Ene
Interceder es solidarizarse
2 comentariosMe escribe un lector y comentarista de este blog y me dice: “aprovechando el final de tu último post” sería bueno explicar que se entiende por “intercesión”. Y añade: mucha gente la entiende como “intentar convencer a Dios”; se diría que Dios no tiene suficiente con nuestra vida y necesita que otros se la expliquen o le convenzan de lo buenos que hemos sido. Más aún: Si, como dice el Nuevo Testamento, Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres, ¿cómo entender otras mediaciones, la de los santos o la de la Virgen María?
La intercesión, la oración por los demás, no hay que entenderla como un informar o convencer a Dios de lo que ya sabe. Hay que entenderla en términos de solidaridad. Un cristiano no se concibe aisladamente, sino en comunión con los demás. Nadie estamos solos ante Dios. Por eso en el Credo confesamos nuestra fe en “la comunión de los santos”: los cristianos estamos unidos los unos a los otros por la fe y el amor. Nuestra oración recíproca no es una mercancía de intercambio y permuta, sino un signo de recíproca solidaridad, de comunión, de afecto y de interés por los demás. Al orar por una persona que nos importa, viva o difunta, expresamos nuestra cercanía con ella.
Por otra parte, al pedir a los que ya están en el cielo que intercedan por nosotros, les expresamos nuestro afecto y les decimos que “contamos con ellos”. Se lo decimos, no porque no lo sepan, sino porque así se refuerza nuestro afecto hacia ellos. En realidad, la oración a quien hace bien es al orante: al orar, él se convence de lo mucho que necesita de Dios y, en el mismo acto de orar, experimenta su cercanía; y al pedir la intercesión de la Virgen o de los santos, el orante refuerza su convicción de que está en buena armonía con ellos. Y ellos pueden ser mediadores (de nuevo en el sentido de “solidarios”) porque la única mediación de Cristo no excluye otras mediaciones (ni otras solidaridades), sino que las suscita.
Dios comparte su santidad con los seres humanos. El único santo es también fuente de toda santidad. La bondad de Dios es tan grande que puede difundirse sin menguar. Y al hacernos partícipes de su poder y de su bondad, hace de nosotros auténticos colaboradores de su obra; somos sus manos en el mundo. No sólo no tiene celos de sus manos, sino que se alegra de nuestros éxitos.