May
Creer en Dios sin creer en Dios
7 comentariosSe puede creer en Dios sin creer en Dios. O creer en Dios sin ser creyente. O creer en Dios y, al mismo tiempo, no creer en Dios. No es un juego de palabras. Es un asunto muy serio. En efecto, la pregunta sobre si uno cree en Dios puede tener un doble sentido. Para muchos de nuestros contemporáneos significa: ¿cree usted que Dios existe? Tomada así, cualquier respuesta (sí, no, no lo sé) expresa una opinión. Más o menos fundamentada, pero una opinión. Porque Dios nunca es una evidencia. Ni tampoco una demostración o una deducción que se impone necesariamente. En este sentido cabría decir que la fe en Dios tiene un aspecto equiparable a la duda, como ya notaba Tomás de Aquino. Entiéndase bien: la mayoría de los que creen que Dios existe, no dudan de que exista. Pero son conscientes de que su convicción no se impone necesariamente. Se trata de una convicción razonable (tiene sus motivos y esos motivos son muy serios), pero no es necesariamente concluyente. Porque otros, igualmente con motivos serios, “creen” (tampoco pueden demostrarlo) que Dios no existe.
La pregunta sobre si cree uno en Dios tiene otro sentido mucho más importante. Este segundo sentido presupone que uno ha respondido afirmativamente a la pregunta en el sentido que le hemos dado anteriormente. En efecto, cuando uno está convencido de que Dios existe, cabe una segunda pregunta: ¿se fía usted de Dios? Entonces, la pregunta por si uno cree en Dios equivale a la pregunta por si confiamos en él y le obedecemos. Solo cuando respondemos afirmativamente al segundo sentido que tiene la pregunta, solo entonces podemos decir que creemos de verdad. Creer se convierte así en expresión de una entrega, en un modo de encuentro, en una relación.
¿Cree usted en Dios? Para muchos de nuestros coetáneos, este pregunta sigue el mismo modelo de estas otras: ¿cree usted en Papa Noel? ¿cree usted en los marcianos? O también: ¿cree usted en el monstruo del lago Ness? Los indicios son equívocos y esto explica que las opiniones estén divididas. Pero cuando al buen creyente le preguntan si cree en Dios, la pregunta entra de lleno en el terreno del compromiso vital. Es una cuestión práctica, no una proposición intelectual. No se pregunta por una opinión, sino por una relación.
Según la carta de Santiago, los demonios creen en Dios, o sea, creen que existe, pero le odian y, por eso, no cumplen su voluntad y tiemblan ante su presencia. Así se comprende que se puede creer en Dios (estar convencido de que existe) y, al mismo, no creer en Dios (o sea, hacer lo que desagrada a Dios), confesarle con los labios y negarle con la vida y el corazón.