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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

26
Oct
2008
Dios probablemente no existe, ¿o sí?
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“Dios probablemente no existe, deje de preocuparse y disfrute de la vida”. Este es el eslogan publicitario que se insertará en los autobuses del Reino Unido para el que los organizadores han recaudado ya cinco veces los fondos que necesitan para su puesta en marcha. Una de las promotoras de la campaña ha declarado que con ella se trata de “contrarrestar los mensajes de ciertas organizaciones religiosas que amenazan con el infierno a los no cristianos”.

Evidentemente, los promotores de la compaña están mal informados sobre lo que realmente proclama la fe cristiana. Pero no es menos cierto que mucha gente sigue pensando que el Dios cristiano amenaza con castigos, está en contra del gozo y del placer y anula la libertad humana. ¿De dónde han sacado esas ideas? Probablemente la palabra y la vida de muchos creyentes sigue dando pié para que piensen así.

Por eso es importante que los cristianos proclamemos a tiempo y a destiempo que nuestro Dios sólo quiere un presente y un futuro lleno de vida para todos y cada uno de los seres humanos. Porque él es Amor, sólo amor y nada más que amor. Si no fuera así, no valdría la pena. Precisamente porque es así, cabe replicar: Dios probablemente existe, deje de preocuparse y disfrute de la vida. Sí, porque si Dios existe puede usted vivir en paz consigo mismo, lleno de confianza en que Dios no le fallará. Porque con el Dios de Jesús no se trata tanto de exigencias cuanto de promesas. No se trata de leyes sino de gracia y perdón.

Y a los que piensan que probablemente Dios no existe, se me ocurre decirles, primero, que les comprendo, porque Dios no es una evidencia. Después me gustaría decirles, con todo respeto, que eso de que Dios no existe sólo se puede pensar con la cabeza, porque pensarlo con el corazón es una insensatez. Pensarlo con el corazón es desear que no exista. Si se trata de la buena imagen del Dios cristiano, eso no se puede desear, porque sería tanto como aborrecer la felicidad y la vida.

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23
Oct
2008
Sin internet, ¿incomunicados?
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Durante las últimas 24 horas una persona amiga ha intentado enviarme un correo electrónico sin conseguirlo. Unas veces el sistema se lo devolvía, otras se lo tragaba, pero a mi no me llegaba. Ya todo funciona correctamente y sus correos llegan con normalidad. Son los misterios de la informática, los duendes que interfieren en la comunicación. Cuando fallan esos sistemas inmediatos de comunicación, como el teléfono, el correo electrónico, el Chat o el Messenger, parece como si nos sintiéramos incomunicados. Entonces apreciamos la importancia de podernos comunicar, la importancia de las redes de amigos, la facilidad de poder enviar y recibir documentación, incluso de enviar apuntes a los alumnos por correo electrónico.

Internet es un buen instrumento de comunicación. Nos hace sentir cercanos. Pero puede ser también un sucedáneo: hay mucha gente que es incapaz de decirse cara a cara lo que sí se dicen por teléfono y no digamos por correo electrónico. Más aún, en los chats la gente suplanta su identidad, dice lo que jamás se atrevería a decir si se supiera quién es el autor de lo dicho. Estos medios no son ni buenos ni malos. Depende de como se usen. Bien utilizados facilitan muchas cosas, son vehículo de amistad, favorecen el encuentro y la relación entre quienes no pueden comunicarse de otro modo. Pero mal utilizados pueden incluso degradar.

Y también pueden fomentar un modo de relación en personas que son incapaces de hacerlo por motivos caracteriales, por timidez, porque el cara a cara o el mirar a los ojos del otro y sentirse mirado les resulta incómodo. Esas llamadas redes de amistad, en las que la gente se envía documentos y montajes, algunos de inspiración cristiana, en los que se acaba diciendo algo así: “si eres amigo mío, reenvíame este mismo mensaje”, pueden ser un modo de relacionarse quizás de segundo orden, pero que no debemos menospreciar. Más vale esto que nada. Las personas necesitamos del otro, buscamos la relación. En la amistad encontramos un gozo insuperable. Ya se sabe: muchas veces hay quien paga sexo, pero lo que en realidad busca es poder hablar, sentirse escuchado. Al facilitar la comunicación los medios modernos prestan un impagable servicio a muchas personas, que de otra forma se sentirían más solas.

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19
Oct
2008
Violencia gratuita
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Me choca una expresión empleada en el comunicado de un partido político, en estos momentos minoritario, ante las decisiones que está tomando el Juez Baltasar Garzón. El comunicado afirma que dicho partido nunca propugnó una “violencia gratuita”. No me parece una expresión afortunada. Evidentemente, el comunicado no pretende contraponer violencia gratuita a violencia pagada. Sin duda se refiere a una violencia “sin razón”. Lo cual es un modo de decir implícitamente que hay violencia que tiene sus razones; se trataría, pues, de una violencia aceptable. Ahí es donde viene mi desacuerdo, porque la violencia siempre es mala y me parece incompatible con la razón. Sin duda, hay situaciones en las que las personas y la sociedad son injustamente atacadas. Como cristiano sostengo que nunca es buena la violencia, pero también sostengo que la sociedad y las personas tienen derecho a defenderse ante agresiones injustas, con medios proporcionados a la violencia que se ejerce contra ellos.

No sé si conviene que un proceso penal que no tiene posibilidades de seguir adelante, porque ninguno de los posibles imputados está vivo, sea utilizado como medio para suscitar un debate social. Ahora bien, lo que demuestran las reacciones ante el proceso es que en España sigue habiendo heridas no curadas, hechos ante los que resulta muy difícil mantener la serenidad, un pasado con el que muchos todavía no están en paz. He oído a una diputada hablar de mirar al futuro y dejar atrás el pasado. Es una receta de difícil aplicación: unos hablan de nuevas beatificaciones, otros señalan fosas llenas de restos. La memoria no puede borrarse, el pasado influye en el presente. Pero lo que sí es posible, como cristianos y sencillamente como personas, es vivir en paz con el pasado, reconciliarse con la propia historia, aprender de los errores propios y ajenos para no repetirlos. No es un problema de memoria. Es una cuestión de espíritu. De espíritu santo y de espíritu humano. Por cierto, ¡vaya contraste entre algunos aquí que se pelean en su nombre y ellos allí que se abrazan como hermanos!

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17
Oct
2008
El criterio es leer bien
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Escena que todavía ocurre en algunas Iglesias: cuando llega la hora de leer la Palabra de Dios, el celebrante pide a alguno de los asistentes que salga para leer; suele salir alguna persona de buena voluntad que, además de no haberse preparado la lectura, no lee con la suficiente claridad ni soltura. La misma escena desde otra perspectiva: en algún monasterio de religiosas se presentan unas personas para asistir a la Eucaristía; la encargada de la liturgia, buscando complacer a esas personas, les invita a hacer las lecturas de la Palabra de Dios, arriesgándose a que no lean bien. Otra variante: en una boda, en un bautizo, o en actos similares, para que se sientan más protagonistas, se invita a hacer las lecturas a un amigo o a un familiar cercano a quienes reciben o celebran el sacramento.

La lectura de la Palabra de Dios no es la ocasión para lucirse, ni es algo que pueda encomendarse a personas de buena voluntad, ni es la ocasión para que alguno o alguna se sienta más protagonista de la celebración. La lectura es un momento fundamental, porque a través de la lectura llega la Palabra de Dios a los que participan en la liturgia. Si el lector lee mal, entonces la Palabra de Dios o no llega o se comprende mal, además de resultar aburrida y sin sentido. Por eso es importante encomendar este oficio, este ministerio, a quienes puedan hacerlo bien. El criterio no es la buena voluntad, la mayor piedad, la amistad. El criterio es leer bien. Si no leemos bien obstaculizamos la llegada de la Palabra. Este ministerio no se puede improvisar. Por eso es importante que en nuestras comunidades y parroquias se preparen buenos lectores. De la misma forma que a nadie se le ocurre encomendar la dirección de los cantos a uno que no sepa algo de música, también la lectura requiere un lector capacitado. El que todos los participantes merezcan un gran respeto no significa que todos estén preparados para hacer cualquier cosa. Está en juego la dignidad de la celebración y la recepción de la Palabra.

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14
Oct
2008
Sínodo o camino común
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El término sínodo (del griego syn-hodos) significa “camino común”. Se refiere a toda la comunidad de discípulos que siguen el camino de Jesús. Señala a toda la Iglesia, que es llamada a caminar conjuntamente con Cristo. Camino es una palabra que no debería apropiarse ningún grupo, porque es propia de todos y cada uno de los cristianos. En el evangelio de Marcos, los discípulos siguen a Jesús a lo largo del camino (Mc 10,52). En el cuarto evangelio, Jesús mismo es proclamado como el Camino (Jn 14,6). En los Hechos de los Apóstoles, los cristianos son calificados como seguidores del Camino (Hech 9,2).

El Sínodo de los Obispos, actualmente reunido en Roma, es una institución permanente de la Iglesia, que pretende mantener vivo el espíritu de colegialidad impulsado por el Concilio Vaticano II. Sínodo expresa la idea de caminar juntos, buscar en común, compartir experiencias. Es oportuno que los Obispos se reúnan formando Sínodo. Pero no deberíamos olvidar que también hay necesidad de buscar caminos comunes para cada Iglesia local. En algunas diócesis se han impulsado sínodos locales. Desgraciadamente, en la mayoría de los casos, con esos sínodos locales ha ocurrido lo que con muchas primeras comuniones mal preparadas, a saber, que la primera ha sido también la última. De la misma forma que el Sínodo de los Obispos se reúne cada dos o tres años, ¿no sería bueno que los Sínodos de las Iglesias locales se reunieran con cierta frecuencia, con una real representatividad de todos los creyentes, y que en ellos se pudieran tratar libremente los problemas y necesidades, las ilusiones y alegrías de cada Iglesia local? ¿Y por qué no pensar en una sinodalidad parroquial, con el párroco como animador de una Iglesia viva, en la que los fieles se conocen y participan en las decisiones que a todos conciernen? ¿No quedaría así más claro que la Iglesia somos todos y que, en ella, lo importante es la comunidad y no las presidencias? La comunidad cristiana, en sus diferentes niveles, debería ser realmente sinodal. El Espíritu Santo forma y mantiene esa comunión, ese camino común de cada Iglesia local.

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11
Oct
2008
La tortura del tatuaje
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Me escribe Concepción Merí, Licenciada en Teología y en Psicología, y me sugiere una idea “para desengrasar del Sínodo”. Como es buena, casi me aprovecho de sus propias palabras.

Llama la atención -dice Concepción- la necesidad imperiosa que sienten varones y mujeres, de todas las edades, de someter su cuerpo a torturas como la de tatuarse, poniendo en riesgo su salud física, ya que se ven expuestos a toda clase de infecciones. Incluso algunas mujeres que se han tatuado la zona lumbar, no pueden acceder a la anestesia epidural, en caso de necesitarla, ya que no pueden inyectarse sobre la tinta del tatuaje, por ser tóxica.

El tatuaje, además de una moda pasajera y nociva, es un reflejo de la disociación que provoca la cultura de la imagen. Cuando se asume que el cuerpo es vasija de lo sagrado (¡templo del Espíritu! dice san Pablo), cuando cuerpo, mente y espíritu se viven de forma unitaria, se tiende espontáneamente a cuidar el cuerpo, a no dañarlo, a no hacerlo sufrir innecesariamente. Ya la vida trae enfermedades y circunstancias que obligan a someterlo a una batería de protocolos de técnicas hospitalarias invasivas.

El verdadero culto al cuerpo proviene de saber que nos ha sido dado como herramienta transmisora de vida, para hacer el bien, que es la belleza más profunda. El verdadero significante corporal es la Vida que contiene, transmite y comparte. Y brota del interior, no de significantes en tinta sobre piel. Unos ojos sonrientes y acogedores significan aquello que no se ve, comparten la alegría de amar, esa luz del amor que se transmite al otro mirándole, acogiéndole. Tatuaje perenne y sin efectos secundarios.

Acabo con una alusión distinta al Sínodo sobre la palabra de Dios, palabra compartida en gran parte con nuestros hermanos judios, que acaban de celebrar el Yom Kipur (día del perdón, en el que Moisés recibió las segundas tablas de la ley en el monte Sinaí). De ellos hemos recibido un texto del Deuteronomio, Shema Israel, que ha inspirado una conmovedora canción de Sarit Haddad: “Cuando el corazón llora, sólo Dios escucha”. Los subtítulos están en castellano.

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9
Oct
2008
Palabra humana y divina
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Aprovechando que el Sínodo está reunido para tratar de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, resulta oportuno recordar la dimensión humana de la Palabra de Dios escrita, o sea, de los escritos reunidos en la Biblia que leemos en nuestras celebraciones litúrgicas. Cuando decimos “palabra de Dios” solemos pensar en la Sagrada Escritura, aunque ciertamente cabría hacer algunas matizaciones: en primer lugar, la Palabra de Dios en sentido pleno es Jesucristo; y luego hay más palabra de Dios de la recogida en la Escritura. Dios habla de muchas maneras y en muchos lugares: en los pobres, en los libros sagrados de las religiones, en la conciencia personal, por poner algunos ejemplos.

Pero hoy me gustaría notar algo importante para evitar fundamentalismos y entender la necesidad que tiene la Escritura de ser interpretada y actualizada. Un ejemplo puede ayudar a comprender lo que quiero decir. Cuando leemos el texto bíblico en la liturgia, el lector comienza por decir: lectura del profeta Isaías, o del apóstol Pablo, o del evangelista Marcos. O sea: vamos a leer un texto escrito por Isaías, por Pablo, por Marcos. Por un autor humano, con unas limitaciones y posibilidades, distintas a las de otros autores humanos, con un estilo, facultades y talento propio. Al terminar la lectura, el lector dice: “Palabra de Dios”. Es importante decirlo bien, porque algunos, no sé si con un poco de ingenuidad, dicen: “esto es Palabra de Dios”. No, “esto es” materialmente palabra de un autor humano. Por tanto lo que hay que decir es: “palabra de Dios”, que significa: en esta asamblea, para los corazones bien dispuestos, a través de la palabra de Isaías, de Pablo o de Marcos, ha resonado la palabra de Dios en lenguaje humano. Porque Dios se sirve de autores humanos para decir su palabra. Por eso, su palabra se expresa en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, del mismo modo que la Palabra del eterno Padre, o sea, Jesucristo, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres. ¡Maravillosa pedagogía divina!

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7
Oct
2008
Influencia destructiva de la cultura
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Hay coincidencias que hacen pensar. Ayer dos clérigos distantes hicieron un comentario similar a uno de los párrafos de la homilía de Benedicto XVI al inaugurar el Sínodo de los Obispos. A uno se lo escuché por teléfono por la mañana. Al otro por la tarde en la homilía de una Eucaristía a la que tuve ocasión de asistir. La homilía consistió en un resumen, en ocasiones literal, de la que el domingo hizo el Papa. Pues bien, al llegar al siguiente párrafo: “Naciones que en un tiempo tenían una gran riqueza de fe y vocaciones ahora están perdiendo su identidad, bajo la influencia deletérea  y destructiva de una cierta cultura moderna”, el predicador dejó de leer y empezó a hablar por sí mismo, como si de pronto se hubiera dado cuenta de que lo que leía necesitaba alguna precisión. Y vino a decir lo mismo que el interlocutor de la mañana, a saber: que en esta pérdida de la fe y de vocaciones, los cristianos, y más en concreto los dirigentes de la Iglesia, teníamos que preguntarnos por nuestra responsabilidad y dejar de echar las culpas a la cultura.

Ya el Concilio se refirió a que una deficiente exposición de la doctrina y la incoherencia de vida de los creyentes podía ser una de las causas del ateismo. Inadecuada exposición de la doctrina: presentar un Dios exigente, un Dios que “ha tenido que recurrir al castigo” (para emplear una expresión de la homilía papal), puede parecer en ocasiones necesario para defender la fe, pero deberíamos también preguntarnos si así no destruimos la esperanza. Y ya que estamos en un Sínodo de Obispos, no está de más recordar lo que decía el Vaticano II, a saber, que “los pastores exponen al mundo el rostro de la Iglesia, que es el que sirve a los hombres para juzgar la verdadera eficacia del mensaje cristiano”. El rostro de la Iglesia: el de una Iglesia pobre, en la que sus pastores no están cerca de los poderosos y grandes de este mundo, y no buscan prestigios mundanos, sino de los pequeños a los que buscan servir.

Que bueno sería si el Sínodo estimulase a buscar a este Dios que se revela en Jesús, el Dios de los necesitados, cercano a los pecadores, un Dios que es Amor, sólo amor y nada más que amor. Y que, al final, su único criterio de juicio será el amor. El amor que nosotros hemos dado, pero también el amor que Él nos tiene.

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5
Oct
2008
Sínodo sobre la Palabra de Dios
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Comienza hoy en Roma una reunión de Obispos de todo el mundo, con la presencia de algunos expertos y otros invitados, llamada Sínodo, que reflexionará sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia. Aprovechando este acontecimiento dedicaré en los próximos días alguno de estos breves artículos a aspectos relacionados con el acontecimiento sinodal.

Como aperitivo no estaría mal recordar que uno de los documentos más importantes del Concilio Vaticano II, que suscitó apasionadas discusiones, estuvo dedicado al tema de la Palabra de Dios. El Concilio subrayó que la Palabra de Dios no es un conjunto de fórmulas o de enseñanzas más o menos misteriosas, sino el modo cómo Dios va al encuentro del ser humano estableciendo con él un diálogo de amor, por medio de Cristo, la Palabra hecha carne. En la revelación, dice el Concilio, “Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como a amigos (Cf. Ex 33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cf. Bar 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía”. Son significativos los textos bíblicos en los que se apoya esta afirmación, a saber, Ex 33,11: “Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo”; y Jn 15,14-15:  “vosotros sois mis amigos”.

El Vaticano II dejó claro que la Iglesia sólo después de haber escuchado atentamente la Palabra de Dios puede proclamarla, que toda ella está a la escucha y servicio de la Palabra, y que el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio. Esta Palabra, además no es una palabra del pasado: “Dios sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado”. Es de esperar que el Sínodo esté a la altura de estas fórmulas felices y sea un estímulo para que los cristianos (incluidos presbíteros, catequistas y profesores de religión) conozcamos mejor y nos acerquemos con más frecuencia a la Sagrada Escritura, que contiene hoy para nosotros la Palabra de Dios. En este sentido queda todavía mucho camino por recorrer.

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2
Oct
2008
En el cielo el abuelo cuida del canario
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La niña lloraba desconsoladamente. Su madre no lograba calmarla. Había muerto el canario, ese pájaro al que con tanto cariño había cuidado, con el que tanto se había entretenido. De pronto, a la madre, se le ocurrió decirle a la niña: “¿recuerdas que en distintas ocasiones te he dicho que el abuelo estaba en el cielo? Pues bien, en el cielo el abuelo cuidará del canario”. De pronto la niña dejó de llorar. Sonrió. Quedó satisfecha pensando que su canario vivía y que alguien en quien se podía confiar se ocupaba de él.

La madre estuvo acertada con su respuesta. Porque el mundo natural está llamado a participar en la consumación del reino de Dios. Ese mundo formado por criaturas que valen por sí mismas y en las que Dios se complace. Criaturas en las que, a su modo, se hace presente el Espíritu Santo, el Aliento de Dios que sostiene todas las cosas en el ser. Por otra parte, la relación de una persona con un animal o con los objetos de su mundo cultural libera para una mayor alegría vital, para una mayor confianza y amor, para un trato más sensible con la realidad. Y todo esto no es indiferente para el Reino de Dios. No podemos saber ahora cómo será la relación de cada persona en su estado perfecto con animales, plantas o cosas. Pero sí sabemos que en la medida en que respetamos y amamos la naturaleza, estamos respetando y amando el desbordamiento de la vida divina, y esta experiencia constituye una faceta de la riqueza inagotable del amor de Dios y un aspecto de la identidad definitivamente lograda y feliz del ser humano.

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