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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

4
Sep
2014

Pueblo de Dios por ser Cuerpo de Cristo

2 comentarios

La palabra Iglesia, que el Nuevo Testamento emplea para designar a la comunidad de Jesús, proviene del griego ekklesia, que significa reunión. El término equivalente hebreo, que emplea el Antiguo Testamento es kahal, palabra que designa la congregación del pueblo de Israel. El pueblo de Israel es “preparación y figura” del “pueblo de Dios” que nace de “la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo” (Lumen Gentium, 9). En los años posteriores al Concilio Vaticano II la teología empleó insistentemente la expresión “pueblo de Dios” para referirse a la Iglesia. De este modo, además de notar que la Iglesia es heredera del pueblo de Dios del A.T., se ponía de relieve algo fundamental, a saber, la radical igualdad que, por el bautismo, hay entre todos los miembros de la Iglesia y, por tanto, la comunión que entre ellos debe darse, en suma, la conciencia fraterna de la Iglesia. El concepto de pueblo no remite a una masa amorfa, que estaría “en” un pueblo, sino a una comunidad de personas adultas, conscientes de sus propias responsabilidades y convicciones, que “son” ese pueblo. Asunto distinto es que dentro de ese pueblo haya tareas, ministerios y funciones diferenciadas, pero antes de las diferencias hay una cualidad común a todos los miembros de la Iglesia.

La terminología de pueblo de Dios tiene sus arraigos en el A.T., pero se encuentra también en el N.T. (Rm 9,25; Heb 4,9; 8,10; 1 Pe 2,10; Ap 18,4; 21,3). Ahora bien, además de la continuidad con el pueblo del A.T., la Iglesia comporta una novedad que se expresa añadiendo que ella es “Cuerpo de Cristo”, que vive del cuerpo (eucaristía) y de la palabra de Cristo. Esta imagen remite a la comunión que debe haber entre todos los miembros del cuerpo, a la necesidad que tienen los unos de los otros, pero también a las diferentes funciones que tienen esos miembros. Y orienta hacia Cristo como cabeza del cuerpo, que une, armoniza y vivifica a todos los miembros. En el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios encontramos el texto fundamental que define a la Iglesia como “cuerpo de Cristo”, después de haber definido (en el capítulo 11) también a la eucaristía como “cuerpo de Cristo”. Eucaristía e Iglesia se definen del mismo modo precisamente porque la eucaristía constituye a la Iglesia y la Iglesia hace (y celebra) la eucaristía. No puede darse la una sin la otra.

La remisión de la Iglesia a Cristo nos permite situar la fundación de la Iglesia, querida por Cristo, frente a algunas ambigüedades que hoy pretenden desligarla del Jesús histórico. “Nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios”, afirma Lumen Gentium, 5. Podemos ir más lejos, y afirmar que en el N.T. se encuentran los gérmenes de una estructura que se remonta a las palabras y hechos de Jesús, pues (como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 765), “el Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza (cf. Mc 3,14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel (cf. Mt 19,28; Lc 22,30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21,12-14). Los Doce (cf. Mc 6,7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte (Cf. Mt 10,25; Jn 15,20). Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia”.

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Juan
5 de septiembre de 2014 a las 19:51

Es un gran honor el pertenecer al Cuerpo de Cristo, sobre todo cuando uno viaja, y puede participar en la Eucaristía, como miembro de un mismo Pueblo de Dios: qué bueno sentirse en casa como hermano! Gracias, fray Martin

José María Valderas
6 de septiembre de 2014 a las 00:21

Fue, Martín, una de las cuestiones clave del texto doctrinal por excelencia del Concilio Vaticano II, en unos tiempos en que la finura conceptual importaba, y mucho. Una finura teológica cargada de entrañas de emoción. Pues nada hay más ridículo que asignar al rigor intelectual sequedad de afectos. Lo que llamaríamos el ala tradicional proponía la definición de Iglesia apelando a las enseñanzas paulinas sobre el Cuerpo Místico de Cristo. Los teólogos que habían bebido en la teología protestante de Cullman y Barth, por recordar los más moderados, subrayaban la definición de Iglesia como pueblo de Dios, el kahal de Yahvé. Las dos fueran asumidas por el Vaticano II. Eso supuso un gran despegue de la Eclesiología, que pasó de las notas características de la Iglesia, al estilo escolástico, a la teología de la Iglesia. Visto con perspectiva histórica, me parece que el armazón teológico del concepto de Cuerpo Místico ha ido perdiendo fuerza y muchos, la mayoría, se ha quedado con un penchant asambleario genuinamente antiteológico.

Recuerdo que a algunos nos tocó resumir para la traducción italiana el tomo de Emilio Sauras sobre El Cuerpo Místico de Cristo. Mientras estábamos en esa tarea, el propio Sauras se esforzaba por incorporar los aspectos que traía la visión veterotestamentaria de la Alianza.

Daba gusto leer los artículos publicados en La Ciencia Tomista por uno de los mejores intérpretes, a mi parecer, de la nueva eclesiología, Armando Bandera. Así entendía yo la teología escrita de rodillas. Profundidad intelectual y pasión por la Iglesia. O los artículos de Nicholas. ¿Dónde está, fray Martín, aquella teología del pueblo de Dios, cuerpo místico de Cristo?

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