Logo dominicosdominicos

Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

10
Feb
2018
Con Dios nunca se acaba
3 comentarios

mar

Con Dios nunca se acaba, pues Dios es siempre “más” de lo que podemos decir, pensar o imaginar. Dios siempre se nos escapa. Por eso con él nunca se acaba. Incluso en la vida eterna, el conocimiento de Dios seguirá siendo inabarcable. La vida eterna es un encuentro siempre nuevo, un descubrimiento permanente, una novedad constante, un profundizar cada vez más en el amor del Amado.

Santa Catalina de Sena describía así la búsqueda de Dios: “un mar profundo, donde cuanto más me sumerjo, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Eres insaciable, pues llenándose el alma en tu abismo, no se sacia, porque siempre queda hambre de ti, sed de ti, deseando verte con luz en tu luz”. De forma similar se expresaba san Agustín: “gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti”. Se diría que el encuentro con Dios, lejos de saciar, provoca mayores deseos. Es lo propio de amor. Siempre se desea más, siempre comenzar de nuevo, siempre aspirando a nuevos encuentros, no porque los anteriores no hayan llenado, sino porque este llenar despierta nuevos anhelos.

El místico dominico alemán Juan Tauler se expresaba así: “El abismo de la Divinidad es tan grande, elevado y profundo que nadie, jamás, podrá siquiera rozar su inabarcable profundidad. Siempre podrá seguir profundizando más y más”. Así se explica que todo encuentro con Dios nos deje insatisfechos. No con la insatisfacción que produce nostalgia, tristeza o desánimo, sino con la insatisfacción del que siempre quiere más, porque en la medida en que nos encontramos con Dios, en esta misma medida nos damos cuenta de lo grande y maravilloso que es y, por tanto, de la infinita distancia que nos separa de él. Al acercarnos a él, y ser así más conscientes de su grandeza, más nos damos cuenta de nuestra pequeñez.

Ir al artículo

6
Feb
2018
La increencia nos obliga a purificar nuestra imagen de Dios
6 comentarios

altar

Y esto en un doble sentido. Por una parte la increencia obliga al creyente a criticar toda representación utilitaria de Dios. Dios es siempre gratuito. No tiene ninguna función utilitaria, no es el garante de ningún orden social o político. No es la proyección de nuestros complejos ni la compensación de nuestras frustraciones. Tampoco es un Dios que resuelve nuestros problemas, ante el que todo está claro y prefijado, o que tiene respuestas para todo. El cristiano, en el terreno mundano, no tiene ventajas sobre los otros seres humanos. Debe buscar soluciones a los problemas como cualquier otro. Soluciones que el cristiano busca desde su fe y que, en ocasiones, coincidirán con las que puedan darse desde otros puntos de referencia. El Dios cristiano no es necesario, es gratuito y más que necesario. El Dios de Jesús desborda toda proyección y toda previsión. No es tal como lo hubiéramos podido soñar. Es imprevisible.

En otro sentido la increencia nos insta a purificar nuestra imagen de Dios: obligándonos a aprender, para posteriormente enseñar a la gente de nuestra época, los “otros nombres de Dios”, tales como libertad, justicia, gracia, antidestino; nombres de Dios que se oponen a los dioses de este mundo: poder, riqueza, prestigio, sexo, fuerza, eficacia… Este mundo incrédulo tiene muchos dioses que le seducen. Al oponernos a ellos indicamos, al menos, dónde no está el verdadero Dios (cf. Gal 4,8).

Posiblemente hoy la cuestión no sea tanto: Dios sí, Dios no, cuanto: ¿qué Dios?. ¿ante qué Dios nos movemos, qué Dios nos seduce? Es interesante notar que la Escritura rechaza con más fuerza la idolatría que el ateísmo, quizá porque ahí está el verdadero problema. No es posible servir a dos señores. ¿A qué Dios servimos, de qué Dios hablamos los cristianos? ¿Qué dioses rechazamos, cuáles son los que no nos satisfacen? Y sobre todo, ¿qué entiende la gente cuando decimos Dios? Los no cristianos, ¿entienden al menos cuáles no son nuestros dioses?

Ir al artículo

2
Feb
2018
La fe no es evidente, pero es cierta
5 comentarios

iglesiavacia

A propósito del anterior post un amable lector ha mostrado su acuerdo en que la fe no ofrece un conocimiento perfecto, pero ha añadido que nos puede llevar a conseguir un sentimiento perfecto. Agradezco esta aportación, y la tomo como una invitación a precisar que la fe ofrece certezas que no dependen de la evidencia.

Hay quién piensa que sólo la ciencia describe y alcanza el mundo de lo real y, por tanto, sólo ella ofrece certezas. La fe es inevidente por naturaleza De ahí, deducían algunos antiguos y ahora repiten muchos modernos, que se trata un conocimiento incierto, equiparable a la opinión y a la duda. Pero, aunque en la fe, como bien reconoció Tomás de Aquino, hay un aspecto equiparable a la duda (debido a la inevidencia de lo creído), no es un conocimiento incierto, sino firme, cierto y seguro, porque la seguridad se apoya en la seriedad del testigo de la fe. En el caso de la fe cristiana, Jesucristo es el que ofrece seguridad a la fe. De ahí que Tomás de Aquino reconociera también en la fe, debido a la seguridad que da, un aspecto equiparable a la ciencia.

Descartes, seducido por las matemáticas, pensaba que la seguridad del conocimiento descansaba en la evidencia, en lo que se presenta clara y distintamente al espíritu. Su contemporáneo Pascal cuestionó la pretensión cartesiana de reducir la realidad a las ideas claras y distintas. Mucho antes, Tomás de Aquino supo disociar magistralmente la certeza de la evidencia. La fe es cierta porque se apoya en Dios, pero no es evidente porque adhiere a un misterio.

Inevidencia no equivale a inseguridad. Un ciego, bien acompañado, no ve, pero va seguro. Hay inevidencias que ofrecen más seguridad que las evidencias. La carta a los Hebreos cuenta algunos casos, como el de Noé que advertido por la fe “sobre lo que aún no se veía”, construyó un arca para salvar a su familia y así “condenó al mundo” (Heb 11,7) que, sin duda, a la vista de un sol que quemaba, se reía de Noé. Para Noé y tantos otros héroes de la fe que aparecen en el carta a los Hebreos, la confianza en Dios les daba más seguridad que la tierra misma que estaban pisando. Por este motivo “hay que subrayar con énfasis que la cuestión de la verificabilidad y de la verdad no son ni mucho menos idénticas” (Hans Jonas).

Ir al artículo

29
Ene
2018
La increencia enseña que Dios no es una evidencia
4 comentarios

cieloazul

La increencia nos enseña que Dios no es una evidencia, sino un Misterio, el misterio por excelencia, que nunca acabamos de comprender y que no podemos manipular. Cierto, la fe es asentir al Dios que se revela. Pero, y eso se olvida con frecuencia, es también y al mismo tiempo, una búsqueda y una constante interrogación. La fe es simultáneamente asentimiento y búsqueda, decía Tomás de Aquino. Los creyentes olvidamos, a veces, la ansiedad que caracteriza al acto de creer, pues el objeto de la fe, Dios mismo, carece de evidencia objetiva. De ahí la insatisfacción de la inteligencia humana al acogerlo cuando se revela, pues la inteligencia busca claridad. En la fe no hay nada completamente claro: la imperfección en el conocer es constitutivo de la fe; la fe no puede ser un conocimiento perfecto, decía Tomás de Aquino. El creyente es un inquieto, un insatisfecho, porque cree sin tenerlo claro. La falta de claridad no es un motivo para glorificar la obediencia, sino más bien un acicate que impulsa a buscar la verdad.

La inevidencia no es ni una prueba que Dios nos envía, ni es manifestación de pobreza de fe. Tomás de Aquino dice expresamente que en la fe hay un aspecto equiparable a la duda, a la sospecha y a la opinión. El preguntar y el dudar no demuestra necesariamente falta de fe. Pudiera demostrar madurez en la fe. Las preguntas pueden ayudar a encontrar respuestas que ayuden a profundizar en la fe, a mejorar sus expresiones, a corregir sus formulaciones inauténticas, a buscar nuevos motivos y razones para creer.

Cierto: la fe no es fruto de la razón, pero tampoco es contra ella. De ahí que la fe se opone a la ligereza de la credulidad (cf. Eclo 19,4). El creyente realiza un acto humano y, por tanto, justificable. Pero también sabe que este acto, que tiene su racionabilidad, no es evidente ni demostrable. Se trata de un acto racionalmente posible que no es racionalmente concluyente. Por eso no puede imponerse, sino tan solo proponerse. Pues el creyente es muy consciente de que siempre caben argumentaciones y explicaciones coherentes de su vivir y su obrar, distintas de las que él da en nombre de su fe. Esto explica que la fe sea siempre libre y, por eso, tolerante.

Ante las otras opciones, el creyente no debe esconder su fe. Debe situarse inteligentemente en una postura de búsqueda y pregunta. Pues el creyente, más que poseer la verdad, camina hacia ella y la busca con pasión. Así puede caminar de la mano con todos aquellos que también buscan la verdad y el sentido de la vida.

Ir al artículo

25
Ene
2018
Consejos de Tomás de Aquino a un estudiante
7 comentarios

libros

Ofrezco la carta que Santo Tomás escribió a un estudiante, y luego hago algún comentario a la misma:

“Querido amigo:

Me preguntaste: ¿Qué he de hacer para encontrar el tesoro de la sabiduría? He aquí mi consejo: No te lances directamente al mar; acude a él por los ríos. Con otras palabras: empieza por lo sencillo, que ya llegará lo complicado

Te añadiré algo más para tu vida personal. Procura pensar lo que dices. Si puedes evitar las tertulias en las que se habla demasiado, mejor. Que en tu conciencia no haya dobleces. Se constante en la oración. Enamórate del recogimiento, pues en él encontrarás luz para entender.

Que tu trato sea siempre amable. Interiormente no condenes a nadie. Deja a un lado los cotilleos, que solo producen menosprecio y distracción. Infórmate de lo que ocurre en el mundo, pero no seas mundano. Trázate objetivos claros, evitando toda dispersión. Sigue las huellas que han dejado marcadas los mejores.

Archiva en tu memoria todo lo bueno que oigas y veas, venga de donde venga. Esfuérzate por comprender lo que leas. Disipa las dudas que te surjan. Ve llenando tu mente de cosas como quien va llenando un vaso: poco a poco. Calibra tus fuerzas y no pretendas alcanzar lo que rebasa tus posibilidades.

Si haces todo esto, mientras vivas, serás como una cepa cargada de racimos en la viña del Señor. Además, conseguirás lo que te propongas”.

Mi comentario: La carta está llena de pedagogía. Para aprender hay que comenzar por el principio, por las bases, por lo sencillo, para poder ascender a lo complicado. El aprendizaje supone tiempo y esfuerzo; aquí no valen los atajos. Pero el aprendizaje exige una vida serena y sosegada. El ruido, el bullicio, no ayuda al estudio; el silencio es el mejor clima para aprender. Silencio que supone una vida sana y equilibrada.

Más allá del esfuerzo y de una vida recogida, hay dos consejos que conviene resaltar: por una parte, el estudiante debe resolver las dudas que le surjan. Solo así se puede profundizar en las materias. La duda es un momento importante, si es expresión de una inquietud. Pero quedarse en la duda es no avanzar en el conocer. Por eso, el estudiante debe preguntar, exigir que sus profesores resuelvan sus dudas y respondan a sus preguntas. Un profesor que no sabe responder, es un mal profesor.

Por otra parte, sto. Tomás recomienda acoger lo bueno, venga de donde venga. En la Suma de Teología hará suyo este axioma: la verdad, la diga quien la diga, proviene del Espíritu Santo; y añade: incluso aunque la dijera el diablo. Jesús, a aquellos que le acusaban de expulsar demonios por el poder de Satanás, les respondió: deberíais alegraros, porque de lo que se trata es de que aparezca el bien; y si Satanás colabora en esta aparición, significa que Satanás lucha contra sí mismo.

La verdad, el bien, la belleza, venga de donde, lo haga quién lo haga y lo diga quién lo diga, es un reflejo de la verdad, el bien y la belleza divina. Nosotros, muchas veces rechazamos sin examinarlo lo que dicen nuestros enemigos y aprobamos, también sin examinarlo, lo que dicen y hacen nuestros amigos. Es una actitud no sólo perezosa, sino insensata. Todo lo que nos ayuda a entender y a conseguir la verdad, es bien venido. Y si viene de nuestros enemigos, debemos estar agradecidos a nuestros enemigos porque nos ayudan a alcanzar la verdad.

Ir al artículo

21
Ene
2018
El infierno es papá y mamá
3 comentarios

oscuridad

Para algunos niños o niñas el infierno ha sido el pederasta de turno (clérigo o no clérigo). En el último caso publicado y llamativo el infierno han sido los propios padres. Me estoy refiriendo a esta pareja norteamericana, aparentemente muy religiosa, que ha tenido esclavizados a sus trece hijos prácticamente durante toda la vida: hambrientos, malolientes, encadenados, palizas, ¿para qué seguir? Conozco algún caso de niña o niño abusado por sus propios familiares. Y conozco también algún caso de niños o niñas no bien queridos por sus padres. No estoy hablando de los habituales problemas de relación. Estoy hablando de mal trato y de no querencia. Parece difícil maltratar a los hijos pequeños, pero hay casos. Más de los que se conocen y se denuncian.

¿Hasta dónde puede llegar la maldad humana?, ¿hasta dónde, en el ser humano, la animalidad puede con la racionalidad? Claro que esta animalidad está bien alimentada por la tentación luciferina del espíritu al que se le ocurren los peores pensamientos y las peores ideas. Esta violencia familiar no es más que un reflejo de la violencia social, y es una muestra extrema de un pecado que a todos nos acosa. Por eso, tales casos son una llamada de atención a aquellos que nos creemos buenos: “el que crea estar en pié, mire no caiga” (1 Cor 10,12).

El infierno es papá y mamá, titular que me he permitido copiar, es una buena llamada de atención para aquellos que dicen que no existe el infierno; y también para aquellos que dicen que el infierno es creación de Dios. Los que dicen que no existe deberían mirar tantas situaciones infernales intrahistóricas, a menor escala en las familias; y a mayor escala en situaciones como Auschwitz, Camboya, Gulag (= campos correccionales soviéticos), etc., etc.

Estas situaciones infernales no las ha creado ni querido Dios, son obra de la maldad humana. Dios sólo sabe hacer cielos, sólo quiere nuestro bien, el bien de todos, también el bien de los que hacen el mal. El bien de los que hacen el mal comienza por la conversión, por el cambio de actitudes y de mentalidad, por decidirse a hacer el bien.

Ir al artículo

18
Ene
2018
La increencia ayuda a comprender la fe
0 comentarios

arcodepiedra

Tanto la creencia como la increencia tienen su propia lógica. En uno y otro caso se trata de opciones serias que comprometen la vida entera y que, por tanto, hay que justificar. Hay razones para creer y también para no creer. Más aún, entre creencia e increencia hay una relación escondida: en muchas ocasiones las razones del no creyente son las preguntas y problemas del creyente. Y, a la inversa, las buenas razones del creyente, deberían hacer pensar al no creyente.

Hoy la creencia no cuenta con el apoyo social del que parece que gozaba en tiempos pretéritos. Pero no es este el principal motivo por el que la fe es cuestionada. El cuestionamiento de la fe procede de la propia fe. No existe una fe invulnerable, al abrigo de toda sospecha, aunque sólo sea porque la oscuridad forma parte de la fe. Así, una reflexión sobre la incredulidad ayuda a la propia comprensión del creyente, pues éste debe ser consciente de las dificultades que surgen contra la fe, precisamente para llegar a la madurez de la fe. En este sentido Tomás de Aquino afirmaba que “los sabios”, o sea, los que conocen las dificultades para creer “tienen mayor mérito al creer, puesto que no abandonaron la fe ante las razones aducidas contra ella por los filósofos o por los herejes”. Y el Vaticano II dice: “las dificultades no dañan necesariamente a la vida de fe; por el contrario, pueden estimular la mente a una más cuidadosa y profunda inteligencia de aquélla”.

Más aún, si no fuera posible el ateísmo tampoco sería posible la fe. El ateísmo no es un asunto de conciencia deformada, ni de inteligencia limitada. Es una de las posibilidades del ser humano, perfectamente comprensible desde la fe. Pues si la fe tiene sus razones, no es el resultado de un razonamiento, sino la respuesta libre a una oferta gratuita, que desborda toda expectativa (cf. 1Co 2,7-9) y que se presenta como el Misterio por excelencia. Este misterio, Dios mismo que se nos da, si bien va al encuentro de las más íntimas aspiraciones del ser humano, no se reduce a la lógica de la existencia humana, sino que va más allá de ella. Por eso no se puede imponer. El “no entenderlo” tiene su lógica. Más aún, forma parte de la fe.

Además, si la fe es una oferta, eso quiere decir que se ofrece a una persona ya constituida, que puede decir: no. Para mantener la gratuidad de la fe es necesario afirmar la consistencia de lo humano. Si el ser humano necesitara de Dios para ser humano (aunque ciertamente, desde otro punto de vista necesita de Dios para ser), Dios no sería gratuito, sino necesario, y se impondría necesariamente a todas las criaturas racionales. La gratuidad del Dios que se nos da, obliga a mantener la consistencia y la libertad humanas. Dios se revela mejor como Dios creando un hombre capaz de ateísmo que creando un esclavo que le adoraría sin libertad.

Ir al artículo

14
Ene
2018
San Antonio y el demonio
3 comentarios

sanantonioyeldemonio

La tradición cuenta que san Antonio Abad fue acosado y tentado por el demonio. Recordando esta tradición la oración para después de la comunión de la Misa de San Antonio pide a Dios que nos conceda “superar las insidias del enemigo, como le otorgaste al abad san Antonio la gloriosa victoria sobre el poder de las tinieblas”.

La figura de san Antonio es muy popular en la isla de Mallorca. No solo por el santo, sino por la figura del demonio que siempre le está rondando. Así, el día de la fiesta del santo, en los distintos pueblos de la isla hay personas que se disfrazan como demonios, que bailan y cantan en honor al santo. La copla más conocida dice así: “Sant Antoni i el Dimoni / jugaven a trenta un, /el Dimoni va fer trenta, /Sant Antoni trenta un” (San Antonio y el demonio jugaban a treinta y uno, el Demonio alcanzó los treinta puntos, San Antonio logró treinta y uno).

El treinta y uno es un juego de naipes. La meta es obtener un valor de puntos lo más cercano posible a 31. Pues bien, la canción deja muy claro que el demonio es muy poderoso, hábil y astuto. Jugar con él es peligroso, porque siempre tiene muchas cartas para vencer. Sin embargo, san Antonio, cuando el demonio quería jugar con él, siempre le vencía, porque el santo tenía mejor apoyo que el demonio.

Yendo más allá de la imaginería popular, yo diría que hoy las fuerzas del mal son poderosas y toman forma en la política, la economía, la cultura y, a veces, hasta en la religión. A la vista de muchos desastres humanos que asolan a nuestras sociedades, se diría que no hay nada que hacer, que la batalla contra ellos está perdida de antemano. Y, sin embargo, hoy es más necesario que nunca anunciar y recuperar la esperanza. Esa esperanza que nos conforta y nos dice que el bien siempre es más poderoso que el mal. Esa esperanza que nos moviliza para oponernos a todo mal, para plantarle cara, aunque a veces parezca que vamos a perder. La esperanza es la virtud de los fuertes. Pero exige paciencia. Y, sobre todo, exige decisión, para no quedarnos cruzados de brazos ante mal. La resignación no es ni humana ni cristiana.

Miguel de Unamuno decía que si el hombre se cruza de brazos, Dios se echa a dormir. Importa, pues, que salgamos de nuestro letargo y nos decidamos a oponernos con toda nuestra vida a todo lo que atenta contra la dignidad y la grandeza de la persona humana, para que así Dios se despierte. Cuando luchamos contra el mal, cuando no perdemos la esperanza, Dios está siempre a nuestro lado. Y así, aunque el “demonio” parezca que está a punto de triunfar, porque sus cartas en el juego alcanzan hasta treinta, la esperanza nos asegura que aquellos que trabajan por el bien tienen cartas mejores y logran los treinta y un puntos.

Ir al artículo

9
Ene
2018
¿Qué pan pedimos en el padrenuestro?
8 comentarios

eucaristia05

La respuesta más habitual a la pregunta que encabeza este artículo es: el pan de cada día, o sea, lo necesario para vivir. No pedimos la opulencia o la riqueza, sino lo que de verdad necesitamos. Este lectura es legítima y con toda seguridad hay que incluirla en la petición de la oración que Jesús enseñó.

Ahora bien, este “pan de cada día” podría tener otro sentido. Los exégetas reconocen que es la traducción de un término difícil, que tiene un sentido de presente, pero también un sentido de futuro (y entonces habría que traducirlo como el pan del mañana, el pan del futuro). De hecho, esta expresión, tal como la han interpretado los primeros escritores cristianos, podría referirse al pan de la Eucaristía (el verdadero pan escatológico), de modo que una posible traducción sería: el pan de la vida eterna, anticípanoslo hoy. Este pan de la vida eterna se anticipa en la eucaristía, en donde recibimos la prenda de la gloria futura.

San Jerónimo traduce la misteriosa palabra (“epioúsios”) por “supersubstantialis”. Este pan super sustancial, esta sustancia nueva, superior, Jerónimo interpreta que se nos da en el Santísimo Sacramento, verdadero pan de vida: “éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera” (Jn 6,50); “vuestros padres comieron el maná en el desierto” (Jn 6,31) y seguían teniendo hambre, y murieron (como nosotros). El pan material no sacia, ni llena el corazón, ni asegura la alegría. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).

En esta petición del padrenuestro quedan ligadas nuestras propias necesidades con las necesidades de los hermanos (por eso pedimos “nuestro” pan y no mi pan), pero al mismo tiempo este pan (sobre todo cuando es compartido) nos hace anhelar este banquete celeste, en donde no habrá ya más necesidad, pues rebosaremos de todo bien. Esta mesa celestial se anticipa en el banquete de la eucaristía, y se nos anuncia y promete en el pan de la palabra de Dios.

Ir al artículo

5
Ene
2018
Jesús, bautizado como pecador
6 comentarios

bautismodejesus

Es una pena que no prestemos suficiente atención a la fiesta del bautismo del Señor. Con el bautismo de Jesús seguimos en plena celebración del misterio de la Encarnación. Sin embargo, suele ser habitual que, en este domingo, las homilías se centren en el bautismo cristiano. Esa es una mala lectura del bautismo de Jesús. Pues Jesús no fue bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Hubiera sido cuando menos sorprendente que fuera bautizado en el nombre del Hijo. Jesús fue bautizado por Juan (un inferior a él) con un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados.

Los primeros cristianos tuvieron serias dificultades para comprender y aceptar el bautismo de Jesús. De hecho, un evangelio apócrifo niega explícitamente que Jesús fuera bautizado por Juan apelando a que Jesús no había cometido pecado. Esta dificultad es la que mueve a los exégetas a afirmar que el bautismo de Jesús es uno de los hechos más “históricos” de su vida, en el sentido moderno que damos a la palabra historia: acontecimiento realmente sucedido. Si fue así, si Jesús fue a que le bautizara un inferior y encima para el perdón de los pecados, hay que explicar qué sentido tiene y cómo se compagina este bautismo con el hecho de que Jesús “no cometiera pecado ni encontraran engaño en su boca”, como bien dice 1 Pe 2,22.

Jesús se pone conscientemente en la cola de los pecadores, desciende a las profundidades de la tierra, pues el río Jordán descansa sobre una depresión a unos 408-416 metros debajo del nivel del mar; esto lo convierte en el río con la elevación más baja en todo el mundo. Resulta significativo eso de situarse en la cola de los pecadores y en lo más bajo de la tierra. El que no tiene pecado y está por encima de todo, se sitúa en el lugar contrario al que le corresponde. ¿Por qué? Jesús se solidariza con los pecadores y confiesa los pecados. No su propio pecado, sino el pecado del mundo, el pecado de sus hermanos los hombres, que él asume. El es el “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Para quitarlo, primero lo asume.

El bautismo de Jesús es una de las mejores manifestaciones de hasta dónde llega la Encarnación: Jesús no asume una carne humana ideal, sino la carne de una humanidad pecadora. Cuando el cuarto evangelio dice que “el Verbo se hizo carne”, esta carne es “carne de pecado”. Hasta ahí llega la solidaridad de Jesús, hasta ahí llega su amor. Y porque llega hasta ahí, tiene el gran poder de quitar el pecado del mundo.

Ir al artículo

Posteriores Anteriores


Logo dominicos dominicos