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El Padre Pepe, un testigo creíble
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El 15 de diciembre de 1925 nace José Manuel Fernández González del Valle, en La Habana. A los 23 años se gradúa como Doctor en Leyes y, tras trabajar en el Registro de la Propiedad, en 1951 decide hacerse fraile dominico y parte hacia Almagro, España, para cursar el Noviciado. En Granada estudia filosofía y teología y en 1957 regresa a Cuba, tras completar su formación intelectual en Canadá y Estados Unidos.
El 15 de septiembre de 1961 logra salvar para la Orden el convento de San Juan de Letrán, evitando que sea ocupado por los soldados revolucionarios. Ese día las autoridades deportaron a muchos sacerdotes y ocuparon iglesias y conventos argumentando que estaban vacíos. Él, como cubano, se presentó en San Juan de Letrán y tras conversar con el jefe de los soldados y darle distintos argumentos (entre otros, que se trababa de una zona turística y que muchos turistas eran católicos y se iban a encontrar sin templo para asistir a los oficios religiosos), logró que el capitán hiciera una consulta con “la Comandancia” (esa fue la palabrita, dice el P. Pepe) y, tras dos horas de espera, regresó con un manojo de llaves y le dijo: “Queda usted a cargo de la Iglesia y del Convento de San Juan de Letrán”. Incluso el miliciano quiso dejarle una escolta, pero el Padre le dijo que no la consideraba necesaria.
Hombre de gran cultura, espíritu abierto, dialogante, comprensivo y sabio. Valgan como muestra estas reflexiones suyas: “Jesús nadó a contracorriente. Llamó bienaventurados a los perdedores históricos de todos los tiempos y malhadados a los vencedores y a los hombres de éxito… La aventura histórica de El Nazareno, tan esperado por el pueblo elegido como un Dios vencedor, concluyó con la derrota de la cruz”. “La fe no puede existir sin sonrisa; tiene que ser alegre y además, desconfiemos de los que dicen que su verdad jamás ha sido tocada por la duda”. “Cada uno debe vivir con su realidad. Si yo estoy en Cuba debo obrar acorde con la psicología del pueblo cubano y saber estar a la altura de las circunstancias. Debo tratar de comprenderlo, de sentirme feliz, inclusive dentro de las limitaciones, deseando y tratando de superar lo que se pueda, pero mientras no se superen no vivir amargado, encerrado en una bola de cristal, sino estar abierto a los demás, ser competente en mi profesión, mi trabajo. Hacer lo mejor posible con la mejor conciencia posible… Muchas veces nosotros nada más vemos lo negativo de los demás y lo positivo de lo nuestro. Hay que llegar a un equilibrio. Esto es importante tanto para la vida familiar como social. Cuando llegue una crisis tratar de ser compasivo con la otra parte, y no dejar que el problema se radicalice”.