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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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17
Abr
2025
Dios abraza a los verdugos de Jesús
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Cruzabraza

El himno de la liturgia de las horas, titulado: “¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!”, termina con este verso: “Tú, solo entre los árboles, crecido, / para tender a Cristo en tu regazo; / tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo, / de Dios con los verdugos del Ungido.

Resulta cuando menos llamativo que el himno diga que la cruz en la que Cristo fue clavado es, ni más ni menos, que “el abrazo de Dios con los verdugos del Ungido”, o sea, de su Hijo. Jesús, en la cruz, por tanto, lejos de condenar a sus enemigos, les abraza. El abrazo es uno de los mejores signos del amor; el abrazo es acogida, es perdón, es unión. Jesús crucificado ama a quienes le crucifican y este amor revela el amor de Dios hacia todos los seres humanos, incluso hacia quienes se diría, según nuestros juicios humanos, que menos se lo merecen. Dios rompe todos los esquemas.

El evangelista Lucas deja claro que en la cruz en la que Cristo es martirizado hay un desbordamiento de amor. En el momento de morir Jesús responde al odio con amor (Ef 2,16: “dio en sí mismo muerte al odio”), ama a sus enemigos, hasta el punto de que no solo les perdona, sino que les justifica, ofrece una buena razón al Padre para que les perdone, manifestando la fuerza y el poder de un amor capaz de justificar a sus enemigos: “perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Se diría que Jesús se convierte en el abogado defensor de los que lo asesinan.

San Gregorio Magno dice que Jesús “fue el único entre todos los hombres que pudo presentar a Dios súplicas inocentes, porque hasta en medio de los dolores de la pasión rogó por sus perseguidores… ¿Qué es lo que puede decirse o pensarse de más puro en una oración que alcanzar la misericordia para aquellos mismos de los que se está recibiendo el dolor?”. Gregorio llega a decir que esta sangre es “la demanda de justicia de nuestro Redentor”, una justicia que se manifiesta en forma de perdón, y citando un texto de la carta a los Hebreos que dice que la sangre de Jesús habla mejor que la de Abel, escribe: “De la sangre de Abel se había dicho: La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra. Pero la sangre de Jesús es más elocuente que la de Abel, porque la sangre de Abel pedía la muerte de su hermano fratricida, mientras que la sangre del Señor imploró la vida para sus perseguidores”.

¡No hay adjetivos que puedan describir un amor como el de Jesús! Es imposible amar más. Solo en un amor como este puede estar la salvación del mundo. Se trata de un amor incondicional, un amor a pesar de todos los pesares. En la muerte de Jesús está la fuerza que vence al mundo y el pecado del mundo (cf. 1 Jn 2,2). De ahí que bien puede decirse que Jesús derrama su sangre en la cruz para el perdón de todos los pecados: “en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres” (2 Cor 5,19).

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13
Abr
2025
Poncio Pilato tiene poder, el de la muerte
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PoncioPilato2025

Según el contexto en el que se use el término poder, puede tener distintos sentidos, que van desde lo mejor (poder del amor) a lo peor (poder que oprime y abusa). Pero en general, cuando empleamos este término solemos referirnos, sino a sus aspectos más negativos, sí al menos a los aspectos que implican fuerza, que se emplea para realizar algo o para oponerse a algo o a alguien. Esta connotación negativa es la que suele aplicarse a las relaciones entre los humanos basadas en el poder: el más fuerte, en sentido físico, moral, político o religioso, impone a los otros sus ideas, sus pretensiones, sus deseos.

Los contemporáneos de Jesús se sorprendieron porque “hablaba con autoridad”. Y comparaban este hablar con autoridad a la manera como lo hacían los escribas. Los escribas eran los maestros de la Escritura, habían estudiado en las sinagogas y tenían lo que hoy llamaríamos titulación para enseñar. Eran considerados “maestros de la ley” y tenían un papel crucial en las sinagogas dónde exponían y explicaban las Escrituras. Jesús les criticaba porque, en el fondo, no eran coherentes con sus enseñanzas: imponían pesadas cargas a la gente, que ellos eran incapaces de llevar. Jesús, por el contrario, era coherente con lo que enseñaba. Si decía que había que amar al enemigo, en la cruz manifestó el supremo amor a sus enemigos al pedir al Padre del cielo que les perdonase.

El poder (o “no poder”) de Jesús resalta cuando lo comparamos con el del cruel gobernador romano Poncio Pilato que, como él mismo confiesa, tiene poder para mantener a alguien en vida o para matarlo. Poder de vida y de muerte. Cuando Jesús comparece ante el tribunal de Poncio Pilato, éste le pregunta si es rey, o sea, si tiene poder. Jesús le responde que, si tuviera un poder como el suyo, su gente habría combatido y habría impedido que los judíos le prendieran. En realidad, Jesús no tiene ningún poder. Más bien se muestra crítico con el poder de este mundo, porque los poderes de este mundo oprimen y someten. Y él siempre respeta la libertad y su modo de convencer es mediante el poder del amor. Jesús tiene autoridad, la autoridad del que arrastra y convence. Pilato tiene poder, el poder que oprime y maltrata. El poder indeseable.

Resulta bastante irónico que, en el Credo, en la síntesis más acabada y fundamental de la fe cristiana, aparezca un personaje tan cruel e indeseable como Poncio Pilato, y que se diga de él que tenía “poder” para matar. Esto indica que la persona de Jesús, que no tenía ningún poder para escapar del poder del tirano, era una instancia crítica con este modo de ejercer el poder. El poder del tirano, a pesar de sus pretensiones, era muy limitado, en realidad era un poder nulo, sólo capaz de dar muerte, pero incapaz de dar vida. Dios, el que tiene el todo poder de la vida, y el que nunca abandonaba a Jesús, al resucitarlo de la muerte, anuló totalmente el poder de Pilato y lo redujo a la nada más absoluta.

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10
Abr
2025
Ansia de poder o deseo de servir
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poderservir

Servir es una forma de amar, una de las mejores manifestaciones de lo que es amar. Servir es cuidar al otro, estar atento a sus necesidades. Y hacerlo, no esperando una paga por los servicios prestados, sino gratuitamente, sin esperar nada a cambio. Amando así reflejamos el amor de Dios, que ama a todos incondicionalmente. Dios nos ama tan gratuita e incondicionalmente, que nos ama y nos perdona cuando somos pecadores. “La prueba de que Dios nos ama, dice san Pablo, es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros… Cuándo éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rm 5,8-9). Cuando éramos pecadores, cuándo éramos enemigos, Cristo dio su vida por nosotros. No hay mayor amor que dar la vida. Pero dar la vida por el enemigo es el colmo del amor. No es posible amar más. Solo en un amor como ese puede estar la reconciliación del mundo. Los discípulos de Jesús estamos llamados a reproducir en nuestras limitadas vidas, en la pobreza de nuestra condición humana, un amor así.

El amor cristiano es un amor impregnado de divinidad. Este amor hay que vivirlo en las condiciones de este mundo. La prueba de que es posible nos la dan aquellos que han sabido no devolver mal por mal, hasta el punto de dar la vida por ese hacer siempre el bien. Es el caso de los mártires. La mayoría de nosotros no estamos llamados al martirio. Gracias a Dios. Pero conviene que tengamos presente el modelo de Jesús y de los mártires. En aras del realismo del amor, vuelvo al “entre vosotros nada de eso”, que Jesús dice a sus discípulos, para dejar claro que lo suyo no puede ser el poder. Porque el poder siempre vive a costa del engaño (“se hacen llamar bienhechores”), de la mentira y de la opresión. El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Sin duda, en este mundo es necesario organizase. En cuanto nos reunimos más de tres personas, necesitamos ponernos de acuerdo, necesitamos un poco de orden. Nuestras sociedades precisan de personas responsables capaces de organizar la sociedad. En este sentido están revestidas de autoridad. Una autoridad que les ha conferido el pueblo. La autoridad debe ejercerse buscando el bien de los demás. Cuando, en vez de buscar el bien de los demás, uno se aprovecha del encargo recibido, su autoridad se corrompe, deja de ser autoridad y se transforma en poder.

La autoridad da siempre ejemplo, el poder busca su propio interés a costa del bien de los demás. La autoridad sirve y el poder oprime. Este es el dilema con el que tiene que enfrentarse el cristiano: ansia de poder o deseo de servir. Tener objetivos claros y al mismo tiempo sublimes es un recordatorio constante de aquello a lo que estamos llamados y un motivo de permanente conversión cuando tropezamos o parece que no llegamos. Pero esta llamada no debe hundirnos. Al contrario, es motivo de alegría y de acción de gracias. Porque el cristiano no es un “héroe” como los que presentan las leyendas de este mundo. Es un pecador. Pero un pecador siempre alumbrado por la luz del Evangelio, una luz que le reconforta y le llama siempre a volver a empezar. Unidos a Cristo siempre hay algo que hacer, aunque solo sea volver a empezar.

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6
Abr
2025
Documento vaticano sobre el Concilio de Nicea
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NiceaVaticano

El día 3 de este mes de abril se hizo público un importante documento preparado durante largo tiempo por la Comisión Teológica Internacional sobre el Concilio de Nicea, celebrado hace 1.700 años. El documento es largo, no es posible resumirlo y necesita de una lectura tranquila y reposada. El texto recibió el dictamen favorable del Papa Francisco, autorizando su publicación. En el Concilio de Nicea se profesó que el Hijo, distinto del Padre, que nace y muere, es coeterno e igual a Dios.

La fe de Nicea es la fe común a todos los cristianos. Por eso la Comisión Teológica dice que estamos ante una oportunidad inestimable para subrayar que lo que tenemos en común es mucho más fuerte que lo que nos divide. Todos creemos en el Dios Trinidad y en Cristo verdadero hombre y verdadero Dios. La Comisión Teológica aprovecha esta fe común para que sea una oportunidad para avanzar hacia el restablecimiento de la comunión plena entre todos los cristianos. Un signo de esta comunión, que incluso ayudaría a avanzar, sería ponernos de acuerdo para celebrar en la misma fecha la fiesta de la Pascua.

El documento indica que el término clave del concilio de Nicea, el que afirma que el Hijo es de la misma naturaleza del Padre, la palabra griega “homoúsios”, puede también aplicarse a la consustancialidad del Hijo con los seres humanos. Cristo es “homoúsios con el Padre, pero también para con nosotros”. Es tan “verdadero” hombre como “verdadero” Dios. La comisión teológica habla de “doble consustancialidad”. Más aún, “las dos caras de esta doble consustancialidad del Hijo encarnado se refuerzan mutuamente para fundar de manera profunda y eficaz la fraternidad de todos los seres humanos. Somos hermanas y hermanos de Cristo según la unidad de la misma naturaleza humana”. El acontecimiento de Jesucristo es inseparablemente comunión con Dios y con todo ser humano.

La comisión teológica nota que hoy sigue habiendo dificultades y resistencias para creer en la plena divinidad y en la plena humanidad de Cristo. Es más fácil considerar a Jesús como un maestro espiritual o un mesías político que predica la justicia. Pero también hay una gran dificultad para admitir la plena humanidad de Cristo, de aquel que puede experimentar cansancio (Jn 4,6), sentimientos de tristeza y abandono (Jn 11,35; Getsemaní) e incluso ira (Jn 2,14-17), y que, de manera misteriosa pero verdadera, ignora ciertas cosas (Mt 24,36). El Hijo eterno vive todo lo que él es en virtud de la infinitud de la naturaleza divina, en la debilidad y fragilidad de la naturaleza humana y a través de ella. Y de esta forma es revelación del Padre.

El Concilio de Nicea debe servir de estímulo para que hoy la Iglesia realice, en otro contexto cultural, la misma tarea que allí se realizó, a saber: confesar la fe con unos términos filosóficos que el pueblo entendía y que evitaban las imprecisiones y dobles lecturas a las que se prestaban los textos bíblicos que unos y otros empleaban. Dice el documento de la Comisión Teológica: “En circunstancias como las de la crisis arriana, donde la Palabra de Dios parece proporcionar un apoyo ambivalente para la preservación de la verdad de la fe… se hace necesario que la expresión especulativa dirima la disputa exegética” También hoy la Iglesia debe utilizar el lenguaje de la cultura para hacer comprensible la fe. Sigue siendo necesario poner el mensaje bíblico y eclesial en relación más explícita con los modos de sentir, pensar, vivir y expresarse, propios de cada cultura local.

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2
Abr
2025
Peleados por el poder
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poder

A los apóstoles les costó comprender quién era Jesús y la fuerza de su mensaje. Por eso, en ocasiones, Jesús los tacha de “hombres de poca fe”. Poco a poco Jesús les iba instruyendo, con paciencia y pedagogía, y así avanzaban en la fe y en el conocimiento del Maestro. A veces esta incomprensión sobre la enseñanza de Jesús llevó a los apóstoles a discutir entre ellos. Una de las discusiones más frecuentes que tenían era sobre quién de ellos era el más importante. Cuando esto ocurría, Jesús desplegaba toda su pedagogía, y buscaba un niño para abrazarlo y acogerlo. El niño, en aquella sociedad, era una persona no valiosa, incluso despreciable. En la acogida del niño por parte de Jesús queda claro cuáles son sus preferidos y con qué tipo de personas se relaciona: con los marginados y malqueridos de la sociedad. Pues bien, junto con el gesto, Jesús dice a sus discípulos: “si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35). En el contexto en que Jesús lo dice podríamos interpretar: si uno quiere ser el primero en mi Reino, póngase al servicio de los peor considerados social y religiosamente.

Incluso al final de la vida de Jesús, después de estar largo tiempo acompañándole y escuchándole, los discípulos parece que siguen sin enterarse, seguramente porque eso de ser el primero es una tentación que siempre reaparece. Es la tentación del poder, esa delicia entre las delicias. Las ganas de mandar, de imponer siempre mi voluntad a los demás. Pues bien, al final de su vida Jesús quiso despedirse de sus mejores amigos con una cena. En esa cena Jesús hizo algo asombroso, instituyó el sacramento de su cuerpo y de su sangre. En el momento en que cualquiera pensaría que los discípulos estaban asombrados y muy atentos a lo que Jesús estaba haciendo, resulta que no, que estaban en otra cosa, en lo suyo, en sus ansias de poder. Según el evangelio de Lucas (22,24-27), “entre ellos hubo un altercado sobre quien de ellos parecía ser el mayor”. De nuevo Jesús debe recurrir a la mejor pedagogía, pero esta vez, ya que en aquella cena no había ningún niño, Jesús recuerda lo que hacen quienes mandan en este mundo, a saber, oprimir a los ciudadanos y, encima, en el colmo de la ironía, “se hacen llamar bienhechores”. Jesús dice claramente que entre los suyos los criterios de actuación son totalmente distintos. “Entre vosotros, nada de eso”, pues el mayor es el que sirve.

Los discípulos discutían por el poder, o sea, se peleaban, porque el poder conduce necesariamente a la guerra. El poder tiende a ser absoluto, no consiente ser compartido. Por eso, cuando dos buscan el poder, necesariamente se pelean. El poder solo puede ser de uno. Cuando es de dos, ya no es poder. La contrapartida al poder sería la colaboración, el darse la mano, el servirse el uno al otro: “lavaos los pies los unos a los otros”, recomienda Jesús a los suyos. Los unos a los otros. El servicio auténtico es mutuo. El poder siempre va en una sola dirección, de arriba abajo. El amor y el servicio pueden ir también en una sola dirección, cuando uno ama a sus enemigos, a quienes no le aman. Pero el amor pleno va siempre en doble dirección: los unos a los otros. Y cuando es bidireccional todo poder queda anulado. (continuará).

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29
Mar
2025
Videos y robos inapropiados
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videosinapropiados

El pasado 23 de marzo el Observatorio de Derechos Humanos Samba Martine (nombre de la mujer africana que murió, por no recibir la debida atención médica, cuando permanecía retenida en un Centro de internamiento de extranjeros de Madrid) organizó una conferencia bajo el título: “La trata en nuestra sociedad: una mirada global y local”. Si mis datos son buenos, la conferencia se estaba retransmitiendo en cuatro salas: en una de modo presencial y en tres por medio de zoom. Pues bien, la reunión fue saboteada con videos de contenido inapropiado, vamos, de pornografía pura y dura, lo que hizo imposible continuar con la sesión e incluso dificultó el cierre de la misma. Este es un ejemplo más de los desafíos a los que se enfrentan quiénes abordan temas tan sensibles y urgentes como la trata de personas.

La técnica moderna es maravillosa cuando se utiliza para bien. Pero es nefasta cuando con ella se busca hacer el mal. El problema no es la técnica (y dicho sea de paso el problema no es la inteligencia artificial), sino el modo de utilizarla y lo que se pretende hacer con ella. Dígase lo mismo de cualquier otro medio. La lengua humana es maravillosa, pero como dice la carta de Santiago “con ella bendecimos al Señor, y con ella maldecimos a los seres humanos, hechos a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición”.

Hablando de inteligencia artificial puedo contar un caso reciente del que tengo información de primera mano. Una buena persona recibe una llamada telefónica. Al otro lado del teléfono hay una voz muy conocida, de un personaje importante para ella. La voz le pide una serie de cosas y de datos, y la persona que ha recibido la llamada la hace caso. Resulta que la voz ha sido creada con inteligencia artificial. Yo aconsejo que, en caso de recibir llamadas así, sobre todo si piden dinero o datos bancarios, aunque parezca que quien llama es la propia madre, antes de hacerle caso, hagan alguna pregunta cuya respuesta solo ella pueda conocer. Recuerdo que un dominico anglicano (sí, ¡hay dominicos anglicanos!) un día me llamo desde bastante lejos, me pidió un pequeño favor, y me dijo: para que veas que soy yo, te voy a dar el nombre de “nuestra abuela”. Al principio me despistó, pero cuando me dijo: “se llama Juana”, comprendí enseguida. Juana es el nombre de la madre de Santo Domingo de Guzmán, “el padre” de los dominicos.

Voy a contar una anécdota de la que soy protagonista. No caí en la trampa. Por eso la cuento: hace unos quince años recibí una carta de un supuesto eclesiástico conocido de un país europeo. En el sobre había un cheque, que todavía conservo, de 225.000 libras esterlinas. Ya saben: una moneda más valiosa que el dólar o el euro. En la carta me pedía que ingresara el cheque en una cuenta mía, que enviara 200.000 libras a una cuenta de un país africano, de una supuesta institución caritativa, ya que (me decía el falso corresponsal) desde su país no era posible hacer esa transacción. Y añadía (tentando mi ambición y mi egoísmo) que me quedará 25.000 libras esterlinas para “mis gastos” o “mis pobres”. Moraleja: si alguien le pide o le ofrece dinero y no es cara a cara, piense que es una estafa. Si es cara a cara, usted verá lo que hace.

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25
Mar
2025
Desobediencia correcta, obediencia incorrecta
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obediencia2025

Los tiempos han cambiado. En realidad, no han cambiado los tiempos, el tiempo pasa. Lo que cambia, al menos en algunos, es la mentalidad, tanto a niveles personales, como sociales y eclesiales. Antiguamente, en la Iglesia y en la sociedad, la obediencia era presentada como una de las mejores virtudes, era lo que se esperaba del buen ciudadano y del buen creyente, hasta el punto que de que los grandes maestros espirituales solían decir: el que obedece nunca se equivoca. Hoy, la obediencia está un tanto desprestigiada, sobre todo cuando por obediencia se entiende una sumisión, sin reservas, a la autoridad. Curiosamente quienes suelen quejarse de falta de obediencia suelen ser siempre los superiores, los que mandan. Ya es más extraño que esos que mandan se planteen si mandan mal.

Al respecto recuerdo que un técnico nuclear judío, Mordejai Vanunu, que pasó 18 años en las cárceles israelitas por desvelar el programa de fabricación de armamentos nucleares, que conocía de primera mano en razón de su trabajo, dijo ante sus jueces: «Una acción como la mía enseña a los demás que el propio razonamiento, el de todo individuo, no es menos importante que el de los jefes. Éstos se sirven de la fuerza y sacrifican a millares de personas en el altar de su megalomanía. No les sigáis a ciegas». Mordejai Vanunu y muchos otros -en los estados laicos y en los estados religiosos, de unas y otras culturas-- han desobedecido a las autoridades políticas y religiosas en nombre de una autoridad más imperiosa y, lo que es más importante, más sana y más humana: la autoridad de la propia conciencia.

Hay una parábola de Jesús en la que unos personajes obedecen y obedecen mal. Su obediencia es incorrecta. En la misma parábola, otro personaje desobedece y su desobediencia es correcta. Se trata de la parábola del samaritano misericordioso. Las costumbres, convertidas en leyes, dejaban claro que entre los judíos y los samaritanos no era posible ningún trato. Costumbre y ley que tenían su desgraciado fundamento en el odio. La parábola quiere poner de manifiesto que la ley, cuando es expresión de odio, es mala, malísima. Y que lo bueno, buenísimo, es desobedecerla. Los dos clérigos de la parábola se alejan del herido, quizás porque su sentido de la obediencia les movía a llegar a tiempo al culto. Mientras que el samaritano, desobedeciendo a la ley, obedece a una instancia superior a la ley, como es su conciencia que le mueve a amar.

El evangelista Lucas cuenta otra historia en la que también aparece un samaritano que desobedece a la ley y, sin embargo, hace lo correcto. Es esa historia de diez leprosos que se acercan a Jesús para ser curados. La ley mandaba que, si quedaban curados, debían presentarse a los sacerdotes para que certificaran que estaban en condiciones de reintegrarse a la sociedad. Una vez curados, nueve leprosos cumplieron la ley y fueron a ver a los sacerdotes. Uno de los leprosos, un samaritano, en vez de cumplir la ley, regreso a dar las gracias a Jesús. El desobediente hizo lo correcto, fue agradecido, sin duda porque tenía un corazón lleno de amor.

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21
Mar
2025
¿En qué consiste la vida eterna?
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vidaeterna2025

¿Es posible atisbar en qué consiste la bienaventuranza definitiva, la felicidad eterna que Dios tiene preparada para los salvados, para aquellos que le aman, para sus elegidos? En una palabra, ¿es posible describir en qué puede consistir el cielo, la vida celestial?

Cuando Tomás de Aquino se pregunta en qué consiste la vida eterna, dice que en ella confluirán estos cuatro aspectos o dimensiones: En primer lugar, la unión con Dios: “él es el premio y el fin de nuestros trabajos”. Como Dios es inefable, sorprendente, está más allá de todo lo que podamos pensar, desear e imaginar, se comprende que Santo Tomás no desarrolle en demasía en que puede consistir esta unión con Dios.

También consiste la vida eterna en la plena saciedad de todo deseo. Allí tendremos todo lo que deseamos y esperamos. En esta vida nada ni nadie puede saciar nuestras aspiraciones. Esto solo puede hacerlo Dios, que las sacia y sobrepasa infinitamente. Si se desean deleites, allí estará el sumo y perfectísimo deleite, que es Dios mismo. Si se desean honores, allí estará el máximo honor. El santo, haciendo gala de buen humor, pone un ejemplo de esos honores que deseamos en este mundo y que se cumplirán en el otro: “los hombres sobre todo desean ser reyes u obispos, según sean seglares o clérigos; ambas cosas las conseguirán allí”. En tercer lugar, la vida eterna consiste en la seguridad perfecta. En este mundo no la hay, porque cuantas más cosas queremos, tanto más tememos perderlas y tantas más necesitamos.

Finalmente, el santo añade algo muy interesante. Me da la impresión de que prolonga a la vida eterna una de las enseñanzas fundamentales de Jesús y del Nuevo Testamento, a saber, que el amor a Dios y al prójimo son inseparables en la vida presente y lo serán también en la vida futura. Compartir con otros la alegría de los bienes divinos acrecentará nuestra bienaventuranza. Dice el santo: la vida eterna “consiste en cuarto lugar en la compañía de todos los bienaventurados, la cual será agradabilísima… Pues cada uno amará al otro como a sí mismo, por eso se alegrará con el bien de los demás como si fuera propio”. El bien ajeno no será motivo de envidia (como ocurre en este mundo), sino de una inmensa alegría. Sto. Tomás termina citando el Salmo 87: “y cantarán mientras danzan: todas mis fuentes están en ti”.

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17
Mar
2025
San José, el santo más glorioso de la Iglesia
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sanjose2025

San José es el santo más glorioso de la Iglesia. En la jerarquía de los santos, es el primero después de María. Por eso, su nombre aparece en todas las plegarias eucarísticas, después del de la Virgen María. La Iglesia reconoce la dignidad y grandeza de san José debido a su papel central en la historia de la salvación: es el esposo de la Madre de Dios y es el Padre legal de Jesús. José ha sido el hombre en quién Dios ha depositado su confianza para que cuidara de María y de Jesús. Durante la vida pública de Jesús, José está oculto, ausente. A partir de este dato algunos infieren que José murió en Nazaret acompañado de su familia. El himno latino de Laudes de la solemnidad de san José dice que “Cristo y la Virgen le asistieron en su hora postrera, con rostro sereno”. Por eso, José es el patrono de los agonizantes que, junto con los títulos anteriores y con el de Patrono de la Iglesia universal, tal como proclamó Pío IX, constituyen su corona inmortal.

Jesús nació en una condición de gran debilidad. Tuvo necesidad de ser defendido, protegido, cuidado. José, hombre fuerte, justo y valiente, buscó y preparó un lugar acogedor para que Jesús pudiera nacer, se encargó de defenderle cuando Herodes buscaba matarlo, le protegió cuando vivieron como emigrantes en un país extranjero, le cuidó cuando era adolescente, trabajó honradamente para asegurar el sustento de su familia, para que tuvieran techo y el alimento necesario. “La felicidad de José, escribió el Papa Francisco, no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza”.

Custodiar es algo muy propio de un cristiano. Dice Francisco: “Custodiar la vida, custodiar el desarrollo humano, custodiar la mente humana, custodiar el corazón humano, custodiar el trabajo humano. El cristiano es —podemos decir— como san José: debe custodiar. Ser cristiano no es solo recibir la fe, confesar la fe, sino custodiar la vida, la propia vida, la vida de los otros, la vida de la Iglesia”. Custodiar no es imponer, es atender con paciencia y con amor; no es dominar, sino servir; no es poseer, sino lavar los pies; es acompañar, respetando la libertad; es levantar al caído sin reprenderlo ni humillarlo. En la Iglesia debemos custodiarnos mutuamente, porque todos somos débiles y pecadores. A este respecto resulta oportuna la pregunta que formula Francisco: “cuando tengo un problema con alguien, ¿trato de custodiarlo o lo condeno enseguida, hablo mal de él, lo destruyo?”

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13
Mar
2025
En todo deseo late un deseo de Dios
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palacioepiscopalvalencia

El ser creados “para Dios”, del que hablábamos en el artículo anterior, es una consecuencia directa e indisociable del ser creados “por Dios”. Dado que el “por Dios” es constitutivo de lo humano y no desaparece nunca, es posible encontrar en el humano una serie de deseos e insatisfacciones, que son una huella de este deseo de Dios que anida en toda persona, aunque no sea consciente de que se trata de un deseo de Dios. Tomás de Aquino afirmó que todo deseo es un deseo de Dios. Lo que todos buscamos y deseamos es ser felices, buscamos lo que consideramos bueno para nosotros. Cuando hacemos el mal también buscamos lo bueno, aunque nuestra vista se equivoque en la determinación de lo bueno. Buscamos el bien que vemos o imaginamos ver en el mal que hacemos.

En este mundo nunca encontramos plenamente el bien y la felicidad. Siempre nos falta algo: algo de belleza, algo de salud, algo de fuerza, algo de saber, mucho de amor. Siempre estamos incompletos y buscamos más. En ningún terreno el hombre se contenta con metas parciales e incompletas. Feliz solo sería el que estuviera plenamente colmado en todas las dimensiones y aspectos de la vida. Se comprende así esta afirmación de Tomás de Aquino: “el hombre no es perfectamente bienaventurado mientras le quede algo que desear y buscar”. ¿Quién podrá colmar al ser humano? ¿Quién llena de bienes los anhelos humanos? Detrás de todas las búsquedas, late siempre un deseo de Dios. Dice Tomás de Aquino: “todos, en cuanto apetecen sus propias perfecciones, apetecen al mismo Dios”. Planteado así el asunto, resulta claro que todo deseo, es un deseo de Dios.

Incluso desde posiciones ateas es posible ver el deseo de Dios en toda vida humana. Cuando Jean Paul Sartre dice que el hombre es “una pasión inútil”, su afirmación presupone que el hombre es una pasión de divinidad. Según el filósofo francés el hombre pretende, ni más ni menos, que ser dios. Pero como Dios no existe, el hombre es una pasión inútil. Hay, pues, según este autor, un anhelo, un deseo de Dios en el ser humano, que es imposible satisfacer. Este anhelo de Dios, que se manifiesta incluso cuando el ser humano niega a Dios o se aleja de él, es una vieja historia que aparece desde los inicios de la humanidad. El libro del Génesis narra que una serpiente astuta se dirigió a la primera mujer y le dijo: si desobedecéis a Dios no moriréis, seréis como dioses (Gen 3,1-5). La serpiente promete aquello que el ser humano más anhela: el anhelo de ser como dioses y el deseo de inmortalidad. La serpiente miente, porque indica un mal camino, pero lo que ella promete es lo que los humanos más deseaban.

Según Unamuno el amor busca siempre la plenitud y por eso nos revela lo eterno. Ocurre que, en este mundo, cada vez que el amor ve realizado su anhelo, se da cuenta de que en realidad buscaba mucho más: “la satisfacción de todo anhelo, dice este autor, no es más que semilla de un anhelo más grande y más imperioso”. Si el amor busca siempre más y, por eso, tiende a lo eterno, no es extraño que Unamuno acabe afirmando: “el amor es un contrasentido si no hay Dios”.

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