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Feb2009Y Dios vive en nosotros
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Feb
Ya he notado lo sorprendente que resulta que nosotros vivimos “en” Dios. Igual de sorprendente resulta que Dios vive “en” nosotros. San Pablo y san Juan lo dicen con diferentes fórmulas que pueden resumirse en esta: “Dios mora en nosotros por el Espíritu que nos ha dado” (1Jn 3,24; cf. 1Co 3,16). Pero como el Espíritu es inseparable del Padre y del Hijo, es posible decir que “el Padre y el Hijo hacen morada” en nosotros (Jn 14,23).
La cuestión no es solo como puedo vivir en Dios, sino también como puede Dios vivir en mi. ¿Cómo puedo vivir en otro y cómo puede otro vivir en mi? No se trata de poesía. Se trata de realidad y de experiencia. De lo contrario, negamos el realismo de la revelación cristiana. Así, pues, ¿cómo se acoge a una persona, cómo se la recibe? ¿Cómo puede Dios hacerse presente en lo más profundo de mi ser, con una presencia no alienante, sino personalizante? Dios habita en mí, y eso, lejos de anularme, refuerza mi personalidad, me hace ser más yo.
Uno puede vivir “en” otro por el deseo, el conocimiento y el amor. Conocer, desear o amar es un modo de tener presente al otro en mi memoria y en mi vida, un modo de que esté en mí. Más aún, cuando el amado me dice una palabra de amor se está entregando a sí mismo, y al acoger su palabra, le acojo a él. Con la palabra no sólo comunico información. Me comunico a mi mismo, me expreso en la palabra. Dirigir a otro la palabra no es sólo cubrir la distancia que del otro me separa, sino dar a conocer mi interioridad y poner algo de mi alma en la del otro. La palabra es el medio por el que dos interioridades se manifiestan una a la otra para vivir en reciprocidad. La palabra es signo de amistad. Hablar es una forma de donación de la persona a otra persona. Uno se abre al otro, ofreciéndole la hospitalidad, en lo mejor de sí mismo. Cada uno da y se da en una comunicación de amor. Pues bien, Dios en Cristo nos ha entregado su Palabra. Al acoger las palabras de Jesús, le acogemos a él (cf. Jn 15,7.10), y al recibirle a él, recibimos al Padre (Jn 13,20). Al acoger sus palabras, Jesús mismo se nos hace presente por medio de su Espíritu: “Cristo vive en mi” (Gal 2,20).