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Cuaresma, pequeño catecumenado
3 comentariosEn el siglo IV, tras los decretos de Constantino y Teodosio, el cristianismo se convierte en religión oficial del Imperio. La consecuencia no fue buena: aumenta el número de cristianos, pero la vida cristiana decae; aparecen la tibieza y la mediocridad. Las exigencias para recibir el bautismo se reducen prácticamente a nada. Hasta el punto de que San Agustín aconsejaba: “que se les bautice primero, y luego ya se les enseñará a ser cristianos”. Así pierde sentido el catecumenado como tiempo de iniciación para la entrada en la Iglesia por medio del bautismo.
Catecúmeno es el que está siendo instruido, el que está siendo iniciado en la escucha de la Palabra de Dios. El catecumenado conecta con esta experiencia fundamental: Dios habla hoy. La pérdida de esta experiencia orientó la práctica pastoral de la Iglesia hacia la consideración de la Cuaresma como un tiempo de catecumenado, en el que se ofrecían una serie de catequesis bautismales. En su mensaje para esta cuaresma, Benedicto XVI afirma: “la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana”. Si esto es así, se comprende que las parroquias organicen charlas, conferencias o retiros cuaresmales. Siguen siendo famosas las conferencias cuaresmales de la Catedral de Notre Dame de Paris, en las que han participado los más famosos oradores franceses, uno de ellos el dominico Henri Lacordaire.
Me ha parecido oportuno recordar esta práctica cuaresmal formativa, que convendría recuperar donde se haya perdido y potenciar donde esté, porque los cristianos necesitamos alimentar no sólo nuestra fe, sino también nuestra inteligencia. No hay que olvidar que la fe es un acto de la inteligencia y que una buena formación, lejos de ser un obstáculo para la vivencia de la fe, es una ayuda. La fe busca comprender. Más aún: muchas vivencias infantiles de la fe, necesitan ser purificadas e instruidas para alcanzar la madurez de la vida cristiana. Cierto, el Reino de los cielos se ha prometido a los que son como niños. No confundamos el ser como niños con la vivencia infantil de la fe, que el apóstol Pablo critica en su primera carta a los Corintios. Ya decía François Mauriac: eso de que Dios prefiere a los imbéciles, son los imbéciles quienes lo dicen.