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Anunciación: regenerar la historia
1 comentariosLa fe cristiana está basada en acontecimientos históricos, ocurridos en nuestro mundo en fechas y lugares bien precisos. Estos acontecimientos reciben desde la fe una determinada interpretación. Otras interpretaciones son posibles: de la historia de Jesús puede hacerse una lectura cristiana, judía, religiosa sin más o incluso secular. Este arraigo histórico del cristianismo explica que hayamos puesto fecha a algunos acontecimientos, aunque hoy no sea posible determinar esa fecha con precisión absoluta. Eso es lo de menos. Que yo haya sido bautizado un ocho o un veinte se septiembre no tiene mayor importancia. Lo importante es que he sido bautizado. Ocurre lo mismo con la fecha del nacimiento de Jesús: el 25 de diciembre es un modo de decir que tuvo fecha de nacimiento, pero nada más. Lo del año uno es todavía más impreciso. Seguramente Jesús nació en el año cuatro o cinco antes de nuestra era.
A partir de ahí se comprende la fecha “litúrgica” de la anunciación del Señor: haciendo un recuento de los meses de expectación a partir del nacimiento de Jesús, resulta que marzo es el tiempo de su concepción. Como este año el 25 de marzo se encontraba dentro de la semana de Pascua, se ha trasladado la fiesta de la anunciación al 4 de abril. En Valencia se celebrará el 5, porque el 4 de abril se celebra la fiesta de san Vicente Ferrer. Estos cambios son una prueba más de que, aunque los acontecimientos fundamentales de la fe cristiana son históricamente determinables, la exactitud de la fecha que requieren, por ejemplo, algunos actos jurídicos, en nuestro caso es lo de menos. Los cristianos ni celebramos ni recordamos fechas, sino acontecimientos.
En primavera se regenera la naturaleza. La anunciación del Señor en estos días de primavera (en el hemisferio norte), nos invita a ir más allá de la regeneración de la naturaleza y a pensar en la regeneración de la historia. La regeneración de la historia comenzó con un anuncio a una jovencísima muchacha. Al oírlo “ella se turbó” (Lc 1,29), pero se mantuvo firme. Dios no le impone nada. Dios pide un asentimiento que debemos calificar de “contractual”. Y sorprendentemente se lo pide a un sujeto carente de voz autónoma para el derecho y la sociedad de aquella época. Así son las cosas de Dios. Nos hace el honor de contar con nuestra libertad. La aceptación de aquella chica tuvo la capacidad de cambiar el curso de la historia. También hoy la historia cambiará no gracias a los poderosos, sino gracias a un cambio de mentalidad que sólo puede ocurrir en aquellos que tienen un corazón humilde y amante. Ellos son los verdaderos sujetos de la historia.
La Iglesia debe anunciar con todas sus fuerzas que la acogida de la Palabra de Dios (“hágase en mi según tu palabra”) es el mejor camino para esta necesaria regeneración de la historia y de la sociedad. En el anuncio, en la acogida, y en otras cosas en la Iglesia, hay mujeres que van por delante.