes, a gente capaz de comprender sus problemas, porque, en el fondo, sus problemas son también los nuestros y su experiencia de un Dios “ausente” es también la nuestra.