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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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3
Oct
2010
El bien, todo bien, sumo bien
5 comentarios

Francisco de Asís es un extraño personaje que inquieta y atrae al mismo tiempo. Inquieta porque nos recuerda la gravedad y seriedad del evangelio. Y atrae porque vemos en él un ideal humano y cristiano que también quisiéramos realizar nosotros.

Lo que de verdad interesa de San Francisco viene expresado sintéticamente al comienzo de las Florecillas: “Primeramente es de advertir que el glorioso Padre San Francisco en todos los hechos de su vida fue conforme a Jesucristo”. Recordar a san Francisco es un estímulo para conformar nuestra vida a Jesucristo. Lo que Francisco recomienda a sus hermanos es seguir la doctrina y la vida de Nuestro Señor Jesucristo y guardar el Santo Evangelio del Señor Jesús. La vida y escritos de Francisco son una clara confesión de fe y una descripción de su itinerario ininterrumpido hacia Dios: “Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, Tú eres grande. Tú eres altísimo. Tú eres el bien, todo bien, sumo bien”, escribió en un papel que entregó a fray León. Si el Señor es el único bien, no hay tierras que sean sagradas, no hay negocios que sean intocables, no hay estandartes que se defienden a cualquier precio, no hay partidos que nunca se equivocan, no hay pasiones que siempre me dominan, no hay intereses que me hacen perder la cabeza.

En este contexto se entiende su amor a la pobreza. Ella no es un fin, sino un medio para vivir mejor el evangelio, para hacer verdadero el “Tú eres santo, tú el sumo bien”. Para Francisco la pobreza va unida al amor. Ella nos libera de nuestro egoísmo, de nuestro afán de posesión, de toda inquietud, confunde toda codicia, toda avaricia (Saludo a las virtudes), y nos permite estar pendientes del otro, atentos a su persona. Hay una hermosa leyenda que narra los desposorios de Francisco y sus hijos con la pobreza. Cuando la dama pobreza comprende que ha topado con sus más fieles servidores, abre su cobre y obsequia a los hermanos. Y entonces los hermanos “se hartaron de amor y de paz en aquella pobre mesa, llena de promesas de lealtad”. La pobreza es un camino de amor: nada puede interponerse entre el otro y yo. Ponte siempre en lugar del otro, dice Francisco a sus hermanos, sobre todo si tienes poder de mandar. Cuando recibía a un joven postulante, daba gracias a Dios, diciendo: “Gracias, Señor, por el amigo que me has dado”.

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30
Sep
2010
La ley no salva
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Todo grupo humano necesita un mínimo de organización. También la Iglesia y las instituciones religiosas. Pero una cosa es el buen orden en los grupos y en las instituciones y otra hacer de la religión un conjunto de normas y preceptos que, para colmo, se consideran salvíficos. San Pablo, en sus cartas, dejó muy claro que la salvación ofrecida por Dios en la cruz de Cristo reemplazaba definitivamente a la obediencia a la ley como medio de justificación ante él. Por ser oferta de amor, encuentro y reconciliación, la salvación es gratuita. Pretender obtenerla por el cumplimiento de una ley sería desvirtuar totalmente su gratuidad. Si la salvación no depende del cumplimiento de la ley, eso significa que Dios pone la salvación a disposición de todos los hombres, sin condiciones onerosas. Sin ley, la salvación puede ser universal.

Por otra parte, la liberación de la ley abre a la universalidad del cristianismo. Deberíamos recordarlo cada vez que buscamos signos unificadores de la fe en la liturgia, en las costumbres o en la teología. Precisamente lo propio del cristianismo es su capacidad de adaptación a nuevos lenguajes y culturas. Liberados de la ley, podemos ser universales. Una uniformidad impositiva es colonización. No hay un único modo de celebrar, de explicar la fe, de organizar la parroquia, de vivir en comunidad. El pluralismo como principio forma parte de la universalidad del Evangelio, para todos los hombres, de todos los tiempos y culturas.

La ley, dice también san Pablo, encuentra todo su sentido en el único precepto del amor. El mandamiento del amor, que reemplaza a la ley, tiene capacidad primero de relativizar normas, de orientar todo en función del bien de la persona, y luego de adaptarse a distintas circunstancias. Si la ley de Dios es ley de amor, no puede confundirse con el derecho religioso y, mucho menos, con el derecho del más fuerte. Cuando se trata de cuestiones organizativas y, sobre todo, de leyes que afectan sólo a la persona, por ejemplo determinadas leyes sobre alimentos o costumbres piadosas, no convendría vivirlas como un carga que culpabiliza a quien no las cumple. Se trataría más bien de cumplirlas como personas libres bajo la gracia.

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29
Sep
2010
Huelga sí, pobreza no
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Escribo poco antes de las 13 horas del día de la huelga. Leo que la incidencia ha sido alta en la construcción, industria, mercados y transporte; y poco significativa en comercio, banca, administración, oficinas y enseñanza. En la ciudad de Valencia el poco seguimiento del paro en comercio, enseñanza, banca y oficinas era evidente. Todo estaba abierto. En algunos locales había carteles con el anuncio de la huelga, pero el comercio funcionaba con normalidad. Cuento como sintomático lo que he visto en “El corte inglés”. El edificio más céntrico de esta cadena de almacenes tiene cuatro puertas en Valencia. En la puerta uno había cinco policías y delante de los policías un grupo de sindicalistas con banderas. A las personas que querían entrar por esa puerta, la policía les indicaba que fuesen a la puerta de al lado. En esta puerta, la número 2, no había ni policía ni manifestantes y la gente circulaba con toda normalidad. En las puertas 3 y 4 no había policía, sí había manifestantes con banderas, pero no impedían el paso de la gente, que circulaba con toda tranquilidad.

Gracias a Dios, en este país nuestro hay derecho a la huelga. También hay derecho al trabajo. Porque hay unos niveles aceptables de libertad. Mi sospecha es que las personas más pobres no pueden hacer huelga. Unos porque cobran tan poco que si dejan de trabajar, dejan de comer. Y otros porque no tienen trabajo. Esos son los problemas que habría que solucionar. Es legítimo defender los sueldos y protestar por los recortes. Los funcionarios han visto recortado su sueldo y eso hace daño. Pero hay otros que no tienen recortes porque no tienen sueldo. A esos tampoco hay que olvidarlos. Yo de economía y política entiendo poco. Pero algo hay que hacer para que cambie ese sistema basado en el egoísmo y la codicia. Ese sistema en el que los ricos nunca pierden. Peor aún, siempre ganan más. Eso es lo escandaloso. Yo no sé que diría Jesús ante la huelga. Es posible que dijera algo así como: “¿quién me ha nombrado juez de vuestros repartos monetarios?”; pero también es posible que añadiera: “los pobres siempre están ahí”. Precisamente por eso, porque siempre están ahí, yo doy por supuesto que los comedores sociales no han hecho huelga. Aunque no estaría mal que una de las reivindicaciones de la huelga fueran políticas que hicieran innecesarios esos comedores.

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26
Sep
2010
Estado laico, claro que sí
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Laico es una palabra que, en boca de algunos políticos y para algunos oídos, tiene connotaciones de opuesto a religioso. En realidad es una palabra de origen cristiano y su contrapartida no es lo religioso, sino lo clerical. Laico quiere decir “uno del pueblo” y, más en concreto, uno del pueblo de Dios. Laico es el cristiano que no es clérigo.

La Iglesia católica no pretende tener en sus manos el gobierno de los asuntos temporales. Es doctrina católica que estos asuntos están encomendados a los laicos, sean o no cristianos. Por tanto, estado laico puede significar que los negocios del mundo y la organización de la sociedad son responsabilidad de los laicos. Dice Benedicto XVI: “El deber inmediato de actuar a favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública”. Los cristianos laicos realizan su deber de configurar rectamente la vida social “cooperando con los otros ciudadanos”.

En la famosa palabra de Jesús: “dad al Cesar lo que es del Cesar” podemos encontrar un buen antecedente a favor de lo que hoy se suele entender por estado laico. Esta y otras muchas realidades que parecen conquistas de la modernidad tienen orígenes cristianos. Piénsese en los derechos humanos o en los ideales de igualdad, libertad, solidaridad y fraternidad. La Iglesia no pretende hacer valer políticamente su doctrina. Solo pide poder ser escuchada y respetada. Y cuando argumenta a favor o en contra de determinadas leyes lo hace desde la razón y el derecho natural, aunque su inspiración última provenga del Evangelio.

Por su parte, el estado laico debería evitar hacer del laicismo una “confesión” o una “religión”. Dicho de otro modo: el estado laico no puede olvidar que algunos ciudadanos son religiosos. Y, tanto si son mayoría como minoría, debe facilitar el libre ejercicio de la religión, como derecho fundamental de la persona, no solo en sus manifestaciones privadas, sino también en las públicas. Si en vez de favorecer la religión la dificultase, se convertiría en un estado “militante” y haría de la anti-religiosidad una especie de religión del Estado.

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25
Sep
2010
Clérigos y sexualidad
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Célibes y casados tienen que humanizar su sexualidad. Cuando el célibe es religioso o presbítero, mucha gente le presupone un plus de ejemplaridad. De modo que, cuando se da publicidad a algún acto suyo que parece contradecir lo que predica, al error, pecado o delito se añade el escándalo o la indignación. Pero, ¿qué pasa cuando la noticia es errónea? En la última semana dos clérigos en la diócesis de Valencia han sido acusados de delitos sexuales. Pero uno, del que se han publicado datos personales con foto incluida, ha sido falsamente señalado. ¿Quién repara el daño causado?

La reacción del Arzobispado, en ambos casos, ha sido modélica. En el caso del presunto culpable no sólo son de alabar las medidas tomadas, sino también la discreta actitud con el implicado. Una cosa no quita la otra. La exigencia de responsabilidades no tiene que impedir la misericordia y la comprensión. Misericordia que todos necesitamos. Tanto más cuanto peor estamos. Y comprensión, que no significa aprobación.

En el caso de los clérigos el problema no es el buen o mal uso de la sexualidad; el problema no es que, como todo ser humano, sean tentados y en ocasiones caigan en la tentación. El problema son los modos, las maneras. El problema es el abuso de menores y de personas vulnerables. Eso es lo inaceptable.

Ocurre que, en lo relacionado con la sexualidad, se atribuyen a la Iglesia o a algunos eclesiásticos las posiciones más rígidas y, a veces, más intransigentes. Si la institución a la que uno representa se muestra dura en determinadas materias, cuando uno de sus miembros falla en asuntos relacionados con la materia, parece mayor la incoherencia, el asunto se convierte en morboso y algunos aprovechan la ocasión para airear la hipocresía de la institución.

Clérigos, frailes, monjas y curas, son gente débil. En materia sexual también. Y cuanto más claro lo digamos, mejor. No son personas santas, aunque aspiran a serlo. Y les cuesta. Como a todos. Ni más, ni menos. En su caso se añade la dificultad de compensar (sí, sí, compensar, aunque se puede compensar de muchos modos, con entrega apostólica o vida comunitaria por ejemplo) las dificultades del celibato.

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22
Sep
2010
Verbo gracioso
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Es posible algunos lectores del blog leyeran, en la última de mis crónicas del pasado Capítulo General de los dominicos, que en el antiguo Misal dominicano se pedía para los predicadores “la gracia de la predicación y el verbo gracioso”. Verbo gracioso, o sea, el uso elegante de la palabra. Porque las formas también son importantes. Ocurre lo mismo con los lectores en la Eucaristía: el criterio es leer bien, del mismo modo que el criterio para dirigir los cantos de la Misa es cantar bien. Porque si no se lee bien, la gente no entiende y la Palabra de Dios se bloquea. Igualmente si el predicador aburre, la gente no atiende. Y la buena noticia se desperdicia, el mensaje se pierde.

Ahora bien, el uso elegante de la palabra no es suficiente. No por oír a un buen predicador la gente se convierte. Buen ejemplo es lo que, a muchos que predican con cierta decencia, les suele ocurrir: en celebraciones a las que acude bastante gente que no suele frecuentar la Iglesia, como bodas y funerales, alguno de estos no practicantes se acerca al predicador para decirle: “si todos hablasen como usted, o si todos fuesen como usted, yo acudiría más a la Iglesia”. Cuando alguna vez se han dirigido a mí con estas palabras, me he sentido halagado, pero no engañado: las personas que eso dicen buscan justificarse ante ellas mismas y quizás ante mí por no acudir a la Iglesia.

La fe necesita testigos. Nace de la predicación. El testigo tiene que ser coherente con lo que testimonia y el predicador tiene que ser elocuente. Sólo así resultaran creíbles. Pero la credibilidad sola no garantiza la conversión del oyente. Lo que el oyente recibe no está bajo el control del testigo ni del predicador. Si la buena predicación es el camino que toma la Palabra para hacerse oír, la respuesta es responsabilidad del receptor. De modo que, oyendo la misma predicación, unos creen y otros no. Eso no quita para nada la responsabilidad del predicador, pero deja claro que la respuesta no es cosa suya. Lo suyo es solo la buena predicación. Que no es poco. Pues con ella se sostiene la fe de los creyentes, se puede hacer pensar a los no creyentes que la escuchen y quizás, a estos no creyentes, se les convenza de la seriedad de lo predicado.

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19
Sep
2010
Roma, un balance positivo
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El martes por la noche estaré de nuevo en Valencia. Con el curso a punto de empezar en la Facultad. Con la necesidad de “arreglar” programas y apuntes en función del nuevo curso. A mí me parece un gesto de respeto a los alumnos el presentar el primer día de clase el programa de la asignatura, materiales de estudio y trabajo, y una buena bibliografía, de modo que desde el principio todo quede claro y no haya sorpresas a lo largo del semestre. Pero no quería hablarles de mis clases, sino hacerles llegar mi balance, fundamentalmente positivo, de esos días pasados en Roma. El Capítulo casi ha terminado. Y ha terminado bien. Tenemos un buen Maestro, van a salir unas buenas actas.
 

Estos días pasados en Roma han ocurrido una serie de acontecimientos eclesiales importantes, como la visita del Papa al Reino Unido. No he podido hacerme eco de sus discursos en el blog, porque no he tenido tiempo material de leerlos. Me he dado cuenta de que los medios de comunicación social se interesan por lo más llamativo, que si lo curas pederastas, que si el posible atentado contra el Papa, que si la manifestación en contra de la visita de 15.000 personas (o las que fueran). A veces yo comento estas cosas, pero prefiero fijarme más en la buena doctrina que imparte Benedicto XVI. No porque lo otro no sea importante, sino porque de lo otro hablan muchos y de la doctrina, pocos. De todos modos, como los discursos papales están al alcance de todos, no hemos perdido nada con la ausencia de mis comentarios o subrayados.
 

Una cosa sobre el Capítulo, que no he puesto en las crónicas (la última saldrá dentro de unas horas). Me he dado cuenta de la gran libertad de palabra que hay en la Orden. Cierto, en nuestra Orden hay tendencias y sensibilidades distintas. Pero, en general, siempre es posible entenderse. No he visto radicalismos, no he visto a nadie aferrarse a sus posiciones. He visto muchas ganas de razonar, de explicarse, de convencer. No de vencer. Las posiciones más “extremas” que hay entre los dominicos tienen todas un punto de moderación, que hace que podamos sentirnos en comunión, precisamente porque estas posiciones se defienden con datos y razones. Una última cosa: en un Capítulo, tan importante como lo que se aprueba, es lo que no se aprueba, lo que la Asamblea no acepta, lo que no sale en los papeles. El non placet, a veces, es tan significativo como el placet.

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16
Sep
2010
Deseo y compromiso de Dios
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Las palabras “hagamos al hombre a nuestra imagen, como semejanza nuestra”, que Dios pronuncia antes de crear al ser humano, más que una orden que obtendría resultados inmediatos, expresan un deseo y un compromiso de Dios.
 

Un deseo, puesto que no basta con crear un ser capaz de amor y libertad para convertirlo en imagen de Dios. Es preciso que estas capacidades se realicen. Y para que se realicen se necesita la colaboración del hombre, cosa no garantizada de antemano. No basta con que el ser humano realice cualquier tipo de elección, condicionada por su codicia, ni que ame por el placer o el interés que encuentra en ello. Debe esforzarse por liberarse de aquellas ataduras que le encadenan al mal y debe amar en la gratuidad y la generosidad. La creación del ser humano a imagen y semejanza de Dios sólo se encuentra consumada cuando el hombre acoge libremente a su Creador y ordena su vida según la voluntad amorosa de Dios. El hombre es co-creador de sí mismo y, por tanto, co-creador de la imagen divina que le constituye. Al crear, Dios realiza un acto de confianza en el ser humano, pero también asume el riesgo de que la imagen impresa en el hombre se oscurezca, se degrade y no logre la realización deseada.
 

La creación del hombre a su imagen es, también, por parte de Dios, un compromiso, el de trabajar para que su deseo se realice. Por una parte, para hacerse semejante a su Creador el hombre deberá conocer el modelo que debe reproducir, es decir, conocer a Dios. Eso significa que, al crearlo, Dios se compromete a revelarse al ser humano. La revelación está implicada en el hecho de haber sido hecho a imagen de Dios. Pero puesto que en la presente situación toda revelación de Dios es, por naturaleza, imperfecta, oscura, la imagen nunca acaba de realizarse del todo. Más aún, en este mundo el hombre está sometido a múltiples seducciones que le apartan de su destino. Por tanto la creación del hombre implica el compromiso de Dios de asistirle en una empresa que está por encima de sus fuerzas y el compromiso de salvarle de la muerte, para que un día esa imagen pueda encontrarse claramente con su modelo y realizarse en plenitud. Y así puede decir una de las cartas de Juan que seremos semejantes a Dios cuando le veamos tal cual es.

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13
Sep
2010
Especie única
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“Yo soy especie única” decía Miguel de Unamuno. Cada uno de nosotros es único, irrepetible, singular. He recordado la frase de Unamuno releyendo en el capítulo primero del Génesis que Dios creo la hierba del campo, los peces del mar y los animales de la tierra “según sus especies”. Sin embargo, el hombre no ha sido creado en masa, como se dice de las otras criaturas, sino aparte, como ejemplar único, y de cerca, por una palabra que Dios le ha dirigido personalmente. Allí donde no hay más que géneros de criaturas, de seres creados “según su especie”, aparece el primer nombre propio: Adán, creado “a imagen de Dios”, porque su destino no está hecho a la medida de un mundo creado ya hecho del todo. Cada uno ha sido elegido personalmente “antes de la fundación del mundo”, para ser “hijo adoptivo por medio de Jesucristo” (Ef 1,3-6).
 

Dios es libertad y amor, soberana gratuidad. El hombre ha sido hecho a su imagen porque es capaz de libertad y de amor, porque hay gratuidad en él. En eso mismo que constituye lo específico de la humanidad se encuentra la imagen de Dios. Se encuentra también en la capacidad que tiene el hombre de entrar en relación con otro, en la medida en que la relación implica libertad y elección afectiva; o también en la capacidad de dirigir la palabra a alguien, ya que esto equivale a reconocerle como semejante, capaz de establecer una alianza de amor conmigo. El hombre es imagen de Dios por su aptitud para salir de sí e ir hacia el otro, por su capacidad de dar la vida por amor.
 

Mientras las otras criaturas terrestres están sujetas a la necesidad, el hombre, por ser imagen de Dios, puede elegir y escapar de la necesidad que rige a los otros seres del mundo. El hombre es el único ser capaz de no permanecer tal como ha sido hecho, tiene poder para construir su propio porvenir original, capacidad de hacerse a sí mismo. Está siempre en devenir porque está secretamente trabajado por una alteridad que le atrae más allá de sí mismo, por una trascendencia que le invita a superarse más allá de los límites en los que están encerrados los otros seres. En este sentido cada ser humano es único, singular, especie única.

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11
Sep
2010
Contar historias para que Dios venga
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Desde los comienzos de la historia Dios no cesa de buscar al ser humano. Pero desde estos mismos comienzos el hombre se aleja del Dios que le busca. Surge entonces la pregunta: ¿quién es ese Dios que deja al hombre escapar de su persecución? En nuestros tiempos hay algo más que alejamiento. Ocurre que el ser humano ni siquiera parece enterarse de que Dios le busca.
 

Leyendo a Descartes me encontré con la sorpresa de esta confesión: “reconocer muy claramente que la certeza y la verdad de toda ciencia depende únicamente del conocimiento del verdadero Dios”. Ya no es así en nuestros días: el Nombre de Dios no pertenece al lenguaje universal de la ciencia, ni de la cultura, ni de la sociedad. ¿Qué puede significar, en semejante contexto, hablar de Dios? El mundo está vacío de Dios y de dioses. Quizás hay que cambiar de lenguaje. Para que Dios venga hay que contar historias. Como hacía Jesús. Historias de gente sorprendente, muy humana, pero que al mismo tiempo rompe los cánones de lo humano. Por ejemplo, la historia del dueño de un campo que paga un salario abundante a quien no se lo ha ganado; o la de un padre que acoge a un hijo que ha malgastado su herencia; o la de un viajante que auxilia a un herido extranjero y desconocido, y encima paga los gastos de hospitalización.
 

Lo mejor sería que en estas historias estuviera implicado el que las cuenta. Y que, en vez de contar la historia de otros, contase su propia historia. Estas historias trazan los caminos del Reino de Dios en nuestra historia. Se trata de la historia de unas personas que se convierten en relatos de Dios. Se trata de la historia de Dios en la de los cristianos que van al mundo con una preocupación por la paz, la unidad, la felicidad, el porvenir de la humanidad. Y hacer de estas historias motivo de conversación, que hará posible enunciar la relación del Dios de Jesús con los hombres, puesto que de esta manera Dios mismo se compromete a favor del mundo. Dios sigue acercándose al hombre, incluso cuando parece desaparecido. ¿Seremos los cristianos capaces de hacerle aparecer?

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