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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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24
Jun
2008
Unidad sin fisuras, ¿en torno a qué?
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A veces, en algunos discursos eclesiales, aparecen apremiantes llamadas a la “unidad sin fisuras”, a la “fidelidad eclesial”, y a la “resistencia” ante determinadas leyes o programas políticos. Estas llamadas generan grandes entusiasmos y grandes incomodidades. Los entusiasmos, más que a fidelidades eclesiales, suelen deberse a posiciones políticas, porque en cuanto el eclesiástico dice algo con lo que no comulgan los entusiasmados, entonces le ignoran o descalifican. Las incomodidades provienen de aquellos que sospechan que detrás de la apelación a la unidad está el uniformismo, detrás de la fidelidad está la sumisión, y detrás de la resistencia se encuentran asuntos discutibles. Esto me lleva a pensar que también hay resistencias a las mociones del Espíritu que actúa más allá de las fronteras eclesiales; hay una unidad en la comunión, que no suprime, sino que respeta y valora las diferencias; y hay una fidelidad fundamental a Cristo nuestro Señor.

No me refiero a casos concretos, porque cada caso es único y requiere su propio análisis. Además, los casos concretos despiertan mucha pasión y, desgraciadamente, bastantes personas los juzgan visceralmente, incapaces como son de reconocer que la realidad no es ni blanca ni negra, se parece más a la amplia gama de matices del gris. Siguiendo con consideraciones generales, a veces da la impresión de que algunas llamadas a la unidad se refieren a cuestiones accidentales. En ese caso basta una unidad en las formas, importando poco la unidad en el amor. Y, sin embargo, allí donde hay amor, hay unidad en lo esencial y apertura mental para acoger puntos de vista distintos y, por eso mismo, enriquecedores. Apertura mental para comprender eso que decía el Vaticano II: una misma concepción cristiana de la vida puede conducir a soluciones divergentes, a juzgar del mismo asunto de distinta manera (Gaudium et Spes, 43). La comunión no la rompe el que se atreve a soñar o hace gestos de desaprobación, sino el que hace de ella bastión fortificado en el que no cabe ninguna discrepancia.

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20
Jun
2008
Formarse para hablar de Dios
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En estos dos últimos años he tenido ocasión de dirigirme, en diversas ciudades de España, a catequistas y profesores de religión. En todas partes he insistido en algo que me parece fundamental, a saber, que en las tareas pastorales la actitud es un elemento imprescindible. Se puede enseñar informática y pensar que eso es perjudicial; pero no puede enseñarse religión sin estar convencido de la absoluta necesidad de lo que se enseña que, en definitiva, no es otra cosa que la persona misma de Jesucristo. Pero si la actitud es necesaria, no es suficiente. Junto con la actitud, la preparación, la buena formación, la competencia, en suma, es otro requisito para realizar una buena tarea pastoral.

La razón fundamental de la necesidad de una buena formación es la ley de la encarnación: Dios se puso a merced de un acontecimiento humano, asumió el riesgo de lo humano. La ley de la encarnación, aplicada a la tarea pastoral, suena así: cuanto más preparados estamos, mejor actúa Dios; y cuando no estamos preparados obstaculizamos y hasta impedimos la acción divina. Dios nunca actúa directamente, actúa a través nuestro, a través de causas segundas, dicen los teólogos. Si Dios actúa a través de lo humano, cuanto mayor sea la calidad de lo humano, cuanto más preparados estemos, mejor se transparentará la obra divina. La calidad del instrumento, en este caso nuestra preparación, condiciona la transmisión y la recepción. A veces oigo decir a algunos catequistas, más voluntariosos que preparados: “el Espíritu Santo me ayudará y me inspirará lo que tengo que decir”. Olvidan que la acción del Espíritu se da a través del estudio, de nuestro esfuerzo. Y por tanto, cuando no estamos formados, cuando no nos hemos actualizado, cuando no hemos estudiado bien el tema, el Espíritu “inspira” tonterías, ridiculeces o cosas de poco nivel (dicho sea pidiendo perdón al Espíritu por atribuirle lo que sólo debe atribuirse a nuestra desidia o a nuestra pereza).

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15
Jun
2008
Contento de ser como soy
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¿Se acuerdan de Cristina Kaufmann? Sí, esa monja carmelita de Mataró, que un día fue entrevistada por Mercedes Milá en la única televisión de entonces y ante la pregunta de la periodista sobre qué era eso de rezar y para qué servía, la monja se puso a rezar ante las cámaras provocando un aluvión de llamadas que solicitaban la repetición del momento. Pues bien, en una entrevista poco conocida grabada meses antes de su muerte, Cristina Kaufmann ofrece esta sorprendente definición de creer: “Creer es estar contento de ser como soy. Y saber, de alguna manera, que mi vida no es inútil, que hay alguien a quien le agrada que yo viva”.

Creer es estar contento de ser como soy y de ser quien soy. O sea, creer es aceptarme. Cosa nada fácil en esta sociedad en la que abundan las personas disgustadas consigo mismas, esta sociedad en la que hay mucha gente que desea ser “otra” u “otro”, porque constantemente nos están bombardeando con modelos que distan mucho de ser lo que somos. Importa, pues, ayudar a reconciliar a las personas con el ser que ellas son. Y vivir agradecidos por ello. Cada vida humana es un milagro matemático, una lotería de miles de millones de números en la que sólo hay una posibilidad de ser quien soy. Si mis padres me hubieran engendrado cinco minutos después, si por el motivo que fuese se hubiera retrasado el momento, yo no existiría. Soy el que soy y como soy porque ocurrieron una concatenación de circunstancias humanas y biológicas que se dieron en un determinado momento y que son irrepetibles. ¿Por qué soy así? Sólo puedo ser así y no de otra manera. O así o de ningún modo. Y la vida vale por sí misma. Debería estar agradecido a mis padres, tantas veces abandonados, criticados, no aceptados, sencillamente por ser, por ese regalo que vale por sí mismo. Si no estoy satisfecho de ser quien soy, difícilmente podré reconciliarme con mis orígenes humanos y con ese origen más profundo de mi vida que es Dios.

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11
Jun
2008
Esperanza esperable
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Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Sin embargo, mi impresión es que falta mucha esperanza, no sólo en esos lugares donde abunda la pobreza y escasean las posibilidades de trabajo, sino también en nuestro mundo rico, en el que tenemos de todo, pero nunca acabamos de estar satisfechos. He leído en George Sand que a las personas nos gusta tanto viajar porque no estamos contentos en ningún lugar. Y Bernardo de Claraval  dice que los seres humanos, en vez de agradecer lo que tenemos, nos pasamos la vida lamentando lo que no tenemos. Nunca estamos contentos del todo. Y, en ocasiones, no estamos satisfechos de nada. En estos casos es frecuente utilizar la palabra esperanza para animar a los que se encuentran desanimados o en mala situación.

Tan importante como dar esperanza es no profanarla. En el ámbito personal, en el político, y también en el religioso, cuando aparecen dificultades, se hacen apelaciones a la esperanza. Pero la esperanza no es un consuelo para acallar protestas, un recurso para conseguir votos a base de falsas promesas, o un modo de cerrar los ojos ante las dificultades apelando a futuros que nunca llegan. La esperanza debe ser esperable. Y se hace esperable cuando ofrecemos soluciones, cuando buscamos salidas buenas y reales para la situación opresiva. Ejemplos de esperanza profanada por no esperable son las posturas que reflejan estos recientes titulares de prensa: “El Gobierno dice que saldremos adelante, pero no anuncia medidas”; “muchas palabras y pocas soluciones contra el hambre”; “el Gobierno confía en atajar el conflicto con medidas que no precisa”.

Sólo hablan correctamente de esperanza los que antes se han detenido a pensar en las posibilidades que tiene de salir adelante aquello para lo que reclaman esperanza. La esperanza reposa siempre sobre un poder. Cuando se habla de esperanza y las posibilidades de conseguir lo esperado son nulas, o apuntan a los contrario de lo que se desea, aparece la desesperanza. Y eso vale tanto para la esperanza en el futuro Reino de Dios, como para las esperanzas mundanas. La posibilidad es condición indispensable de la esperanza. La esperanza siempre es activa, movilizadora. Sólo ofrecemos de verdad esperanza cuando nos comprometemos a luchar, con todos nuestros recursos, para conseguir lo esperado.

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7
Jun
2008
Desconchados
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A veces me envían comentarios sobre lo que escribo en estos articulitos. Siempre es de agradecer que a uno le lean y más si lo que escribe sirve a otros para reflexionar, incluso para reflexionar sobre el desacuerdo con lo que se lee. Suelo decir a mis alumnos que no pretendo que piensen como yo, ni que repitan lo que digo en clase; pretendo que ellos se hagan su propio planteamiento sobre los temas sabiendo justificarlo. Una vez comencé un examen preguntando al alumno: ¿qué le ha parecido el tema de esta materia opcional? Respuesta: antes que nada quiero manifestarle que estoy en el más completo desacuerdo con el tratamiento que ha hecho del tema. Reacción mía: me parece muy bien; ahora usted hará dos cosas: una, resumirme el planteamiento que he hecho yo del tema, dándome las razones del desacuerdo; y dos, exponer su planteamiento del asunto de forma justificada; seguramente yo no estaré de acuerdo, pero si me lo justifica bien, le pondré un diez. Lamentablemente, tras intentar el alumno resumir lo que yo había dicho en clase, tuve que decirle: lo lamento, usted no ha entendido nada; yo no me reconozco en lo que usted me atribuye.

Todo esto porque pensaba contarles una de las reacciones que he recibido sobre el anterior post. Pero en este caso no para manifestarme ningún desacuerdo, sino todo lo contrario. Mi corresponsal casi podría haberlo incluido como comentario, pero dados los filtros la gente no acaba de animarse a filtrarse. Así que lo copio para general conocimiento: “Lo que me parece más triste Martín es que la Iglesia no se pueda entender como una casa, como una familia, donde si uno ve un desconcho lo dice para que no se nos caiga el muro y poner remedio. Porque si no se arregla se nos puede caer el muro, como ha pasado con la pederastia en Estados Unidos, que hemos tenido que llamar al albañil (el Papa) para que vaya a solucionarlo porque no se atrevía la familia de allí a ver que había un desconchón. Pero el muro se cayó y ahora se nota que se cayó. Que triste que muchas veces no se pueda hablar en la Iglesia de los desconchones que tiene”.

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4
Jun
2008
Sobre credibilidades
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En el interior de la Iglesia hay grupos de creyentes que no consideran creíbles a otros grupos. Incluso no consideran creíbles determinadas actuaciones de sus propios prelados. Como no es fácil que los otros cambien, este no considerar a otros creíbles sólo se supera elevando el propio nivel cultural y la propia madurez en la fe. Pues para el cristiano, la credibilidad brota de la persona, la palabra y la obra de Jesús y no de la respuesta que unos u otros damos a Jesucristo. En este sentido Tomás de Aquino dejó dicho, a propósito del escándalo dentro de la Iglesia, que las personas maduras en la fe “se encuentran firmemente afianzadas en Dios, cuya bondad es inmutable, y aunque están unidas a sus superiores eclesiásticos, lo están solamente en la medida en que éstos lo están con Cristo”. Así el escándalo queda superado, pues “por más que vean que los otros se comportan desordenadamente, ellas no declinan de su rectitud” (Suma, II-II,43,5).

Con los alejados, la credibilidad depende de la imagen que damos los creyentes. De ahí la importancia de que los discursos más oficiales y las actuaciones de los cristianos más representativos dejen claro el compromiso de la Iglesia con los pobres y oprimidos, por mucho que esto indisponga a los poderosos. Ahí nos jugamos la credibilidad de la Iglesia. Sin duda también es verdad que la imagen de la Iglesia depende de quién mira. Pero a la postre el problema de la credibilidad siempre repercute en los creyentes.

Parece oportuna esta distinción entre credibilidad para creyentes, que se fijan fundamentalmente en Jesucristo, y credibilidad para no cristianos, que se fijan en los cristianos. Los pecados de la Iglesia o su mala imagen (incluida la que pueden dar sus propios medios de comunicación) no produce el mismo efecto en unos que en otros. A los creyentes les apena, pero pueden superar el escándalo mirando a Jesucristo. A los no cristianos les ofrece nuevos motivos de crítica y de alejamiento, ya que su mirada no se fija en Jesús, sino en la visibilidad de su cuerpo terrestre, que es la Iglesia.

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31
May
2008
Igualdad... para algunas
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En primera página del periódico con más tirada de este país se informa hoy de que, por primera vez, el Tribunal Supremo ha reconocido, con efecto retroactivo, la igualdad entre mujeres y varones en la sucesión de títulos nobiliarios. Una gran conquista, sí señor. Sobre todo para algunas. Para las ricas con tiempo y dinero para dedicarlo a esas batallas. Es de esperar que ahora que su tiempo quedará más libre, lo dediquen a nuevas batallas en pro de la igualdad, por ejemplo de las mujeres africanas que tienen en el matrimonio (incluido el católico) el mayor factor de riesgo de contagiarse del virus del sida. Porque los maridos son infieles. ¿Quién lo hubiera dicho, el sida convertido en problema de género? Pues sí.

Dicho sea también en pro de la igualdad. Una agencia católica de noticias ha ilustrado la información del reciente documento vaticano sobre la obediencia de los religiosos con una foto con monjas. Alguien que ha entrado en la página de esta agencia me escribe: “¿Por qué siempre cuando se habla de la obediencia, incluyen la susodicha foto de monjas de clausura? El artículo está escrito por varón. Hay mucho acatamiento a regañadientes y con murmureo, detrás de rejas y velos”.

Eso de la igualdad está sobre todo en el corazón. Las leyes y los signos, aunque sean los de la nobleza, pueden ayudar. Pero sin nobleza de corazón y, sobre todo, sin ese Cristo que transforma las vidas de quienes le acogen porque en él ya no hay ni varón ni mujer (diferencias sexuales), ni esclavo ni libre (diferencias sociales), ni circunciso ni incircunciso (diferencias religiosas), ni judío ni griego (diferencias nacionales), ni bárbaro ni escita (diferencias culturales y raciales), sin él digo, todo puede quedarse en apariencia. Y eso de que no hay ni varón ni mujer, ni judío ni griego, se traduce en relaciones de fraternidad, de solidariedad, de ayuda, de perdón, de comprensión. Y también en políticas de igualdad para todos, y en una llamada a nobles y ricos para que dejen sus pedestales y se pongan al nivel de los plebeyos y necesitados. Así habrá igualdad. Lo demás son cuentos.

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29
May
2008
Comprensión, presupuesto necesario
2 comentarios

Un matrimonio barcelonés, católico, con tres hijos, después de haberlo reflexionado mucho, ha optado por llevar a sus hijos a la escuela pública. ¿Motivo? “Así contribuimos a que en la escuela se den clases de religión y tenemos ocasión de dar testimonio de nuestra fe”. Lo cuenta en Logroño la madre, profesora universitaria, delante de 200 catequistas y profesores de religión. Añade: “en la clase de mi hija mayor (8 años) sólo ella y otra compañera van a la catequesis parroquial”. Pregunta una oyente por su reacción y la de su marido en caso de que la niña se negara a ir a catequesis con el argumento de que no asiste ningún otro compañero de clase. “La obligaríamos a ir, porque queremos lo mejor para ella, de la misma forma que si fuera necesario la obligaríamos a comer o a ir al médico”. Los oyentes aprueban. Yo también.

Más tarde tengo ocasión de contar a algunos oyentes de la anterior historia que en un Colegio de Palma, un día la directora vio a una niña musulmana (de 8 años) sola y triste en un rincón del patio, mientras las otras niñas y niños corrían y se divertían. “¿Por qué no vas a jugar?”. Respuesta de la niña musulmana: “porque mi padre no me deja”. La directora trata de animarla y la invita a ir con los otros. De pronto se da cuenta de que la hermana mayor está vigilando a la pequeña, que sigue sin moverse. Mis oyentes desaprueban la actitud del padre musulmán.

Y, sin embargo, en ambos casos, los padres buscan lo mejor para su hija. La respuesta de la madre cristiana sobre la obligatoriedad de la catequesis para su hija me ayuda a comprender la postura del padre musulmán, a pesar de mi desacuerdo. Sólo desde el respeto y la comprensión será posible un acercamiento de posturas. “Será”, en futuro, porque también el acercamiento requiere paciencia. Quizás lo que no es posible con la primera generación lo será un día con la segunda. Insisto: desde el necesario presupuesto de la comprensión del otro.

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25
May
2008
La importancia del lugar
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Un periódico de hoy informa de la aparición del libro Coloquios nocturnos en Jerusalén (por ahora en alemán, es de suponer que pronto saldrá en castellano) en el que el Cardenal Carlos María Martini ofrece sus pensamientos sobre una serie de temas controvertidos. Leyendo despacio la información de prensa tengo la impresión de que a veces lo llamativo de una noticia está más en el modo de presentarla que en los contenidos. Comenzar diciendo que la Iglesia debe tener el valor de reformarse supongo que es una frase que todo católico consciente debería suscribir y que ya el Vaticano II expresó con la misma o mayor claridad. Decir que el celibato es una vocación es una obviedad. Pedir ideas para discutir la posibilidad de ordenar a hombres casados e incluso a mujeres es eso: pedir ideas para discutir. ¿Acaso hay que tener miedo a la discusión? Pedir una nueva mirada para los temas de ética sexual tampoco me parece que sea ningún atrevimiento merecedor de iras inquisitoriales. Y decir que uno ha tenido problemas con Dios, o sea, dudas de fe, es manifestación de lucidez. La fe siempre suscita preguntas, las preguntas no son malas y las respuestas, en el terreno de la fe, casi nunca son definitivas. El que lo tiene todo claro, hace tiempo que dejó de creer. Benedicto XVI aconseja la “docta ignorancia” en algunos terrenos de la fe.

Las declaraciones del Cardenal Martini me han hecho pensar que el lugar en el que uno se sitúa o la perspectiva que adopta condiciona lo que dice y el modo de decirlo. Y la situación de gobierno, no gobierno, edad, compañeros de viaje, estudios, experiencias personales y sociales, conocimiento de los temas, estado anímico, intereses varios, hace que las cosas se vean de una u otra manera. Por otra parte, es bien sabido que el pensamiento es libre y que no siempre coinciden del todo las posturas oficiales con las opiniones o la práctica privada. Estoy convencido de que el libro de Martini estará lleno de matices, que es seguramente lo que falta en la información de prensa. Y se leerá, porque esos temas interesan. Con todo, no lo olvidemos, lo único que importa en cuestiones de fe es el encuentro personal con Jesucristo. Si lo demás nos lleva a ese encuentro, bienvenido sea.

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23
May
2008
No temas, pequeño rebaño
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Me pregunto si detrás de algunas voces que denuncian la ofensiva laicista y contraria a la Iglesia católica por parte del Gobierno de la nación, hay la convicción, más o menos difusa, de que si esta sociedad fuera de otro modo sería más fácil evangelizar. Ante esto yo respondo: No, este es el mundo que Dios ama, este es el mundo al que el Señor nos envía, este es el mundo en el que tenemos que dar testimonio de nuestra fe, este es el mundo en el que tenemos que vivir y encarnar el Evangelio. Porque no hay otro. Nunca ha sido fácil ser cristiano. Ya en los escritos del Nuevo Testamento se refleja la dificultad de ser cristianos en aquella sociedad de entonces y en todas las sociedades. Ante la grandiosidad del templo (“Maestro, mira qué piedras y qué construcciones” Mc 13,1), símbolo de una sociedad poderosa que se opone al Evangelio y a la que Jesús envía a sus discípulos, que no son más que un “pequeño rebaño”, lleno de temores (Lc 12,23), Jesús declara: “No quedará piedra sobre piedra”. Todo lo que se opone al evangelio no tiene ningún futuro. Sólo “la Palabra no pasará”. Esta es nuestra esperanza, que nos da fuerzas para vivir en un presente que parece desmentirla. Mientras tanto, los cristianos nos enfrentamos a un mundo hostil. A este mundo hemos sido enviados. De ahí la necesidad de ser reconfortados con palabras de ánimo para no desfallecer: “bienaventurados seréis cuando os insulten y os persigan”. No olvidemos el motivo: “por mi causa”. Entonces “alegraos y regocijaos” (Mt 5,11-12).

Sólo desde el desconocimiento del contexto histórico en el que se escribieron palabras como estas: “dichosos cuando os persigan”, es posible pensar que se pueden aplicar a la situación española. Porque ni la persecución, de haberla, es equiparable a la que sufrían los cristianos que las escucharon por primera vez, ni parece que asumamos la persecución, de haberla, con mucha alegría.

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