Logo dominicosdominicos

Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor


Filtrando por: 2018 quitar filtro

3
May
2018
Aprovecharse del cargo
0 comentarios

haciaarriba

Hay políticos que nunca se han dedicado a otra cosa que a la política. O sea, su único trabajo, su única fuente de ingresos, ha sido siempre tener un cargo político. No está mal, sobre todo si no lo hacen mal, pero seguramente estaría mejor si además hubieran demostrado su valía en otra tarea profesional. Porque si sólo sirven para ocupar puestos de mando o de representación, seguramente no valen gran cosa.

En todos los estamentos o grupos hay personas que sólo sirven para “sus presidencias” y para que otros les hagan el trabajo. Los hay que ponen su firma en discursos que les hacen otros, que se atribuyen las ideas que otros les sugieren. Sin duda, denota inteligencia el político o responsable que sabe rodearse de buenos colaboradores. Pero los hay que sólo sirven para figurar, sean cuáles sean sus colaboradores. Peor aún, cuando sólo sirven para figurar, suelen rodearse de colaboradores mediocres para que no les hagan sombra; o de colaboradores ambiciosos, que les alagan, para ser ellos los que de verdad mandan, escudándose en el jefe de turno.

Los cargos están para servir. En realidad no son honores, sino encargos que uno recibe para mejor servir a los demás. Esta es la línea de Jesús: entre vosotros, el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Un término corriente, en el mundo político y eclesiástico, es el de ministro, que designa al miembro de un gobierno o a un prelado. Es bueno recordar que ministro viene del latín “minister”, que significa: sirviente o criado. Su opuesto sería “magister”, término que indica el nivel más alto de un estamento.

Si alguien llega al puesto de “ministro” no debería olvidar la etimología de la palabra para que no se le suba el cargo a la cabeza y olvide que lo suyo es el servicio. Los cargos son buenos, incluso necesarios. Cuando uno se aprovecha de ellos es un corrupto. Pero si hace del cargo un servicio, se dignifica él y dignifica al cargo.

Ir al artículo

29
Abr
2018
En torno a una condena por abuso sexual
6 comentarios

figuritanene

En julio de 2016, en Pamplona, cinco varones violaron o abusaron sexualmente de una chica de 18 años. El pasado 26 de abril, se supo que han sido condenados por un delito de abuso sexual, que comporta una pena menor que el de violación. La sensibilidad social no coincide mayoritariamente con la apreciación de los jueces, hasta el punto de que los políticos se han visto motivados a proclamar que conviene cambiar la ley.

Efectivamente, las leyes están para ser cambiadas cuando no responden al objetivo para el que fueron proclamadas, a saber, la defensa de la dignidad humana y del bien de las personas. Puestos a cambiar la ley habrá que prever mayores responsabilidades si la quebrantan servidores públicos, que están para defender a los ciudadanos. A ellos se les exige, más que a otros, no sólo que sean buenos, sino que lo parezcan, o sea, que den ejemplo. Y algunos lo han dado, lo siguen dando. En todos los colectivos hay personas de bien, personas que se limitan a cumplir y personas que deshonran al colectivo.

Uno de los motivos de considerar el delito como abuso sexual y no como violación ha sido que la víctima, al parecer, no ofreció mucha resistencia. A propósito del grado de resistencia me cuentan algo significativo: a las cooperantes de las ONGs se les indica que ante una agresión o violación no opongan resistencia, porque en caso contrario las matan directamente. Alguien ha ofrecido esta reflexión: “esta sentencia manda un mensaje muy claro. Ante estos casos elegid entre muertas o humilladas por la justicia”.

Una de las reacciones más llamativas ha sido la de las monjas carmelitas descalzas de Hondarribia. Las monjas son mujeres. Y las de Hondarribia han demostrado una buena sensibilidad social, propia de monjas del siglo XXI. También violan a monjas en misiones. Hoy en día, ni siquiera los conventos son seguros. Fuerzan sus puertas y entran a robar con evidente peligro de sus moradoras.

Me parece necesario que familias y educadores ofrezcan a las jóvenes generaciones una adecuada educación sexual. Algunos hoy lo mezclan todo: pornografía, violencia, alcohol, afectividad. Hay un fenómeno actual extendido entre adolescentes (y entre adultos), signo del relativismo de los afectos, que promueve la cosificación del otro e implica una incapacidad para el compromiso: el “poliamor”, en realidad, el “polisexo”. A veces, he pensado que el sexo es un mal sucedáneo del amor. En el contexto del amor, la sexualidad resulta más humana, humanizadora y gratificante.

Ir al artículo

28
Abr
2018
En contra del martirio y a favor de los mártires
2 comentarios

cruzdeverde

De entrada estoy en contra del martirio, al menos tal como suele entenderse. Decir que estoy en contra del martirio es lo mismo que decir que estoy en contra de todo asesinato y, por tanto, de cualquier asesinato cometido por motivos supuestamente religiosos. Eso sí, estoy a favor de los mártires.

El martirio por Cristo es una prueba de fidelidad. Por eso, la Iglesia siempre ha tenido en tan alta estima a los mártires. Pero también en la vida ordinaria es posible ser fiel a Cristo. La fidelidad no se manifiesta necesariamente en acontecimientos heroicos o extraordinarios, sino en el día a día, en lo cotidiano y habitual. Esta fidelidad en la vida de cada día solo es posible desde una fe convencida y madura.

El martirio no hay que buscarlo. En todo caso, es una triste realidad con la que uno se encuentra. Los mártires nos recuerdan que la vida cristiana es un elemento crítico que contrasta en ocasiones con el mundo, hasta el punto de provocar el enfrentamiento, no buscado por los mártires, pero sí padecido. El mártir es un testigo de la fe, de una fe en la que ya no tienen importancia para la propia vida las consecuencias que puedan derivarse de su testimonio.

Ahora bien, si los mártires merecen todo honor y toda gloria, los cristianos debemos estar en contra de todo asesinato y, por tanto, del martirio en cuanto asesinato. Nosotros estamos a favor de la paz y del entendimiento entre las personas y los pueblos. Recordar a los mártires es un motivo para reafirmar nuestro compromiso por la paz y el buen entendimiento entre las gentes. Las diferencias, los desacuerdos, las oposiciones, se resuelven con diálogo, sabiendo ceder. Y, en todo caso, alejándose del que nos quiere mal, no provocándole para que nos mate y, mucho menos, matándolo nosotros.

Puestos a buscar martirios, lo mejor es recordar que “martirio es el dolor de cada día” si en Cristo y por amor es aceptado, tal como dice un himno de la liturgia de las horas. Y martirio es el testimonio que cada día debemos dar como cristianos, con nuestras palabras y nuestras obras.

Ir al artículo

24
Abr
2018
Santificar el nombre de Dios
7 comentarios

velayflor

Santificar el nombre de Dios de ningún modo puede significar que nosotros le hacemos santo, porque él es el santo por excelencia, el que está por encima de todo y lo trasciende todo. Santificar el nombre de Dios es más bien reconocer su grandeza, reconocerle como lo que es, “el santo de los santos”, el único santo, Aquel al que toda santidad se refiere, pues es la fuente de toda santidad. Decía Veda el Venerable: “el nombre del Señor se llama santo porque con su singular poder trasciende a toda criatura y dista ampliamente de todas las cosas que ha hecho”.

En consecuencia, se reconoce la santidad de Dios o se santifica su nombre cuando uno compromete la vida entera por él, cuando nuestra vida está en función de Dios, hasta el punto de que en ocasiones la santificación del nombre nos puede llevar a entregar la vida por Dios. Los primeros cristianos fueron condenados a muerte porque se atrevieron a sostener que el emperador no era “el Señor” y, por tanto, no tenía derechos absolutos. Durante el nazismo hubo cristianos, en Alemania, que se jugaron la vida por repetir: “sólo tú eres santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo Jesucristo”. Magda Hollander-Lafon, una superviviente de los campos de concentración nazis, a la pregunta de un periodista: “¿Cree que los nazis quisieron exterminar a los judíos porque creían en Dios?”, respondió: “Claro, ¿qué persiguen los grandes dictadores? Ponerse en el lugar de Dios”.

Si sólo Dios es el Señor y, por eso, su nombre debe ser santificado y no profanado, eso significa, como dice el libro de los Salmos, que “los dioses y señores de la tierra no me satisfacen”, que ellos no pueden solucionarme la vida definitivamente, ni pretender que les entregue incondicionalmente mi corazón. Eso significa también que la vida no está ni en el trabajo, ni en los hijos, ni en la mujer, ni en el marido, ni en el dinero, ni en el prestigio, ni en el poder. Pues si Dios se encuentra entre las cosas de los hombres, no es una de las cosas de los hombres. Las realidades humanas son limitadas, sólo Yahvé puede colmar el corazón del ser humano, sólo él puede llenar nuestra vida de alegría.

Finalmente, desear que el nombre de Dios sea santificado es reconocer que nuestro futuro está en sus manos, que vivimos sostenidos por unas manos más fuertes que las nuestras. Y que, por eso, es posible vivir con esperanza, sabiendo que Dios tiene la última palabra y que él es más fuerte que todos nuestros miedos y, sobre todo, que todos nuestros errores y maldades.

Ir al artículo

20
Abr
2018
Profanar el nombre de Dios
0 comentarios

profanar

En nuestros días abundan las profanaciones del nombre de Dios. Cada vez que apelamos a Dios para justificar la violencia, profanamos su nombre. Cada vez que apelamos a Dios para rechazar al hermano, profanamos su nombre. Cuando apelamos a Dios para adoptar posiciones intransigentes, violentas y excluyentes, profanamos su nombre. Cuando Dios se convierte en propiedad de unos y no de otros, cuando deja de ser Padre de todos los hombres, profanamos su nombre.

Cada religión debería hacer su propio examen de conciencia. Y, sobre todo, debería encontrar el modo de dejar muy claro que quienes apelando a la religión (la que sea) utilizan la violencia, lo que hacen es blasfemo. Si puede hablarse de radicalismo en las religiones, es porque la religión compromete a toda la persona y tiene repercusiones en todos los ámbitos de la existencia. La radicalidad afecta al propio creyente, no a su modo de tratar a los demás.

Judíos y cristianos podemos rezar juntos, proclamando muy alto y muy claro, lo que dice el salmo 11: “Yahvé odia al que ama la violencia”. Quizás sería bueno aprovechar la claridad de la proclamación para mostrar los límites del lenguaje y para insistir en la necesidad que tienen todos los textos sagrados de ser interpretados y actualizados. El salmista se expresa como puede. Para decir que Yahvé no quiere la violencia se ve obligado a decir algo que, estrictamente hablando, y a la luz de la dinámica propia de la revelación, no es verdad: Yahvé no odia a nadie. También al que ama la violencia Yahvé lo ama, aunque no esté de acuerdo con él. Otra cosa será explicar de qué modo lo ama, pero le ama. Y eso es lo que, de entrada, hay que decir, aunque luego haya que añadir que no está de acuerdo con sus acciones violentas y haya que explicar el modo como Yahvé ama a los pecadores. Les ama de la mejor manera que puede amarles, deseando su bien, o sea, llamándolos a la conversión.

Ir al artículo

17
Abr
2018
¿Qué quiere decir: "Nombre de Dios"?
2 comentarios

nombreDios

El nombre para los semitas indica una identidad y también una misión. La importancia del nombre explica los cambios de nombre en las personas que, a veces, realiza el mismo Yahvé cuando da a sus elegidos un nuevo significado en su situación o para el futuro: Abrán se convierte en Abrahán como padre de muchos pueblos (Gen 17,5). Jacob se convierte en Israel, puesto que ha luchado con Dios (Gen 32,29).

El más importante de los nombres es el de Yahvé (cf. Sal 8,2: “Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre por toda la tierra”), que el mismo Yahvé manifiesta en su revelación. Dios no es anónimo, posee un nombre propio con el cual se le puede invocar. El mal uso de este nombre (en la magia o en el juramento falso) está prohibido (Ex 20,7) porque el nombre de Yahvé es un regalo de la revelación, de la cual no puede disponer el hombre a su antojo (Gen 17,1). Israel tiene la misión de santificar el nombre de Yahvé; esto ocurre en el culto y en la obediencia a sus mandamientos. Por eso la participación en el culto de otra divinidad es una profanación del nombre de Yahvé (Lv 18,21).

Jesús en Jn 17,6 y Jn 17,26 dice que ha dado a conocer a los suyos el nombre de Dios. Jesús se presenta como el nuevo Moisés que lleva a su término lo que antaño había comenzado junto a la zarza ardiente. Dios había revelado su nombre a Moisés. Eso significa que Dios se dejaba invocar, que había entrado en comunión con Israel. Cuando Jesús dice que da a conocer su nombre, no se refiere a una palabra nueva con la que se designaría a Dios. Está hablando de un nuevo modo de la presencia de Dios entre los hombres. En Jesús, Dios entra realmente en el mundo de los hombres: quién ve a Jesús, ve al Padre (Jn 14,9). La revelación del Nombre tiende a que “el amor que me tenías esté con ellos como yo también estoy con ellos” (Jn 17,26).

A partir de ahí se comprende que profanar el nombre de Dios equivale a rechazarle, a hablar mal de Él. Y pronunciar su nombre en vano, de forma inútil o inapropiada es no respetar a Dios, peor aún, dejar de considerarlo Dios para convertirlo en un objeto a mi servicio. Decir el nombre de Dios en vano es utilizar a Dios en función de mis intereses, de forma que en vez ponerme en disposición de servir a Dios, pretendo, ni más ni menos, que servirme de Dios.

Dios revela su nombre para que podamos establecer una relación personal con él. Esto se confirma si recordamos que Dios llama a cada uno por su nombre (Is 43,1). Con cada uno quiere establecer una relación personal e íntima. Nuestra relación con Dios no es con un Dios genérico, abstracto, sino con el Dios de los hombres, en lo concreto de la existencia, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. Un Dios que no puede ser amado en general, sino por este hombre concreto que soy yo.

Ir al artículo

13
Abr
2018
El mal humor no es signo de santidad
0 comentarios

arbolladorio

Recuerdo que mi padre nos decía alguna vez: “un santo triste es un triste santo”. Evidentemente la frase no es de mi padre, sino de Teresa de Ávila. El reciente escrito del Papa sobre la santidad me ha hecho recordar este detalle familiar. Ya hice notar, en el post que dediqué a presentar la exhortación del Papa, que en casi todos sus escritos aparece, incluso en el mismo título, la palabra “alegría”. Basta recordar su primer gran texto: “la alegría del evangelio”. Ahora, la exhortación apostólica sobre la santidad comienza con estas palabras de Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa: “alegraos y regocijaos”. Precisamente, aquellos a quienes Jesús dirige estas palabras parece que sólo tienen motivos para estar tristes y angustiados. Pues bien, en el seguimiento de Cristo, cualquier circunstancia es adecuada para vivir con agradecimiento y alegría, ya que el amor que nos une a él, es más fuerte que todo lo demás. Y el amor es fuente de alegría.

En este contexto el Papa ha tenido el acierto de notar que una de las características de la santidad es la “alegría y el sentido del humor”. Pues la santidad no concuerda bien con “un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico o un bajo perfil sin energía”. El santo siempre tiene un espíritu positivo y esperanzado. Hay momentos duros de cruz, reconoce el Papa, pero nada puede destruir la alegría del Espíritu Santo que se traduce en seguridad interior y serenidad esperanza “que brinda una satisfacción espiritual incomprensible para los parámetros mundanos”.

El mal humor no es signo de santidad, dice explícitamente Francisco. Es tanto lo que recibimos del Señor para que lo disfrutemos, “que a veces la tristeza tiene que ver con la ingratitud, con estar tan encerrado en sí mismo que uno se vuelve incapaz de reconocer los regalos de Dios”. Conviene aclarar que esta alegría propia de la santidad es distinta “de la alegría consumista e individualista tan presente en algunas experiencias culturales de hoy. Porque el consumismo solo empacha el corazón; puede brindar placeres ocasionales y pasajeros, pero no gozo”. Es buena esta distinción entre placer y gozo. El placer todo lo centra en uno mismo. El gozo nos abre al bien de los demás, es la alegría que produce el buscar el bien de los otros. La vida cristiana no siempre es placentera, pero siempre es gozosa.

Ir al artículo

9
Abr
2018
La santidad, el rostro más bello de la Iglesia
4 comentarios

santidad02

“Alegría” es una palabra recurrente en los documentos del Papa Francisco. También aparece en el título de la exhortación apostólica que hoy mismo se ha hecho pública sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, titulada: “Alegraos y regocijaos”. Aquí sólo puedo ofrecer algunas pinceladas que inviten a la lectura completa del texto.

Uno de los capítulos recuerda un reciente documento de la Congregación para la doctrina de la fe. Se trata del capítulo en el que habla de los dos enemigos actuales de la santidad, a saber: 1) una fe y una espiritualidad desencarnada, encerrada en el propio subjetivismo, que reduce el cristianismo a una doctrina, y olvida que la caridad es lo fundamental de la vida cristiana; y 2) el confiar sólo en las propias fuerzas, sintiéndose superior a los otros por cumplir determinadas normas, viviendo obsesionados por la ley o por los ritos, ignorando que la vida es frágil y sólo puede ser sanada por la gracia.

En otro capítulo el Papa hace un precioso comentario a las bienaventuranzas, en las que Jesús explica en qué consiste ser santos, aunque sea viviendo a contracorriente: felices los pobres, pues las riquezas no te aseguran nada, nada esencial al menos. Felices los mansos, en un mundo donde cada uno se cree con derecho a alzarse por encima de los otros. Felices los que lloran, en un mundo que mira hacia otra parte cuando hay problemas de enfermedad o de sufrimiento. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, en un mundo donde muchos optan por subirse al carro del vencedor.

Felices los misericordiosos, que saben dar y perdonar, reflejando así la perfección de Dios. Felices los limpios de corazón, un corazón sencillo que sabe amar. Felices los que trabajan por la paz, la paz evangélica que no excluye a nadie. Felices los perseguidos por causa de la justicia, por haber vivido sus compromisos con Dios y con los demás. Las persecuciones no son cosa del pasado: calumnias, falsedades, desfiguraciones de la fe, burlas por ser cristiano.

Hay algunas perlas en el texto que vale la pena notar: cuando dice que la santidad es el rostro más bello de la Iglesia, o que no te hace menos humano. O cuando dice que una de las notas de la santidad en el mundo actual es la alegría y el sentido del humor. O cuando recuerda la pregunta que se hacía santo Tomás de Aquino sobre cuáles son las obras externas que mejor manifiestan nuestro amor a Dios. Él respondió sin dudar que son las obras de misericordia con el prójimo, más que los actos de culto.

Una última perla: “me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo”.

Ir al artículo

8
Abr
2018
Neandertales, otro tipo de mentalidad
3 comentarios

neandertal

El paleoantropólogo español, Juan Luís Arsuaga, en unas declaraciones a la revista muy interesante, hablando de las diferencias entre el hombre de Neandertal y el sapiens, dice: “Mi teoría no es que los neandertales fueran menos inteligentes que nosotros, sino que tenían otro tipo de mentalidad”. A continuación hace unas consideraciones sobre la poca inteligencia de los humanos sapiens: “ir a un campo de futbol a berrear todos los domingos no parece muy inteligente. Pero es muy humano. Inmolarse y suicidarse con una bomba alrededor del cuerpo no es nada inteligente. Eso es lo que creo que tenemos distinto de los neandertales. Lo resumo de esta forma: se me hace difícil creer que ellos tuvieran una bandera. Esa cosa humana de que un trapo de colores solivianta a la gente no sé si es muy inteligente, pero es un hecho. No me imagino a los neandertales con una bandera”.

Resulta interesante esta distinción entre mentalidad e inteligencia. La mentalidad es el conjunto de creencias y costumbres que conforman el modo de pensar, de enjuiciar la realidad y de actuar de un modo u otro. La inteligencia es la capacidad de razonar y de elegir las mejores opciones para resolver una cuestión. Pues bien, siguiendo la idea de Arsuaga, lo que distingue a las distintas especies del género “homo” (sapiens, neandertales, denisovanos) no es la inteligencia (o sea, la capacidad de fabricar herramientas o de enfrentarse a los distintos problemas), sino la mentalidad (o sea, los condicionamientos, que más allá de lo listos que somos, orientan nuestra manera de utilizar las herramientas o de resolver los problemas).

Eso valdría no sólo para las distintas especies de humanos, sino para distinguir a unos humanos de otros dentro de la misma especie. El pecado, por ejemplo, no nos hace menos listos, ni tampoco más; pero condiciona nuestra manera de actuar. Si yo pienso que robar es bueno, o que matar al que me estorba es bueno, pero no lo hago porque tengo miedo a las consecuencias que me puede acarrear, en cuanto me convenza de que robar o matar no va a acarrearme ninguna consecuencia negativa, mataré y robaré con toda tranquilidad. Si yo pienso que las banderas son sagradas, o que las fronteras son intocables, o que hay sexos fuertes y débiles, o razas superiores e inferiores, en cuanto pueda actuaré como un dictador que somete a los débiles y a los inferiores.

San Pablo exhortaba a los cristianos a “cambiar de mentalidad” (Rm 12,2; Ef 4,23), haciendo notar que la cristiana es distinta de la del “mundo” (mundo, se entiende aquí como lo opuesto a Dios). El problema humano no es la inteligencia. Con la misma inteligencia podemos hacer lo peor y lo mejor. El problema humano es de mentalidad. Si conformamos nuestra mentalidad a la de Cristo, seguro que siempre haremos el bien, sea cual sea nuestra inteligencia.

Ir al artículo

5
Abr
2018
La santidad, don y tarea
2 comentarios

santidad

La santidad no es un objetivo que se consigue en el “más allá”, sino una tarea para el más acá, para el hoy, el aquí y el ahora de nuestra vida. La santidad consiste en vivir hoy en comunión con Dios. La santidad comienza siendo un don, pues es Dios el que, en Cristo, va al encuentro de cada uno de nosotros y nos invita a acogerle, a identificarnos con él, a vivir su misma vida divina. Una vez que nos hemos vuelto hacia el Señor, le hemos acogido, y nos hemos identificado con él, la santidad se convierte en una tarea, en un nuevo modo de vivir y de hacer el bien, con un nuevo sentido y una nueva conciencia.

La santidad no consiste en privarse de satisfacciones y mortificarse, sino en vivir en el seguimiento de Cristo. Este seguimiento suscita un nivel de vida más humano, tanto en el terreno personal como en el social. Los grandes modelos de santidad han suscitado niveles de vida más humanos en el terreno social. Por una parte, ellos han reflejado su vivencia cristiana en la alegría que derramaban a su alrededor. Por otra parte han sido grandes benefactores de la humanidad, a veces de forma humilde, y otras veces con una influencia más conocida y extendida, de modo que su obra humanizadora no se ha limitado a su corta vida; ha continuado una vez que han dejado esta tierra, en ocasiones por medio de otros que han proseguido su carisma y han creado instituciones educativas, sociales, hospitalarias u otras, siempre buscando el mejor bien para los seres humanos.

La santidad aquí en la tierra es una tarea y un compromiso: transmitir el amor recibido a los demás. Sólo el que se sabe amado, ama de verdad. Del mismo modo que sólo el que se sabe liberado puede liberar. Y el que se sabe salvado, salvar. En esta línea podría leerse 2Cor 1,4.6: Dios nos consuela para poder nosotros consolar a los que están en tribulación. Cuando uno no se siente salvado, se pasa la vida compadeciéndose de sí mismo. Cuando uno se sabe salvado y amado (y eso es precisamente ser santo, saberse salvado y amado), utiliza su vida en bien de los demás, ya no tiene que preocuparse de sí mismo y puede emplear todas sus fuerzas en preocuparse de los demás.

Los cristianos han encontrado en Jesús de Nazaret un verdadero modelo de santidad. El es, como reconoce un endemoniado, “el Santo de Dios” (Lc 4,34). Una santidad que se manifestaba en su libertad ante la ley, en su modo de entender la religión (religión que ha sido hecha para el hombre y no el hombre para la religión), en su cercanía a los leprosos (considerados contagiosos y alejados de Dios y, en todo caso, alejados de la sociedad), en su trato con las mujeres y los niños (entonces marginados socialmente), y en su modo de dirigirse con una confianza filial a Dios como Padre querido y cercano. Los discípulos de Jesús estamos llamados a comportarnos de modo similar, en otras circunstancias históricas.

Ir al artículo

Posteriores Anteriores


Logo dominicos dominicos