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Ene2009Aviso para navegantes
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Ene
Demasiadas veces los católicos hemos expuesto nuestras convicciones como reacción ante posturas o doctrinas consideradas inaceptables. Cuando se reacciona en contra de algo, se suele endurecer la propia posición, presentarla de forma parcial, recalcar aspectos que en circunstancias más serenas se hubieran acentuado de otra forma. De este modo obstaculizamos el diálogo y nos cerramos al encuentro con otras posiciones. El Concilio Vaticano II sigue siendo ejemplar: allí no se trataba de responder a nadie, sino de ofrecer al mundo lo que la Iglesia es y lo que cree.
Digo esto porque ante los anuncios sobre la no existencia de Dios aparecidos en los autobuses públicos españoles, se oye que se prepara una campaña de signo opuesto, si es que no ha empezado ya. No aconsejaría a nadie que se sumase a esta campaña supuestamente creyente ni que gastase un céntimo para favorecerla. Más bien aconsejo la lectura de un reciente artículo de Olegario González de Cardedal. En él se puede leer: “Quien se apropia el nombre de Dios o lo blande como arma frente al prójimo, está profanando a Dios y ofendiendo a su prójimo”. “No se puede hacer comercio, propaganda o ideología con este santo nombre”. “Lo que causa asombro al creyente no es la increencia del prójimo, sino su propia fe, porque sabe que es puro don de Dios. Nada más contradictorio con ella que despreciar o acusar a quien no la tiene: esto revelaría que quien lo hace no sabe lo que es el admirable don de creer, que ha confundido lo que es gracia con lo que es un vulgar producto que se compra, una idea que se fabrica o una mera herencia que se recibe”.
Las afirmaciones, las negaciones, las polémicas o las frases propagandísticas nunca convencen del todo. En el terreno de la fe convence una vida transformada como efecto de un encuentro transformador. Dios ni se demuestra ni se impone. Se propone y siempre de forma respetuosa. Jesús dejó un signo para que el mundo creyera: el amor mutuo. En eso, y posiblemente sólo en eso, se reconoce a sus discípulos.