May
El señorío de Cristo resucitado
1 comentariosPara el Nuevo Testamento no hay ninguna duda: Cristo resucitado es “el Señor”. Evidentemente no como los señores de este mundo, sino como el Señor de los señores, el Señor que es igual a Dios y, por tanto, el Señor absoluto al que todo le está sometido. San Pablo considera varias dimensiones a propósito del señorío de Cristo resucitado: es Señor de todos (Flp 2,11) y de todo (Col 1,15-20), es Señor de cada uno de nosotros (Rm 14,8-9) y es el único Señor (1 Cor 8,6). Estas dimensiones del señorío de Cristo tienen una serie de consecuencias importantísimas para la vida del cristiano.
Si Cristo es Señor de todos, entonces yo no puedo ser señor de nadie, no puedo pretender que nadie me esté sometido y se pliegue a mi voluntad; y mucho menos se pliegue a mi voluntad esclavizante; yo no soy señor de mi esposa, ni de mis hijos, porque el Señor de mi esposa y de mis hijos es Cristo resucitado. Como muy bien ha dicho el Papa en su reciente exhortación apostólica, el amor de la pareja alcanza su mayor liberación “cuando cada uno descubre que el otro no es suyo, sino que tiene un dueño mucho más importante, su único Señor”.
Si Cristo es señor de todo, entonces yo no puedo usar de las cosas de la naturaleza según mi capricho y mi voluntad despótica; debo tratar con respeto a la naturaleza, a las plantas, a los animales, debo cuidar del medio ambiente, del agua, del aire, porque yo no soy su señor; su Señor es Cristo resucitado.
Si Jesús resucitado es el Señor de cada uno de nosotros, o sea, es mi Señor, entonces yo no soy el dueño absoluto de mi mismo, ni de mis bienes, ni de mi sexualidad, de mi cuerpo, de mi vida. Yo no puedo hacer con mi cuerpo, con mi sexualidad o con mi vida “lo que me dé la gana”; debo tratarles con respeto, cuidado y delicadeza; debo honrar mi propio cuerpo. Mi vida no me pertenece: vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y, por tanto, no os pertenecéis (1 Cor 6,19).
Si Jesús resucitado es el único Señor, entonces Jesucristo no comparte su señorío con nada ni con nadie, porque es el “único” Señor. Mi vida solo le pertenece a él, no a los poderes de este mundo, sean políticos, económicos o eclesiásticos. El único señorío de Cristo es liberador, no somos esclavos de nadie. Jesucristo resucitado nos hace libres frente a todo lo que no es Dios, frente a toda autoridad civil, militar, judicial o incluso eclesiástica. El único señorío de Cristo está en contra de toda absolutización de los poderes y de las cosas de este mundo, en contra de todo servilismo. Eso sí, la libertad cristiana es una libertad para el servicio de los hermanos; somos libres para el amor.