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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

20
Jul
2014

Esa mirada cómplice

3 comentarios

El término cómplice parece tener connotaciones negativas. Cómplice se dice de aquel que ayuda a cometer un delito. Pero con el término complicidad podemos denotar una colaboración para el bien, como cuando se dice que dos amigos se intercambian una mirada cómplice; o también indicar un movimiento de simpatía hacia otra persona, como queda claro en la siguiente frase: Antonia se apresuró a santiguarse ante la beneplácita y cómplice mirada de las monjas.

Las religiones, en ocasiones, han sido acusadas de complicidad con el mal. Cuando han callado ante la injusticia, han favorecido a los poderosos, han ocultado los delitos de sus dirigentes, han presentado un Dios represivo, han llamado a la guerra y la han calificado de santa. Desgraciadamente, la imagen que ofrecen las religiones está muy ligada al comportamiento de sus dirigentes. En demasiadas ocasiones esos dirigentes se han aprovechado de la sensibilidad religiosa de muchas personas para pedirles dinero, no precisamente para los pobres, sino para su propio enriquecimiento. Jesús de Nazaret lanzó serias diatribas contra esos que se aprovechan de los bienes de las viudas so pretexto de largos rezos.

Las religiones, por ser humanas, son ambiguas. Lo interesante es que a través de la ambigüedad de lo humano, Dios se hace presente. Las mejores imágenes del Dios de Israel lo presentan como solidario con los oprimidos, como defensor del huérfano y de la viuda. Para Jesús de Nazaret, Dios es aquel que tiene una mirada cómplice con aquellos que lo pasan mal, con los enfermos y los pobres, los oprimidos y los deprimidos. Cuando Jesús nos invita a ser misericordiosos como el Padre celestial es misericordioso, nos está indicando cuáles deben ser nuestras complicidades.

Un buen ejercicio para los profesores de religión sería invitar a sus alumnos a buscar historias de complicidad en la Biblia: la de Judas con los sacerdotes que prenden a Jesús, la de las mujeres que están al pié de la cruz, la de María con su prima Isabel. O estas otras del Antiguo Testamento: la de Jonatán, el hijo del rey Saul, que avisa a David de que el rey quiere matarle; la de Rajab, la prostituta de Jericó, que esconde a los espías israelitas en su casa; la de Rut que no quiere abandonar a su suegra Noemí, cuando se queda viuda. En las historias de solidaridad se descubre un reflejo de la bondad de Dios. Los personajes que aparecen no siempre son recomendables a primera vista, como es el caso de la prostituta Rajab. Pero estos personajes son propuestos a nuestra imitación precisamente porque supieron discernir quiénes son los cómplices malos y los cómplices buenos.

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mar
20 de julio de 2014 a las 22:13

Su reflexión da para pensar mucho.
Si nos centramos en lo que dice Jesús....
"Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" creo que encontraremos una respuesta coherente.
Gracias Fray Martín

Wilson Rodríguez
22 de julio de 2014 a las 03:03

Me permito señalar un caso de "complicidad", en El Evangelio. Es probable que a Jesucristo le llamara la atención la complicidad de Zaqueo, trepado en el árbol(de la cruz,digo yo),lo vió y lo llamó:"Zaqueo bájate de ese árbol, que ese puesto me corresponde a mí".A la casa de este defraudador,a Zaqueo, ha llegado también la salvación: es preciosa una declaración de amor así.Jesucristo que conoce nuestra poquedad(por complicidad solemos engrandecerla),pero no, es Jesucristo el lleno de gracia, el que puede sacar de nuestra (mi)poquedad, la perla de la humildad e iluminarnos la cruz.Para que resplandezca la enseñanza:"Ama más quien ha sido más perdonado". Zaqueo eres tú, Zaqueo soy yo.

Valero
22 de julio de 2014 a las 14:06

Me reconforta que Dios se fije en personajes como la prostituta Rajab, el tramposo de Jacob o el mismo rey David, que ordenó la muerte de Urías para quedarse con su mujer. Esto me hace pensar que la mirada cómplice de Dios no se fija en mis pecados, sino en si me siento necesitado de él. Claro que complicidad implica mirarse mutuamente. ¿Busco el rostro de Dios? ¿Busco su mirada? A veces su misericordia es como un puñal que me hiere por dentro, son momentos en que me duele ver como él me sigue mirando con ternura, mientras yo sigo a la mía... Es un doloroso apredizaje que me está enseñando a mirar al otro con esa misma complicidad.

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