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Ene2018El infierno es papá y mamá
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Ene
Para algunos niños o niñas el infierno ha sido el pederasta de turno (clérigo o no clérigo). En el último caso publicado y llamativo el infierno han sido los propios padres. Me estoy refiriendo a esta pareja norteamericana, aparentemente muy religiosa, que ha tenido esclavizados a sus trece hijos prácticamente durante toda la vida: hambrientos, malolientes, encadenados, palizas, ¿para qué seguir? Conozco algún caso de niña o niño abusado por sus propios familiares. Y conozco también algún caso de niños o niñas no bien queridos por sus padres. No estoy hablando de los habituales problemas de relación. Estoy hablando de mal trato y de no querencia. Parece difícil maltratar a los hijos pequeños, pero hay casos. Más de los que se conocen y se denuncian.
¿Hasta dónde puede llegar la maldad humana?, ¿hasta dónde, en el ser humano, la animalidad puede con la racionalidad? Claro que esta animalidad está bien alimentada por la tentación luciferina del espíritu al que se le ocurren los peores pensamientos y las peores ideas. Esta violencia familiar no es más que un reflejo de la violencia social, y es una muestra extrema de un pecado que a todos nos acosa. Por eso, tales casos son una llamada de atención a aquellos que nos creemos buenos: “el que crea estar en pié, mire no caiga” (1 Cor 10,12).
El infierno es papá y mamá, titular que me he permitido copiar, es una buena llamada de atención para aquellos que dicen que no existe el infierno; y también para aquellos que dicen que el infierno es creación de Dios. Los que dicen que no existe deberían mirar tantas situaciones infernales intrahistóricas, a menor escala en las familias; y a mayor escala en situaciones como Auschwitz, Camboya, Gulag (= campos correccionales soviéticos), etc., etc.
Estas situaciones infernales no las ha creado ni querido Dios, son obra de la maldad humana. Dios sólo sabe hacer cielos, sólo quiere nuestro bien, el bien de todos, también el bien de los que hacen el mal. El bien de los que hacen el mal comienza por la conversión, por el cambio de actitudes y de mentalidad, por decidirse a hacer el bien.