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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

15
Feb
2015

Convertirse, palabra cuaresmal

6 comentarios

Según el evangelio de Marcos, el primer verbo que Jesús emplea es “convertirse”. Y lo emplea en imperativo: “convertíos y creed en el Evangelio”. La razón de esta necesidad es que “el Reino de Dios está cerca”. Como está a punto de llegar hay que estar bien preparados para recibirlo. ¿Qué significa y qué implica convertirse? Convertirse es cambiar. Cambiar de actitudes y de pensamientos, porque lo que solemos pensar y lo que solemos hacer no favorece la llegada del Reino de Dios. Convertirse es darse la vuelta, dar la espalda a algo, dejar de mirar una cosa para mirar otra. Dejar de mirarse a uno mismo para mirar las necesidades del prójimo y preguntarse cuál es la voluntad de Dios sobre uno mismo y sobre los demás.

Estas palabras que el evangelista pone en boca de Jesús las emplea la liturgia en el rito de la imposición de la ceniza. La cuaresma empieza recordando la invitación de Jesús a convertirnos. Porque convertirse es una tarea permanente. No es un gesto que se realiza una vez, algo así como si cuando uno se ha dado la vuelta y ha dejado de mirar hacia dónde no toca, ya tuviera resuelto su problema. Darse la vuelta, en nuestro caso, no es un movimiento físico, sino una tarea existencial, que hay que renovar en cada momento. Porque mientras vivimos en este mundo, Dios no es una evidencia. Lo evidente son los placeres y las seducciones del mundo que nos inclinan a buscarnos a nosotros mismos en detrimento de los demás. Por eso, el creyente está en permanente estado de conversión: siempre se está volviendo hacia Dios. La conversión no es sólo una decisión inicial, es un estilo de vida. Con el amor ocurre algo parecido: nunca acabamos de amar. Amar es crecer continuamente en el amor.

Para convertirse es necesario sentirse atraído por “otra realidad” o, al menos, intuir que la realidad en la que se está no es buena y que hay otra mejor. No es una llamada en abstracto o vacía. Es una invitación a entrar en un mundo nuevo, a creer en el Evangelio. Supone la presentación de Jesús. Mirándole a él, fijos los ojos en Jesús, podemos entender qué significa convertirse, lo que debemos dejar y lo que debemos acoger. La conversión se concreta en actitudes diferentes según la situación de cada uno. En cualquier caso es una invitación a liberarse de las costumbres, de las presiones sociales, de las opiniones públicas, para dejarse llevar por el soplo del Espíritu.

La conversión adquiere una forma concreta mirando y escuchando a Jesús: se trata del respeto a los pequeños y a los débiles, de la compasión por los que sufren, de practicar el perdón, de abandonar los caminos de la violencia, de entrar en el camino del amor y del servicio. En ocasiones, la conversión puede darse sin que uno sea consciente de ello: algunas personas que dedican su tiempo a obras sociales, quizás no se plantean su actitud en términos de conversión, pero lo que hacen es el correlato humano de lo que el evangelio califica de conversión.

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Antonio López Sernández
16 de febrero de 2015 a las 12:04

Profunda reflexión, P. Martín. "La conversión es un estilo de vida". Lo mismo que el amor, hay que cultivarlos. Siempre tenemos que estar abiertos a vivir con mayor intensidad el mandato evangélico del amor. Y esto es conversión continua, siempre inacabada, porque es constantemente perfectible. En el camino de búsqueda de Jesús, apostando por el amor a todos, especialmente a los más necesitados, no debemos parar nunca: quien no progresa, retrocede.

fr.Pepe E.
18 de febrero de 2015 a las 13:40


En Cuaresma debemos practicar la cosmética. Oler a amor y mostrar en nosotros la transparencia de quien se entrega a los demás sin buscar aplausos y reconocimientos. Nuestros productos de belleza los encontramos no estando pendientes del menú, sacudirnos la vergüenza de dar limosna al que tiende la mano por la acera y dar lo contemplado no lo estudiado.

Anónimo
19 de febrero de 2015 a las 14:21

Un cristiano chino contaba su conversión:
Yo había caído en la profunda sima del pecado y de la desesperación, clamé pidiendo auxilio y entonces vino Confucio y le pedí con todas mis fuerzas que me sacará de allí, por toda respuesta se limitó con toda calma a darme enseñanzas que me ayudarían a evitar nuevas caídas en el futuro, pero me dejó en el mismo lugar donde yo estaba, fue en vano que le gritase con desesperación que me salvase.
Luego vi a Buda, el cual se me acercó, y viendo la situación en que me encontraba, me aconsejó: “Hijo mío, has de tener paciencia, no te desesperes, concéntrate en ti mismo, y encontrarás el descanso para tu alma.
Por último, cuando yo estaba a punto de perecer sin esperanza, se me acercó alguien y me dijo: “Hijo mío, aquí estoy yo que he venido para salvarte”. Entonces grité:
¡Señor sálvame! 
Y ¡oh maravilla! El descendió hasta donde yo estaba y tomándome en sus brazos, me sacó del pozo, le pregunte cómo se llamaba y me dijo: Jesucristo. Y desde entonces soy suyo .
Gracias Fray Martin

J. García
25 de febrero de 2020 a las 22:07

Dada nuestra naturaleza, tenemos necesidad de cambio. Estamos llamados a ser perfectos y felices, a un destino sublime. Y solamente cambiando llegaremos a la meta. El Señor nos da la gracia necesaria para la conversión, y Fray Martín nos señala el camino con excelencia. Gracias fray Martín, y gracias también al cristiano chino anónimo: muy bueno!!

Estela DiazCruz
2 de marzo de 2023 a las 14:48

Gracias por sus bellas reflexiones

Valero
3 de marzo de 2023 a las 08:12

Gracias Martín por recordarme que la conversión no es un acto único y definitivo sino una actitud de vida, la del que cada mañana sabe que debe empezar de cero buscando la vida en la voluntad de Dios.

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