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El amor conyugal, signo imperfecto
4 comentariosLa vida cristiana está marcada por la imperfección. Aquí el término imperfección no está relacionado primeramente con el pecado, sino con la limitación de lo humano. Solo Dios es perfecto. La imperfección indica que los cristianos vivimos la vida divina a nuestro nivel y según nuestras posibilidades, que siempre son finitas. Solo en el cielo alcanzaremos la perfección. Tomás de Aquino, refiriéndose a la caridad, o sea, al amor a Dios, a lo más perfecto y propio de toda vida humana, decía: “en el estado presente, la caridad es imperfecta; se perfeccionará en la patria (celestial)”. Y el Vaticano II dejó dicho: en la tierra, la santidad es imperfecta. Los cristianos llevamos un gran tesoro en vasos de barro, incapaces de guardar el tesoro tal como se merece.
En la Amoris Laetitia, el Papa hace una aplicación de este principio a la vida matrimonial, cuya categoría sacramental le viene del hecho de ser un signo del amor de Cristo a su Iglesia. Pues bien, dice el Papa, “el amor conyugal es un signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia”; “la analogía entre la pareja marido-mujer y Cristo-Iglesia es una analogía imperfecta”. Por una parte, la imperfección indica que el matrimonio es un camino que nunca acaba, que cada día hay que recorrer y en el que siempre es posible crecer. Por otra parte, la imperfección ayuda a comprender las dificultades y complejidades del amor, así como las rupturas no deseadas. Si el matrimonio fuera una situación de perfección las dificultades serían imposibles. Y sería imposible la ruptura. Si se rompe es porque puede romperse. Puede romperse porque es frágil. El matrimonio es imperfecto por naturaleza.
De lo anterior se deducen dos consecuencias, una que se aplica cuando el amor permanece y otra que se aplica cuando el amor se rompe. “El amor convive con la imperfección”, dice el Papa. De ahí la necesidad de asumir las debilidades y defectos del otro e integrarlos en un contexto positivo, pues estos defectos son sólo una parte, no son la totalidad del ser del otro. Hay que aceptar que el otro me ama como es y como puede, con sus límites, pero que su amor sea imperfecto no significa que sea falso o no sea real. Una dosis de “realismo” siempre contribuye a la salud matrimonial.
La imperfección explica también las rupturas y situaciones complejas de algunos matrimonios. Otra cosa son las valoraciones morales de las rupturas y de las consecuencias que acarrean. A veces no es fácil discernir el grado de culpabilidad. De ahí la necesidad de evitar condenas y juicios precipitados. Dice el Papa: “el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión”; por eso “hay que evitar los juicios que no tienen en cuenta la complejidad de las situaciones, y estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición”.