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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

15
Jun
2011

Milagros de Jesús

2 comentarios

No hay duda de que Jesús de Nazaret realizó una serie de hechos asombrosos que sorprendieron a sus contemporáneos. Pero lo importante de los milagros de Jesús era su intencionalidad, lo que ellos significaban y a lo que ellos llamaban. Es llamativo que Jesús no realice milagros en beneficio propio o como ostentación o castigo, o sea, hazañas gratuitas que no tendrían eficacia salvífica. Jesús siempre busca el bien de los más necesitados. Y sus milagros son signos del Reino y buscan suscitar la fe. Los milagros de Jesús tienen un sentido muy distinto de otros narrados por la literatura judía o griega de la época.

No parece que hoy sean los milagros de Jesús lo que más llama la atención de la gente, sino su mensaje salvífico. El Sermón de la montaña, su muerte, su resurrección, eso es lo que resulta llamativo y eso es lo que hoy llama a conversión. Con esto no quiero decir que Jesús no realizase una serie de hechos que entonces se tenían como milagrosos. Pero sí digo que no hay que dar una importancia desmesurada a esos milagros y, mucho menos, sacarlos del contexto en el que ocurrieron o desligarlos de su sentido salvífico, en unos casos, y catequético en otros. El mismo Jesús pide a algunos de los beneficiarios de su actuación benéfica que no lo pregonen. Lo que importa pregonar, entonces y ahora, es que el encuentro con Jesús ha cambiado la vida y la ha llenado de alegría.

El milagro solo puede entenderse y percibirse desde la fe. Una curación puede imponerse como un hecho, pero no como un signo divino. El milagro es un signo que no fuerza a la fe, la pide y la confirma. Quien tenga una visión creyente del universo descubrirá más fácilmente la finalidad del signo. Hay acontecimientos que por su rareza, por la sorpresa y admiración que causan y por el ámbito en el que ocurren, nos hacen caer en la cuenta de la grandeza de ciertas personas, o de su santidad y del poder de la oración, en el caso de la persona religiosa.

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Juanjo
15 de junio de 2011 a las 15:08

En este sentido me gusta recordar que Dios “está detrás” de todo lo que sucede, mantiene todo, suscita todo, como fundamento en toda la creación, pero sin forzar nada, sin partidismo, ni excepciones.
Esta reflexión la hago, porque noto que hay “mucho milagrero”. Hombres y mujeres religiosos sin duda, pero que piensan que Dios realiza una actuación especial, excepcional, cambiando el curso normal de un acontecimiento, o combinando una serie de factores para que se produzca una circunstancia favorable a sus intereses.
Entonces con esos presupuestos es fácil pensar en un Dios arbitrario, caprichoso, o parcial, que con poquita fe, es terreno propicio para acabar de perderla cuando no, abonado para el mejor de los ateísmos.
Dios está en todo o no está en nada. (Creo que esto ya lo he repetido alguna vez) pero ante los “milagreros” solo me cabe mirar el sol, el germinar de una semilla, la sonrisa de un bebé, la estructura de una molécula de ADN, la belleza, en fin de la creación, y ver en todo un milagro.
Pero, lo que más me consuela es saber que también cuando todo sale mal, cuando ocurre el drama, está Dios detrás.

Bernardo
16 de junio de 2011 a las 12:27

Los fariseos le piden a Jesús un "signo", lo que ahora se traduce por milagro, para poder creer. Lo hacen después de que Jesús ha dado de comer a 5.000 y ha sanado a ciegos y leprosos. Esos no son los "signos" que los fariseos esperan, ellos quieren ver que Jesús ejerce el poder y la fuerza para imponer un mesianismo de tipo político. Ante esto, Jesús les da el signo de Jonás, es decir, no más claridad, sino menos. Los milagros, como bien dices, no son soporte de la fe, es al contrario: hace falta mucha fe para entender los actos de Jesús como milagros, como maravillas que dan que pensar y que invitan a otra realidad de amor y justicia.

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