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Todo el mundo muere
9 comentariosUn alumno de la Facultad de Teología me envía un trailer de la película “La cinta blanca”. La escena es sobrecogedora. Plantea la eterna pregunta que, en uno u otro momento, todos nos hacemos, incluso cuando queremos evitarla. La pregunta por nuestra propia muerte. Porque no solo se mueren los otros. Me muero yo. Uno deja de ser niño cuando descubre esta tremenda realidad. Y, de entrada, no la acepta. Protesta. Como protesta el niño del trailer.
La mujer que dialoga con el niño ofrece una solución, que es la que hoy ofrece la medicina y la técnica, a saber, retrasar el problema. La gente se muere de vieja, por tanto el niño no tiene que preocuparse, él todavía dispone de mucho tiempo. Pero de pronto el niño descubre que la longevidad biológica no es la solución que busca, pues todos mueren, y pueden morir en cualquier momento, incluidos sus seres más queridos, y finalmente, él mismo. La muerte se convierte así en el enemigo, en lo no deseado y, sin embargo, en la única llegada segura e infalible.
La resistencia del niño ante la muerte nos conduce a pensar en el empuje y la fuerza de la vida. No hace mucho escribí un post sobre el suicidio. El suicidio no manifiesta la fuerza de la muerte, sino el deseo de vivir mejor. Quién se suicida lo hace porque no soporta lo insoportable de la vida, no soporta lo que le mata en esta vida. Para que desaparezca lo que le mata, se mata él. ¡Ya quisiera él vivir, pero de otra manera! Siempre queremos vivir. Pero ¡mejor!
El temor a la muerte supone el deseo, ontológicamente previo, de continuar viviendo. Este empuje de la vida y el temor a la muerte serían manifestación de que el ser humano se trasciende y pretende ir más allá de sí mismo. ¿Por qué no vivir siempre? “Tan gratuito es existir como seguir existiendo siempre” escribió Miguel de Unamuno. Si pensamos en serio en lo gratuito que es el vivir, quizás este pensamiento nos pueda llevar no solo a la acción de gracias, sino a la esperanza de que el mismo poder que ha hecho posible la vida, pueda también hacer posible la resurrección. El poder de la vida que, para el cristiano, es en definitiva, el poder de Dios.