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Asunción de María: en Dios hay un lugar para el cuerpo
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La fiesta de la Asunción de María es un día de alegría. María fue elevada al cielo en cuerpo y alma: en Dios hay un lugar para el cuerpo. En el cielo tenemos una Madre: el cielo tiene un corazón.
Al hablar de la Asunción de María, estamos también hablando de nosotros: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría, nos indica con claridad que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa. Y estamos llamados a entrar en esta Casa divina con toda nuestra realidad, con todo nuestro ser, en cuerpo y alma, porque Dios conoce y ama toda nuestra realidad humana, todo lo que somos, tal como proclamamos en el Credo: “espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Dios no nos abandona ni siquiera en la muerte; nos tiene reservado un lugar en el cielo y nos da la eternidad; en Dios hay un lugar para nosotros. Mirando el destino de gloria de María, estamos llamados a mirar lo que el Señor quiere también para nosotros.
El cristianismo no anuncia solo una salvación del alma en un impreciso más allá, sino que promete la vida eterna, “la vida del mundo futuro”. Nada de lo que para nosotros es valioso y querido se corromperá, sino que encontrará plenitud en Dios. Esta promesa implica una tarea: como cristianos estamos llamados a anticipar y edificar ya este mundo nuevo, a trabajar para que esta tierra en la que habitamos ahora se convierta cada día en un mundo de Dios. Solo viviendo evangélicamente resulta posible esperar las promesas divinas. María nos señala no solo la meta del cristiano, sino también el camino que conduce a la meta, expresado sintéticamente en estas palabras que ella dirige a los sirvientes de una boda en Caná de Galilea: “haced lo que Jesús os diga”, palabras que deben ser la norma de nuestra vida en este mundo para así poder vivir con esperanza.
Seguimos en el año jubilar de la esperanza. Mirando a la Virgen comprendemos que nuestra vida de cada día, aunque marcada por pruebas y dificultades, corre como un río hacia el océano divino. Los cristianos, ante el triste espectáculo de angustia y dolor que se difunde por el mundo, debemos ser signo de esperanza y de consuelo, y anunciar con nuestra vida que el mal no tiene futuro. Solo tienen futuro la verdad, la justicia, el bien y el amor. Vivimos en tiempos grises. Necesitamos tiempos azules, pues el azul es el color del cielo hacia el que sube María.
María, desde el cielo, nos acompaña y estimula en nuestra tarea, pues estando en el cielo, sigue estando muy cerca de cada uno de nosotros, precisamente porque está con Dios y en Dios. Cuando estaba en la tierra solo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún que está dentro de nosotros gracias al Espíritu santo, María participa de esta cercanía de Dios. Porque está cerca de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones y ayudarnos con su bondad materna. Ella nos escucha siempre.