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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

14
Dic
2008
La liturgia erre que erre con la Parusía
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Mientras las ciudades se llenan de belenes, la liturgia, erre que erre, sigue con su idea. Los que hayan asistido a la Eucaristía de este tercer domingo de adviento habrán escuchado una exhortación a “estar alegres”. No nos confundamos: no se trata de estar alegres porque se acercan unas hermosas fiestas. Si el apóstol Pablo hace una llamada a la alegría es porque el Señor es fiel y cumplirá sus promesas, esas promesas que se realizarán en la Parusía, o sea, en la venida gloriosa del Señor al final de los tiempos. Quien no haya captado todavía este sentido del adviento relea la segunda lectura de la Eucaristía de este domingo. Estos días de adviento no están en función de ninguna otra cosa, ni preparan a recordar ningún acontecimiento pasado. Tienen entidad propia y preparan a una venida futura, la del Señor glorioso que vendrá para juzgar a vivos y muertos. Una venida que los cristianos esperamos con inmensa alegría porque sabemos que el criterio de este juicio será el amor. El amor de Dios hacia nosotros y el amor nuestro hacia el prójimo. De ahí que la Parusía no nos evade de nuestras responsabilidades presentes, de la necesidad de encontrar a Cristo presente en cada persona, sobre todo en las más necesitadas. La espera de la Parusía nos plantea la pregunta por el ahora, por el qué hacemos, cómo vivimos mientras esperamos. Precisamente la colecta de este domingo será destinada a las diversas tareas que realiza Caritas. Posiblemente en estos días estamos más sensibilizados ante las desgracias y la pobreza ajena. No convendría que la colecta de este domingo tercero de adviento sirviera para tranquilizar las conciencias y hacernos olvidar que los pobres siempre están a nuestro lado.

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12
Dic
2008
Por la paz contra la pobreza
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Se puede leer ya el Mensaje del Papa con ocasión de la próxima Jornada Mundial de la Paz, el 1 de enero. La paz es una tarea permanente. Como somos olvidadizos es bueno recordar lo que deberíamos tener siempre presente. El mensaje lleva como título: “Combatir la pobreza, construir la paz”. Un buen título porque la pobreza es causa de conflictos personales, sociales, nacionales e internacionales. Aunque sólo fuera por esto deberíamos egoístamente combatir la pobreza. Pero como nuestro egoísmo suele ser de cortos alcances, preferimos el bienestar inmediato e incontrolado sin pensar en las consecuencias negativas que este bienestar puede tener para nosotros y para los demás: “únicamente la necedad, dice el Papa, puede inducir a construir una casa dorada, pero rodeada del desierto o la degradación”.

Hay una insistencia en el mensaje: la necesaria solidaridad creativa entre personas y pueblos. Traducido en términos cristianos: mirar a los pobres desde la perspectiva de que todos formamos parte de una única familia y compartimos un mismo proyecto divino. La primera comunidad cristiana de Jerusalén es un buen punto de referencia: en ella el objetivo era que “nadie pasase necesidad”, o sea, que no hubiera pobres. Seguro que esta comunidad recordaba una palabra del Maestro que cita Benedicto XVI: “dadles vosotros de comer” (Lc 9,13). Buena cita, porque a veces buscamos “milagros” espectaculares, en plan multiplicación de panes y peces, y olvidamos que esta multiplicación fue posible porque los discípulos se dejaron motivar por la palabra de Jesús: “dadles vosotros de comer”.

El mensaje está para leerlo. Destaco una cosa. La relación entre desarme, desarrollo y pobreza. Los enormes gastos armamentísticos de las naciones ricas se sustraen a proyectos de desarrollo favorables para los pobres. Para reducir los gastos en armamentos se necesita una mejora de las relaciones. De nuevo aparece, aplicada a este aspecto concreto, la solidaridad y la fraternidad. La clave de todo, una vez más, es el amor.

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9
Dic
2008
Fe de Dios
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La fe es una actitud fundamental, una dimensión antropológica que hace posible la vida, las relaciones, el progreso. El marido o se fía de su mujer, o su matrimonio va a la ruina. El director de un laboratorio, o se fía de sus colaboradores o no hay investigación que avance.

En círculos cristianos, cuando se habla de fe, se piensa en la fe en Dios. Y olvidamos así un aspecto fundamental de la fe religiosa. Pues, ante todo, el que tiene que ser fiel es el que hace una promesa. El Dios de Jesús es un Dios que hace promesas. Por eso es fundamental que sea un Dios fiel. El cristiano lo que tiene que ser es confiado, confiar en la fidelidad de Dios. Lo que más importa es la fe de Dios, siempre fiel a su amor, fiel a su alianza, fiel al ser humano.

Pero hay más: Pues el Dios fiel es un Dios también confiado, un Dios que se fía del ser humano. La experiencia nos indica que Dios no actúa directamente, cosa que a veces nos indigna y nos mueve a pedirle cuentas. En realidad deberíamos pensar que nosotros somos su forma de actuar en el mundo. Pensando así cambia nuestro modo de entender la fe: no se trata de nosotros como creyentes en Dios, sino de vernos como objeto de la fe de un Dios que cree en nosotros, que nos cree suficientemente responsables e imaginativos para solucionar los males y problemas de este mundo. Si Dios se fía de mi, eso es una seria llamada a mi responsabilidad.

Desde esta perspectiva, nuestra fe podría considerarse como un reflejo en nuestra vida de la fidelidad de Dios y como una participación en la fe-fidelidad de Jesús, al que la carta a los Hebreos califica como el modelo más acabado, el que va por delante en el camino de la fe y el que lleva a su término ese camino de fe (Heb 12,2), porque Jesús no sólo fue fiel a Dios, sino que su vida fue un reflejo preciso y precioso de la fidelidad de Dios.

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6
Dic
2008
Cuando el adjetivo sustantiva
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Cuando el adjetivo sustantiva al nombre algo chirría. Este tipo de adjetivaciones aparecen con relativa frecuencia en los discursos eclesiales oficiales y no oficiales. ¿Qué significa teología feminista? A veces tengo la sensación de que importa más lo feminista que la teología e incluso más que lo femenino. Feminismo suena a ideología, a separación; mejor femenino que apunta al encuentro con lo masculino. ¿Y qué pensar de expresiones como justa libertad, sano laicismo? ¿No parecen apuntar lo sano y lo justo a un acaparamiento exclusivo y excluyente de la libertad y el laicismo? Ya puestos ¿por qué no hablar de obediencia adecuada? Ya sé que en este ejemplo los que adjetivan prefieren hablar de obediencia debida, o mejor aún, incondicional.

Otras veces la adjetivación es una redundancia. También algo chirría. En Valencia, durante mucho tiempo, se habló de “valenciano valenciano”. No me gustaría que nadie se enfadara (si es así pido perdón), pero la expresión es una manera de entender la lengua en contra (el detalle está en el “contra”) de otras modalidades de la misma lengua. Otro ejemplo, igual de bueno o de malo: la redundancia “sacerdotes sacerdotes” da la impresión de reducir lo sacerdotal a formas y vestimentas. Una nota de humor la puso nuestro ex presidente del Gobierno cuando dijo que a él le gustaba la “mujer mujer” refiriéndose a su señora esposa. Seguro que también tiene algún modelo de “macho man”.

Más sencillo es no adjetivar ni redundar. Cierto, con la libertad, el laicismo, la teología, la lengua, el sacerdocio o la mujer, y con prácticamente toda la escala de realidades y valores, puede haber abusos. Habrá que corregirlos, si se puede. Pero no me parece bueno adjetivar o redundar por principio porque eso suele implicar siempre la presencia de un “adversario” al que se le echa en cara que no es lo que dice ser. Y claro, el modelo del ser se imagina tenerlo el que adjetiva o redunda.

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3
Dic
2008
Dios en la tierra. Y el diablo también
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Un presupuesto teológico con el que deberíamos operar para que nuestras homilías, catequesis e intervenciones cobrasen un nuevo dinamismo evangélico sería el siguiente: no es verdad que Dios esté en el cielo y los seres humanos en la tierra. Al contrario, Dios está siempre aquí entre nosotros, en la mujer y el varón, en la tierra y en la historia. Siempre presente salvando y perdonando, llamando y suplicando. Y recordándonos nuestra responsabilidad de cara al cuidado de la tierra y al cuidado de las personas. Recordándonos que nosotros somos sus manos, sus pies, su boca, su abrazo, su beso. Cuando nosotros nos cruzamos de brazos es como si Dios se echara a dormir.

Desgraciadamente, la presencia de Dios entre nosotros coexiste con otra presencia deleznable, la del diablo (palabra que viene del griego y significa "el que separa"). Este personaje no sólo está en el infierno. También está en la tierra. Hace unas horas, como en otras ocasiones, ha tomado uno de sus rostros favoritos, el de una banda llamada ETA. Sin duda alguna, la banda está guiada por ese personaje execrable. Con tal guía sólo pueden cometer actos degradantes para ellos, cargados de inhumanidad, como el asesinato de Ignacio, un empresario vasco, padre de cinco hijos, que se paseaba por su pueblo sin escolta, jugaba a las cartas con su gente, y era respetado y querido porque había creado riqueza y puestos de trabajo. Formaba parte del coro de la basílica de Loyola, muchas noches con gran esfuerzo iba a los ensayos, con su voz realzaba la liturgia de la basílica. El que ahora vaya a formar parte de un coro mejor y contribuir a una liturgia mejor no quita un ápice de horror a la barbarie que sobre él se ha cometido.

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1
Dic
2008
En el corazón de los problemas II
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No sólo hay situaciones dentro de la Iglesia que piden que el Evangelio se sitúe en el corazón mismo del problema. También de cara afuera es necesario preguntarse cómo introducir el Evangelio en algunas realidades no siempre fáciles de manejar. Pienso en el diálogo con el mundo político y económico. En nuestra relación con esos mundos estamos mostrando un modo de comprendernos a nosotros y, por tanto, de presentar nuestro ser cristiano. Presentar nuestro ser cristiano es ya evangelizar. ¿Cómo lograr una presentación del evangelio en nuestro diálogo –amable o crítico- con los poderes políticos y económicos?

La globalización de la economía es hoy el drama de nuestro mundo. La globalización de la solidaridad sería la solución. El Vaticano II dijo: “para establecer un auténtico orden económico universal hay que acabar con las pretensiones de lucro excesivo, las ambiciones nacionalistas, el afán de dominación política, los cálculos de carácter militarista y las maquinaciones para difundir e imponer las ideologías”. Siempre ha habido deseo de acumular y controlar la riqueza por parte de unos pocos. Pero hoy la globalización tiene rasgos nuevos con relación a los imperios del pasado, pues la economía condiciona a todo el planeta. Y cuenta con apoyos políticos e ideológicos.

Con crisis o sin ella el 20 por ciento de la población estamos consumiendo el 80 por ciento de todos los bienes. Y entre este 20 por ciento una pequeñísima minoría controla gran parte del capital. ¿Cómo estar de acuerdo con datos tan escandalosos, con el hambre y miseria que este reparto conlleva? ¿Cómo estar de acuerdo con la política que protege –a veces militarmente- esta situación? ¿O sólo nos interesa el diálogo con el poder político y, eventualmente el criticarlo, cuando están en juego nuestros pequeños intereses económicos eclesiales?

Una última cosa. Es importante escuchar a los expertos, a los entendidos. Únicamente una buena información permite un adecuado juicio moral. Cobrar conciencia de que existen esos problemas y que también en ellos debe encarnarse el Evangelio es de gran importancia.

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28
Nov
2008
¿No todos se salvarán?
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Un conocido periodista ha publicado una página, en un semanario católico, con este título en afirmativo: “No todos se salvarán…”, del que me limito a copiar una frase: “los hombres seremos juzgados y no todos desembocaremos en la vida, sino que muchos caeremos en una muerte segunda y definitiva”. ¡Pues sí que sabe cosas este señor! La teología, cuando habla de la parusía, dice que es motivo de gran esperanza, pero advierte que la esperanza no se traduce en un saber. No sabemos si todos se salvarán; es posible que alguno, en su libertad, se empecine en negar a Dios. Eso de negar a Dios parece difícil, porque el que no cree en él, no le niega; y el que cree, no se atreve a hacerlo con toda contundencia. Pero se le puede negar en el prójimo, donde Dios está muy presente. Y ahí sí que conocemos casos que claman al cielo: masacres, asesinatos en masa, terrorismo, genocidios, limpiezas étnicas, etc. Pero no sabemos si se van a condenar muchos, pocos o ninguno. Sólo Dios conoce el fondo de los corazones. La esperanza cristiana más bien apunta a una salvación muy amplia, tal como dice un prefacio dominical: celebramos el domingo “en la espera del domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en tu descanso”. La humanidad entera, dado que la sangre de Cristo “derramada por todos los hombres” (por todos: también por sus enemigos) nos permite vivir con esa esperanza.

El periodista habla de la parusía. De la parusía trata gran parte del adviento: no esperamos un acontecimiento pasado (eso no se espera, a lo sumo se recuerda), sino un acontecimiento futuro, la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo. El adviento tiene una dimensión de futuro, un futuro que debe cambiar nuestro presente: esperamos la segunda y definitiva venida del Señor, pero mientras tanto estamos invitados a descubrirle ya presente en “cada hombre y en cada acontecimiento” (tercer prefacio del adviento). En todo caso, la parusía no puede presentarse en términos negativos, sino como una muy positiva esperanza que implica una gran responsabilidad con nuestro prójimo.

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26
Nov
2008
Ese Dios que tanto exalta los ánimos
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No pensaba volver sobre la campaña de los autobuses londinenses, esa que anuncia que como probablemente Dios no existe, deje usted de preocuparse y disfrute de la vida. Pero ayer alguien me hizo notar la cantidad de entradas que ha provocado el reportaje de El País sobre el tema. Más tarde otro buen amigo me envió el enlace que, a su vez, le han enviado a él. Casi entran ganas de exclamar: ¡qué aburridos son algunos ateos que sólo saben hablar de Dios, y qué nerviosos se ponen algunos creyentes cuando los increyentes hablan de Dios! O de copiar uno de los comentarios hechos al reportaje al que antes me referí: “¿Por qué combatir algo en cuya existencia no se cree? Sería mejor emplear el dinero recolectado en decorar los autobuses con denuncias contra el hambre, la guerra, los abusos sexuales y otras injusticias, que contra ese enemigo invisible". Además, estos días aparecen en los medios comentarios más o menos exaltados a la sentencia de un juez que manda suprimir no exactamente las cruces, sino los símbolos religiosos de un centro escolar. ¿Se trata de un asunto religioso, cultural o político?

Me sorprende la pasión con la que, unos y otros, tratan esos asuntos. Quizás piensan que en ellos les va la vida. Aún así, un poquito más de calma, un poco menos de pasión nos haría más creíbles. ¿Alguien pierde los nervios cuando se niega una evidencia matemática? Pues no los perdamos en cuestiones de religión. Busquemos un camino que nos permita encontrarnos con el que discrepa de nuestra posición. Este camino es la defensa de la dignidad humana, la lucha contra lo que la degrada. En mi opinión la gran pregunta que el Creador nos plantea es: ¿Qué pueden crear juntos nuestros dos grupos, sean religiosos, políticos, económicos o artísticos? Esa es la cuestión esencial para compartir la vida con aquellos que nos resultan diferentes: interactuar y preguntarnos que podemos crear juntos. La ley del universo, la ley del Creador, no es la de los dualismos tolerantes, sino la de las mutuas colaboraciones. Por eso, cuando alguien diga que Dios no existe o que le molesta un símbolo religioso, planteémosle esta pregunta: ¿podemos hacer algo juntos, además de enfadarnos y discutir?

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24
Nov
2008
En el corazón de los problemas I
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Hay situaciones, dentro de la propia comunidad creyente, que necesitan que el Evangelio se meta dentro del corazón mismo de los problemas, porque las personas que viven con ellos no acaban de ver cómo se compagina el Evangelio con sus problemas.

Un caso, que reaparece año tras año, sobre todo en tiempo de primeras comuniones, es el de los celíacos. Resulta oportuno recordar que el pan para la celebración eucarística es uno de los asuntos que han dividido a las Iglesias de oriente y occidente. Los griegos acusaban a los latinos de celebrar con pan ázimo. De nuevo el pan puede ser causa de malestar. Los celíacos, por razones de salud, no pueden ingerir pan con gluten. ¿No valdría aquí eso de que el sábado -la levadura y el gluten- ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado? ¿No es esta una polémica menor y bastante artificial, en la que parece que sólo importa cumplir una costumbre convertida en ley?

Otros casos más delicados son la acogida de personas que viven en situación canónica irregular o tienen problemas derivados de sus tendencias sexuales, y la recepción de inmigrantes dentro de la comunidad cristiana. Hablo no tanto de la acogida de inmigrantes por nuestra sociedad, cuanto de la acogida de cristianos inmigrantes dentro de nuestras comunidades. Ellos tienen sus costumbres, sus devociones, sus patronazgos y hasta sus ritos, que conviene saber acoger. Aunque los casos aludidos son muy distintos, vale para todos la pregunta: ¿cómo ponerse en la piel del otro? ¿Cómo ver con el punto de vista del otro?

En el caso de divorciados vueltos a casar o de personas con tendencia homosexual, ¿cómo hacer silencio para escuchar sus motivos, sus argumentos, sus preocupaciones, sus ansiedades? ¿No sería importante dar una respuesta que vaya más allá de lo jurídico, una respuesta que tenga en cuenta a la persona concreta? ¿Cómo presentar con caridad las exigencias de la fe, cómo lograr que el otro se sienta comprendido aunque yo no vea del todo claras sus soluciones? ¿Cómo lograr que se sienta acogido cuando mi conciencia no está del todo de acuerdo? No cualquier desacuerdo. Un desacuerdo de hermano. ¿Cómo vivir como hermanos en desacuerdo? ¿Como encarnar el Evangelio de la vida y de la misericordia en estas situaciones?

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22
Nov
2008
El Reinado de Cristo, esperanza y tarea
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En diciembre de 1925 publicó Pío XI su encíclica Quas primas instituyendo la fiesta de Cristo Rey, cuando todavía no se habían apagado las llamas dejadas por la primera guerra mundial y ya se oían tambores de guerra que, como era de esperar, desembocaron en la segunda. Como era de esperar sí, porque ¿qué cabe esperar de este mundo? Y, sin embargo, “contra toda esperanza” (Rm 4,18) hay que afirmar la esperanza cristiana. Con la teología y el lenguaje eclesiástico de la época Pío XI buscaba orientar la mirada de los cristianos hacia el reino de Cristo como esperanza segura de paz. De paz a todos los niveles, personal, familiar, social, nacional e internacional. Más recientemente, Benedicto XVI ha notado los límites y peligros que entraña la construcción del “reino del hombre”, sólo superables “mediante la apertura de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe”, por el “reino del amor”, en definitiva. La Iglesia, los cristianos, debemos contagiar esta certeza y esta esperanza al mundo entero, a todos aquellos a los que alcance nuestra voz y nuestra presencia. Y para ello, nada más adecuado que ser sacramentos del Reino, o sea, constructores en nuestras comunidades de lo que luego queremos y debemos extender por el mundo.

En estos tiempos de crisis, con aumento de paro, con los comedores de las instituciones benéficas más llenos que nunca, con guerras que no paran, la fiesta de Cristo Rey nos invita a dirigir nuestra mirada a este Jesús anunciador de un Reino sin paro, sin hambre, sin guerras, sin injusticia. ¿Utopía? Para el cristiano más que una utopía es una tarea. Cada uno a su nivel y según sus posibilidades debe vivir vigilante (cf. Mc 13,33) para que el Rey, a su llegada, no nos sorprenda dormidos (Mc 13,36). Dormidos, o sea, inactivos, pasivos ante la injusticia y la opresión, cerrando los ojos ante la pobreza y la miseria humana.

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