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David y Jonatán, hermanos bien avenidos
11 comentariosLa Biblia está llena de historias de hermanos mal avenidos que discuten por herencias y matan por ellas. Jesús rechazó entrar en este tipo de cuestiones cuando uno le pidió que dijera a su hermano que repartiera con él la herencia. Porque la búsqueda del dinero o del poder no es una buena base para conseguir el objetivo que Jesús pretende, a saber, la fraternidad.
En el Antiguo Testamento hay algunas historias de hermanos que buscan responder a la pregunta de si la relación entre dos hombres está condenada al fracaso o, por el contrario, si pueden vivir juntos y en buena armonía. Comenzando por la historia de Caín y Abel, a la que podemos añadir la historia de Jacob y Esaú, esos dos hermanos que se disputan la herencia paterna y se odian a muerte porque el menor la ha conseguido a base de engañar al padre. O la historia de Saúl y David, en la que está en juego el poder: David termina reinando, siendo ungido rey en vida de Saúl, que busca matarle. Podríamos recordar también la historia de Ismael e Isaac. Ismael es el hijo primogénito de Abraham, pero una vez más la herencia termina en manos del hijo menor, de Isaac que, por las malas artes de su madre, consigue que Abraham expulse de su casa al hijo mayor.
Como contrapunto a estas historias emerge la de David y Jonatán, dos varones que se quieren y se defienden. ¿Por motivos eróticos? No está claro. Lo que uno admira en el otro y el otro en el uno, lo que hace que ambos sean intercambiables, y fundamenta una sólida amistad, es el hecho de que los dos se juegan la vida por defender a su pueblo frente a los filisteos (ver las proezas de Jonatán en 1 S 14; las de David en 1 S 17), cosa que Saúl, a quién corresponde esta defensa, es incapaz de hacer; ambos además confían en Yahvé. Como Jonatán y David están unidos por la misma pasión por la liberación del pueblo y la gloria de Dios, Jonatán no tiene problema en revestir a David con sus atributos reales, en reconocerle como rey y considerarse su segundo.
Las relaciones fundamentadas en el poder y en el dinero conducen a la rivalidad. Las que se fundamentan en el bien y en el Dios que se hace presente en la amistad (cf. 1 S 20,23: “Yahvé está entre los dos para siempre”) tienen una solidez inquebrantable. Cierto, como son poco comunes, se prestan a ser mal interpretadas, cuando en realidad deberían ser imitadas.