May
Arrollamiento
2 comentariosEl jueves, 5 de mayo, viajaba en el tren Euromed de Valencia a Barcelona. La llegada estaba prevista a las 21:39. De pronto, sobre las 21:30, cuando parecía que estábamos llegando, porque el tren iba reduciendo su velocidad, nos quedamos parados. Me pregunté si habíamos llegado con algo de adelanto. Pero no estábamos aún en destino. Alguna persona comentó que el tren se paraba, pero solo serían dos minutos, precisamente porque llevaba algo de adelanto y quería entrar en la estación justo a la hora indicada. Pasaron dos minutos y quince más y el tren seguía parado. Por megafonía se dijo lacónicamente: “señores viajeros, estamos en la estación de Gavá y vamos a estar unos minutos parados por motivos técnicos”.
Pasó media hora y la gente se preguntaba cuáles eran los motivos reales de la parada. Un pasajero, mirando su móvil, dijo que “La Vanguardia” informaba de que había habido un “arrollamiento”, y que el tren salía en un cuarto de hora. El tren tardó todavía en moverse. Llegó con casi hora y media de retraso. El arrollamiento, en realidad, por lo que dijo sin querer decir el interventor, consistía en que una persona se había arrojado a la vía y un tren anterior la había matado. Ignoro si “La Vanguardia” del viernes dio la noticia en su edición impresa. Probablemente no. Ninguna de las personas con las que comenté el asunto sabían nada. Una me dijo que en España cada día se suicidaba mucha gente, pero que había una política de silencio en torno a este tema. Los datos que yo he recabado hablan de casi 4.000 suicidios por año, de los que tres cuartas partes son varones y la otra cuarta parte mujeres.
¿Quién era esa persona que decidió quitarse la vida de esta forma? ¿Qué edad tenía? ¿Vivía solo, tenía familia, hijos o esposa? ¿Trabajaba? Sin duda había mucha tristeza en su vida. Probablemente la vida le había maltratado. Quizás porque él también había maltratado a la vida. En estos asuntos, como se suele decir, las culpas están repartidas. Suicidio: expresión extrema de lo desesperante que puede ser la vida, de lo dura que nos la hacemos los unos a los otros, de nuestra ceguera ante el sufrimiento ajeno. El suicida no pretende quitarse la vida; busca el modo de librarse de lo insoportable de la vida.
¿Qué parte de responsabilidad corresponde a la sociedad o a los poderes públicos o incluso a las Iglesias? Hay personas para las que la vida no tiene sentido, que no ven ningún futuro, que tampoco tienen ningún presente. Solo tienen un pasado lleno de lamentos. Nuestros políticos, en vez de dedicarse a prometer lo que no piensan cumplir, podrían preocuparse un poco de tantos pobres de cuerpo, alma y espíritu. ¿Hay algo para ellos en sus programas? Y los creyentes en Dios, ¿qué palabras de esperanza decimos y qué obras de amor realizamos? ¿Cómo convencer a las personas de que la vida vale por sí misma? Habrá que ayudarles no sólo a soportar lo insoportable, sino a que encuentren una vida digna que merezca el nombre de humana.