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Pasemos a la otra orilla
2 comentariosSi se leen con un poco de atención los capítulos centrales del evangelio de Mateo parece que Jesús está continuamente “pasando a la otra orilla” e invitando a sus discípulos a hacer lo mismo (Mt 8,18; 9,1; 14,22; 16,5). Esta invitación se encuentra también en los otros tres evangelios. Se diría que una vez que Jesús y sus discípulos han cambiado de orilla, necesitan pasar de nuevo a la otra orilla. Algo así como si estuvieran yendo de una orilla a otra. Esto nos invita a pensar que este paso no es geográfico, no se trata de volver al lugar del que se ha salido. Tiene que haber ahí algo más profundo, al menos una invitación a la no instalación. Ninguna orilla puede convertirse en lugar de queda, todas son lugares de paso.
Según los evangelistas, la necesidad de pasar a la otra orilla viene provocada porque la multitud hambrienta ha podido saciarse de pan, gracias a que Jesús les ha dado de comer multiplicando los pocos panes que llevaba un muchacho. En este contexto, según el evangelio de Juan (6,15), las gentes pretender proclamar rey a Jesús. Por su parte, en un momento dado, los apóstoles buscaban ser ministros del rey Jesús. El pan es un buen símbolo de la riqueza y la realeza un buen símbolo del poder. Esas son los orillas en las que quieren instalarse la gente y los discípulos. No nos engañemos: esas son también nuestras metas, el poder y el dinero que, en el fondo, son las dos caras de la misma moneda.
El milagro de la multiplicación de los panes provocó un terrible malentendido. La gente buscaba a Jesús porque se había saciado (Jn 6,26). Pero no era este el alimento que Jesús quería darles (Jn 6,27), porque la riqueza es un alimento perecedero. Y el que lo come vuelve a tener hambre. Peor aún: siempre tiene más hambre. El dinero nos hace entrar en un torbellino en que siempre queremos más y cada vez estamos más insatisfechos. Se comprende así la invitación de Jesús a pasar a la otra orilla, a dejar de lado las solicitaciones del tener, para buscar el camino del dar y compartir. El reparto de pan por parte de Jesús, en vez de entenderse como una llamada a compartir, se interpretó como un acto mágico. La gente pudo pensar que con Jesús se saciarían fácilmente los estómagos y, ya puestos, se llenarían los bolsillos.
Con Jesús estamos continuamente pasando a la otra orilla. Pasar al otro, no quedarse encerrado en uno mismo. Pasar al otro como paso necesario para pasar a Dios. El que se instala, se pierde. Tenemos que buscar siempre nuevos horizontes. Cualquier conquista obtenida gracias a Jesús es solo un preludio, el presagio de una conquista imperecedera, que solo se consigue dejando siempre de lado las conquistas parciales.