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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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15
Mar
2019
Parroquia, espacio de aprendizaje y acogida
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Una buena celebración supone conocer bien la fe que se celebra: ¿qué celebramos, por qué celebramos, en qué Dios creemos, qué consecuencias tiene esa fe en Dios? Todo esto supone una buena formación, una buena catequesis. Primero para conocer mejor al amado, y después para dar un buen testimonio de nuestra fe ante un mundo que la cuestiona. De ahí que una parroquia necesita buenos catequistas, y una buena formación de catequistas. Es casi imprescindible que estos catequistas sean seglares. Primero porque el párroco no puede llegar a todo. Y, sobre todo, porque los seglares se conocen mejor entre ellos, resultan más convincentes, y además queda más claro que ellos no actúan por oficio, sino voluntariamente, convencidos de lo que hacen y dicen.

Momento importante de esta labor catequética son las homilías, no solo dominicales, sino también en los días laborables de los tiempos fuertes litúrgicos. Las buenas homilías llenan las Iglesias, las malas las vacían. Una buena homilía, además de elocuente, debe estar bien preparada teológicamente, y responder a las preguntas y necesidades de los fieles, para orientarles cristianamente. Preparar la homilía requiere tiempo y materiales adecuados. Hoy es fácil hacerse con esos materiales. El asunto no es la falta de materiales, sino la desidia en utilizarlos.

Una parroquia es también un espacio de acogida de los que, entre los nuestros, pasan necesidad. En el grupo de los cristianos, se dice en el libro de los Hechos, nadie pasaba necesidad. Para que eso fuera cierto se repartían los bienes del grupo de modo que todos tuvieran lo necesario. Esa sigue siendo una tarea de la parroquia, si por parroquia se entiende el grupo de creyentes de un determinado lugar. De nuevo son los seglares los que pueden y deben ocuparse de esta tarea.

La acogida debe ampliarse a los que no son de los nuestros, a tanta gente necesitada que no acude a las celebraciones, quizás porque no son cristianos o quizás porque su fe es débil. A esa gente necesitada también hay que ayudar y acoger, no para que se incorporen a nuestro grupo y asistan a nuestras celebraciones, sino como una exigencia que brota de nuestra propia fe y de nuestra propia convicción. El amor es gratuito.

Una parroquia donde hay seglares convencidos y comprometidos, es una parroquia que tiene asegurado el éxito. Una parroquia a la que los seglares acuden pasivamente, bien porque el párroco quiere hacerlo todo, o bien porque se limita a atender a las celebraciones litúrgicas, es una parroquia que languidece y que poco a poco irá vaciándose. Si la parroquia es asamblea, si la parroquia es pueblo de Dios, eso supone que todos los miembros son activos, participativos, responsables, porque todos consideran que lo que allí ocurre es “suyo” y, además de suyo, es de gran interés.

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11
Mar
2019
Parroquia, espacio comunitario
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Cuando se oye la palabra parroquia, lo habitual, tanto entre cristianos como no cristianos, es pensar en un edificio. En realidad, una parroquia es un espacio compartido por la comunidad cristiana, en la que ésta se reúne para celebrar la fe. Dejando claro que la celebración supone que primero se ha aprendido eso que se va a celebrar y luego se ha comprendido. No conviene olvidar que en las parroquias hay un párroco, o sea, un sacerdote encargado de presidir las celebraciones de la fe y responsable de supervisar y, a veces, de organizar, las sesiones de aprendizaje y de comprensión de la fe.

Si es un espacio compartido eso significa que los dueños de ese espacio son los que lo comparten, o sea, el grupo de cristianos de la parroquia. El párroco forma parte de ese grupo, pero él es uno entre muchos. Y aunque tenga sus propias responsabilidades, eso no significa que tenga la exclusiva de lo que allí se dice o se hace. Tiene su papel, pero si se trata de un espacio compartido, los otros que lo comparten también tiene su papel. Un papel activo. Si es únicamente pasivo, entonces ya no se comparte, a lo sumo se asiste a unas ceremonias.

Como son muchos los que comparten el espacio, es lógico que se organicen en subgrupos (que pueden recibir distintas denominaciones: equipos, comunidades, grupos diversos), precisamente para facilitar la celebración y la vivencia de la fe. Cada uno de estos subgrupos puede tener su propia autonomía, que todos deben respetar, pero también ser lo suficientemente abierto y flexible para comprender las cosas buenas de los otros, para apoyarles y favorecerles.

El “deber primero” del párroco, según decía el Concilio Vaticano II, es “anunciar a todos el Evangelio de Dios”. A este oficio se añade el de presidir la celebración de los sacramentos. Pero hay otros que también tienen su papel en la celebración de los sacramentos, sobre todo el de la Eucaristía, por ejemplo lectores, cantores, ministros de la comunión, responsables del buen orden de la asamblea, encargados de preparar los distintos elementos de la celebración.

Hay otras tareas en las que el párroco no es necesario, y que pueden y hasta deben dejarse en manos de personas preparadas, por ejemplo, los asuntos económicos. Ahí es mejor que el párroco tenga las “manos limpias” (ya se sabe: el dinero es muy sucio y, cuanto más lejos de lo sucio, más limpio parece uno). Y si la parroquia, o sea, el espacio común, necesita hacer gastos, lo mejor es que el encargado seglar de esos gastos sea también el que pide el dinero a los otros dueños del espacio común y, por supuesto, les presente las cuentas. (Continuará).

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7
Mar
2019
¿Qué vamos a hacer si todo está tan mal?
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malocéano

¿Qué harías si te dijeran que mañana se acaba el mundo? Algo así le preguntó a San Luís Gonzaga un compañero, mientras estaban jugando. El santo respondió: seguiría jugando. Ante el inminente peligro de que todo desaparezca, San Luís Gonzaga pensaba que lo mejor era continuar con lo que estaba haciendo.

Cambio de pregunta, para quedarme con la misma respuesta: ¿qué voy a hacer a la vista de tanta corrupción social y tanto pecado eclesial? ¿A quién voy a votar si en todos los partidos hay políticos que se aprovechan del cargo, mienten descaradamente, hacen de la política su negocio privado, sin interesarse por el bien de los ciudadanos? ¿Voy a dejar la Iglesia porque de pronto aparecen historias que avergüenzan e indignan a todos, sea cuál sea el interés que hay detrás de la propagación de tales historias? En línea con la respuesta de San Luís Gonzaga, yo voy a seguir haciendo lo mismo, voy a votar al partido que me parezca menos malo (porque bueno del todo no hay ninguno, y dejar de votar aún es peor que votar al menos malo), voy a continuar celebrando la eucaristía con la mayor dignidad posible, a seguir preparado mis homilías, conferencias y clases con todo interés.

¿Estoy diciendo que el mal no tiene importancia? Estoy diciendo que el mal no va a condicionar mi trabajo, ni mis esfuerzos por hacer el bien, ni mi necesidad de rezar (aunque sea una pobre oración), ni la normalidad de mis relaciones, ni mi libertad a la hora de expresarme. Cuando me parezca conveniente diré una palabra crítica ante los males sociales y eclesiales. Y cuando lo crea oportuno diré una palabra laudatoria sobre tantos bienes, que pasan desapercibidos y que, precisamente por eso, no llaman la atención. Algo así decía Jesús: que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha; o, cuando des limosna, no vayas pregonándolo a bombo y platillo. Y, sin embargo, son precisamente las buenas personas, los muchos funcionarios honrados, los muchos políticos decentes, los muchos clérigos entregados y limpios, los que mantienen en pie las instituciones.

El mal, tan antiguo como la historia, no es algo abstracto, se encarna en personas y realidades. La diferencia entre el pasado y el presente no es la existencia del mal; la diferencia está en que hoy tenemos una cantidad de información como nunca ha habido. ¿Hay hoy más gente mala, más políticos aprovechados o más clérigos indecentes que en tiempos pasados? Es dudoso. Precisamente porque hay más información, la gente va con más cuidado. El miedo guarda la viña. El miedo a que lo sepan hace que me contenga. Hoy y siempre el trigo y la cizaña han crecido juntos. Arrancar la cizaña es deseable. Lo peligroso es arrancar el trigo creyendo arrancar cizaña. Lo peligroso es no valorar el bien, no darse cuenta del bien que hay en medio de tanto mal. A pesar de la gran cantidad de información que tenemos sobre el mal, el bien supera con creces al mal.

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3
Mar
2019
¿Ganas de cuaresma o de carnaval?
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ceniza

Este próximo miércoles comenzamos la Cuaresma. Cuarenta días de preparación para la Pascua. Y después cincuenta días para celebrar la Resurrección del Señor y la presencia salvadora de su Espíritu.

Cada cuaresma hay que vivirla como si fuera nueva. Porque a fuerza de repetirla cada año corremos el peligro de que nos parezca algo banal, rutinario, ya conocido. Por otra parte, el ambiente social no favorece una buena vivencia de la Cuaresma. El mundo no tiene ganas de cuaresmas, sino de carnavales. La cuaresma invita a superar la superficialidad, el carnaval invita a la frivolidad. El cristiano tiene que ir a contracorriente, hacerse violencia para vivir su fe.

La cuaresma nos invita a tomar conciencia de lo que significa vivir cristianamente en el mundo de hoy. La clave de nuestra vida es Jesucristo, su persona, su mensaje, el misterio de su muerte y resurrección. El es la llave que abre nuestras puertas oscuras e ilumina nuestras tinieblas y malos momentos. Y, por supuesto, también los buenos. En estos tiempos sociales y eclesiales hay buenos creyentes que se plantean muchas preguntas, y sufren al ver tanto egoísmo en la sociedad y tanto pecado en la propia Iglesia. Pues bien, este mundo nuestro encuentra la luz verdadera en la vida y el mensaje de Jesús, en el misterio de su Pascua.

Mirando a Jesucristo descubrimos quienes somos nosotros. Jesucristo nos interpela y nos pregunta qué queremos hacer con nuestra vida, cómo queremos vivir: ¿pensando en nosotros mismos o siendo generosos y abriéndonos al sufrimiento de los demás?, ¿pensando en el placer inmediato o buscando un sentido para la vida?

La primera palabra de la cuaresma es: “rasgad los corazones, no las vestiduras”. En el evangelio del miércoles de ceniza Jesús nos dice que “la cosa va por dentro”. Lo mismo dice el salmo 50: “renuévame por dentro con espíritu firme”. No se trata de hacer espectáculo de la religión. Se trata de volvernos hacia Dios: oración. De moderar nuestra autosuficiencia: ayuno. De compartir para que los pobres tengan lo que en justicia les corresponde: limosna. En suma, de mostrar en nuestra vida la inmensa bondad de Dios. Se trata de dar la espalda a todo cuanto nos aleja de Dios y de los hermanos, para ponernos de cara a Dios, a su amor, a su perdón, a su salvación.

El rito de la ceniza nos recuerda que nuestra vida es frágil: “eres polvo”. No busques en las cosas caducas lo que ellas no pueden darte. Por eso: “conviértete y cree en el evangelio”. Cambia de mentalidad. Busca en la palabra de Jesús la buena noticia que puede llenar tu corazón.

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27
Feb
2019
Siervo inútil por hacer lo debido
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arbolsoitario

En uno de mis artículos decía que cuanto más preparados estamos, mejor actúa Dios. De ahí la importancia del estudio a la hora de hacer una buena catequesis, una buena homilía o impartir una clase de religión. A los pocos días de publicarlo alguien, sin duda con buena intención, pero con poca perspicacia, me indicó que lo que de verdad importa en estas cuestiones no es el estudio o la preparación, sino la oración y la experiencia de Dios. Y apelaba a lo que yo mismo había escrito en otro artículo: Tomás de Aquino había aprendido más al pie del crucifijo que en los libros.

No conviene olvidar que, quién dice haber aprendido más rezando ante el crucifijo que estudiando, es precisamente alguien que se pasó la vida estudiando. El mismo Santo Tomás, al final de su vida, tras haber escrito innumerables obras de teología, confesó que todo lo escrito le parecía paja, de poco valor. No cabe duda que así era, porque todo lo que de Dios podemos decir o pensar no es más que un pálido reflejo de lo que Él es. En realidad, de Dios no sabemos nada. Pero esto de que de Dios no sabemos nada, o dicho con palabras del propio santo Tomás, de que a Dios le conocemos como a un desconocido, puede decirlo con toda verdad el que se ha pasado la vida buscándole. El que no le he buscado, cuando dice que no sabemos nada de Dios, sólo manifiesta su propia ignorancia. El que dice que lo que han escrito los teólogos sobre Dios es paja, sin haber leído una página seria de teología, manifiesta que su cabeza está llena de serrín.

En el evangelio podemos encontrar esta admonición, puesta en boca de Jesús: “cuando hayáis hecho lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 17,10). Siervos inútiles, sí, pero cuando hemos hecho lo que debemos. Cuando no hemos hecha nada, no somos ni siquiera siervos. El que no ha hecho lo que debía no es el siervo más listo, tampoco el más inútil, ha dejado de ser siervo o nunca lo ha sido, está fuera del ámbito de la acción del Señor. ¡Quizás porque es siervo del diablo!

Solo el sabio es consciente de su ignorancia, o sea, de la complejidad de lo real y, por tanto, de lo mucho que le falta por saber. El ignorante, por el contrario, es muy atrevido, simplifica todo y, creyéndose muy listo, no se entera de nada.

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24
Feb
2019
Las vueltas que da la vida
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Estos días he tenido ocasión de leer que, al poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal, le habían levantado todas las “suspensiones” eclesiales que le impusieron en tiempos pasados. Allá por los años 60 del siglo pasado, algunos teólogos a los que se les había prohibido enseñar fueron rehabilitados y llamados a participar, como asesores teológicos, en el Concilio Vaticano II. Rehabilitar a una persona u ofrecerle una segunda oportunidad, tiene que ser un motivo de alegría. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad. Las sanciones eternas son diabólicas.

En ocasiones, las rehabilitaciones son un modo, bien de reconocer la parte de justicia que había en aquellas actitudes que provocaron la sanción, o bien de valorar los cambios que se han dado en la vida del sancionado. Guardando las debidas distancias, porque no se trata de “pecadores” (en todo caso, pecadores somos todos, y seguramente más pecadores que ninguno los que nos creemos justos), cabría aplicar aquí eso de la gran alegría que hay en el cielo cuando un pecador se convierte. Lo que ocurre en el cielo debe tener su traducción en la tierra. ¿Buscamos que haya muchas alegrías en la tierra o nos empeñamos en mantener las tristezas?

En la Iglesia tenemos que hacer un gran esfuerzo para comprendernos y entendernos y, sobre todo, para comprender la parte de verdad que hay en aquellas posiciones distintas a las nuestras. Si la Iglesia fuera un ejemplo de buenas comprensiones, es posible que fuera un estímulo para otras realidades en las que las comprensiones son incluso más difíciles, porque parece que viven, no de la comprensión, sino de la oposición. Pienso, por ejemplo, en los discursos de nuestros políticos que vamos a escuchar hasta el día de las próximas elecciones. ¿Sería posible que algún dirigente político dijera una buena palabra sobre el dirigente de otro partido, que le reconociera alguna cosa buena? La Iglesia debería ser ese recinto en donde la comprensión fuera lo habitual, lo normal.

La vida da muchas vueltas. Para algunos las vueltas llegan tarde. Pero pensar en las vueltas que da la vida debe ser un motivo de esperanza o, al menos, un motivo para no desesperar, para no echarlo todo a perder. Nuestra santa de Ávila decía que la paciencia todo lo alcanza. Todo si pensamos en clave escatológica. Pero si pensamos en clave temporal, la paciencia, a veces, nos da agradables sorpresas. Las cosas tienen su tiempo. Tenerlo en cuenta, ayuda a los poderosos a obrar de otra manera. Y para los que esperan los cambios, ver las cosas desde la perspectiva de su tiempo limitado, ayuda a pensar que “no pasa nada, porque todo pasa”.

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20
Feb
2019
Identidades perversas
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La identidad se convierte en perversa y peligrosa cuando me defino por lo que no soy: “soy dominico, corista nunca”; o “soy británico, pero no europeo”. Este tipo de expresiones reflejan el rechazo que hay detrás de aquello que digo no ser. Como no me gustan los religiosos “coristas” (nombre ficticio) o no me gustan las instituciones europeas, porque me han imbuido la falsa idea de que Europa oprime, restringe las libertades y quiere controlar nuestro dinero, entonces expreso mi rechazo a esta (falsa) idea, diciendo lo que no soy. Pero al afirmar lo que soy en función de lo que no soy, lo que de verdad demuestro es mi rechazo al otro, mi nula disposición para entenderme con el otro, mi odio al diferente. Pero el diferente, lejos de ser alguien que me niega, es alguien que me enriquece. No es el que me quita, sino el que me complementa.

Esto que “no soy” puede ser, en ocasiones, tolerable, pero también alcanzar límites intolerables. Si lo que entra en juego en mi definición de lo que soy o no soy, es la raza o la religión y, en ocasiones, también la nación, el “no ser” puede desembocar en el conflicto. “Soy de raza blanca, y no de raza negra”. Para empezar, no existen razas puras. Todos somos mestizos, y todos tenemos algo que es de muchos otros, incluso de aquellos que menos imaginamos. O también: “soy cristiano, pero no musulmán”. El cristiano y el musulmán, aunque a veces no lo reconozcan ni el uno ni el otro, sobre todo los fanáticos de uno y otro bando, tienen una base religiosa común: la fe en un solo Dios, y si es único tiene que ser el mismo. Definirme por el no ser de raza negra o el no ser musulmán es una manifestación de odio, de rechazo, de intolerancia, que ha llevado en ocasiones al conflicto, a la destrucción y a la muerte.

A veces miramos al otro como a un competidor, como alguien que ocupa un espacio que yo quisiera ocupar. Es una mala mirada. Pero hay una mirada peor: no la de mirar al otro como alguien que me gustaría reformar, incluso como alguien inferior, sino la de mirarle como si no fuera humano, como si delante de mi no hubiera “otro yo”. Entonces lo único que veo es algo que puedo suprimir, que es mejor suprimir, aunque quizás antes sea bueno examinar si tiene algún elemento que pueda sustraerle para mi propia utilidad. Cuando no respeto al otro en su identidad de persona, tampoco me respeto a mi. El otro se convierte en un objeto y yo en un depredador.

El libro del Génesis, al afirmar que Dios creo a todo ser humano a su imagen, rompe con esta idea de que sólo los poderosos (los reyes o los nobles) son un buen reflejo de la divinidad. Los que no están en el estamento superior, o en la buena religión, o sea, los esclavos, los indios, los infieles, los que no son de mi etnia, etc., etc., esos no son hombres. Han sido estos perversos esquemas los que han impedido que podamos entendernos. Tengo la impresión de que, bajo formas más o menos mitigadas, siguen estando vigentes. Gracias a Dios ¡no en la mayoría de los habitantes de este planeta!

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16
Feb
2019
Identidad, ¿riqueza o amenaza?
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Si por identidad se entiende lo que somos, entonces hay que decir que cada uno de nosotros es un misterio que nunca acabamos de conocer. La pregunta por la propia identidad, la pregunta: ¿quién soy yo?, es una pregunta que nunca encuentra una respuesta terminada y definitiva. Porque en realidad yo soy más de lo que digo ser y, sobre todo, soy más y otra cosa de lo que otros dicen de mi. Sin duda, lo que digo yo sobre mi y lo que otros dicen, expresa algunas realidades que me conciernen, pero nunca agota lo que soy y lo que puedo ser.

Normalmente se entiende por identidad aquello que nos caracteriza, nos identifica, nos hace distintos a los demás. Entonces hay que decir que nuestra identidad es múltiple, está compuesta por distintos factores, por distintas relaciones y por distintos quehaceres: yo soy español, y también soy dominico, soy profesor, soy cristiano y un montón de cosas más. Soy muchas cosas. Y, según quién me pregunta o dónde me preguntan, respondo con una u otra de esas realidades que me caracterizan y me sitúan dentro de un determinado grupo humano, social o profesional. No hay contradicción entre estas realidades que me caracterizan y, en cierto modo, expresan quién soy.

Quizás, en algún momento, pueda darse un conflicto o, mejor una tensión entre alguna de estas realidades que me afectan personalmente. Pudiera darse el caso de que el ser dominico, en algún momento, me obstaculizara el ser profesor o el ser alcalde de mi pueblo y frustrara mi vocación política. Pero normalmente estas tensiones suelen ser puntuales. Y, en caso de ser decisivas, me obligan a optar por lo que me identifica más o resulta más propio y más adecuado a mi persona. Si de verdad fuera incompatible el ser religioso y el pertenecer al partido político de mis simpatías, al elegir uno de los dos aspectos manifestaría lo que quiero ser.

La buena identidad es siempre abierta, flexible, acogedora. Por eso tiene capacidad de integración y de enriquecimiento. Soy lo que soy, he nacido donde he nacido, tengo los rasgos que tengo, practico una determinada religión. Cierto, otros han nacido en otro lugar, tienen unos rasgos ligeramente diferentes a los míos y probablemente dicen de su Dios lo mismo que digo yo del mío, aunque sin duda de otra manera. Y, sin embargo, ¡somos tan parecidos!, en el fondo, somos iguales. Reconozco mi identidad y la dignifico cuando reconozco la identidad del otro y la respeto. En el otro me reconozco a mi mismo, aprendo lo que soy, precisamente en lo que me diferencia, pero también en lo que me iguala. (Continuará).

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12
Feb
2019
¿Quién da la mano a los muertos?
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A menudo en la vida parece no haber esperanza. Cuando no eres aceptado, cuando te desprecian por lo que eres o lo que haces, cuando sientes que no te valoran. Un amigo me escribía un correo con título incluido: “en medio del desorden”. En realidad quería decir: desde el caos de mi vida. Pues bien, en medio del desorden, en pleno caos allí está Dios. Si además tienes la suerte de que un amigo se dé cuenta de tu caos y te dé la mano (porque eso es suficiente precisamente cuando hay caos), entonces puedes experimentar que el amor es más fuerte que la muerte. La resurrección de Cristo muestra que la vida triunfa siempre sobre la muerte, el amor sobre el odio, la esperanza sobre la desesperación. Cristo es el que da la mano a los muertos, a esos a quiénes aparentemente parece que ya no se les puede dar la mano.

Los cristianos somos personas de esperanza. Creemos en la resurrección de los muertos. O sea, creemos que la vida nos ha la dado Dios y que Dios no se arrepiente de sus dones. Como sabemos que Dios es poderoso y es misericordioso, estamos ciertos de nuestra esperanza. Dios nos dio la vida y no nos la quita, porque nunca se arrepiente de sus dones. Tampoco la perdemos. La vida viene de Dios y Dios la mantiene siempre. Por eso, la muerte es solo un paso. No es lo que parece. Parece el final. Pero es un paso.

Incluso para la gente que no cree en Dios, la muerte es lo desconocido.  Si es lo desconocido, no pueden afirmar que desemboca en la nada. La muerte para el no creyente debería ser un interrogante, porque no saben lo que allí ocurre. El creyente tampoco sabe mucho, pero sabe lo suficiente. El creyente en Jesús de Nazaret tiene una gran esperanza, la esperanza en un Dios poderoso y bueno. Como es poderoso tiene poder para mantener la vida y resucitar muertos. Como es bueno, nos ama con todo su amor. Y el amor auténtico quiere estar siempre con el amado. Nos ama y por eso nos quiere vivos, nos quiere a su lado.

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8
Feb
2019
Gnosticismo y pelagianismo o donde solo cuento yo
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solocuentoyo

En el capítulo segundo de su exhortación Gaudete et exultate, el Papa Francisco se refiere a “dos sutiles enemigos de la santidad: el gnosticismo y el pelagianismo…, dos herejías que siguen teniendo alarmante actualidad… En los dos casos ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente”. O sea, en ambos casos sólo intereso yo.

¿Cómo traducir eso del gnosticismo? Se trata de una espiritualidad encerrada en uno mismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de conocimientos más o menos reconfortantes. Pero la perfección de las personas no se mide por sus experiencias intimistas o por profesar determinadas doctrinas, sino por la caridad. El encuentro con Dios no se realiza buscando en las profundidades de uno mismo (porque allí sólo se encuentra uno consigo mismo), sino saliendo de uno mismo y buscando el rostro de los hermanos necesitados, preguntándose qué puede hacer por ellos.

El gnóstico pretender tener respuestas a todas las preguntas y soluciones a todos los problemas. Se podría comparar a esos cristianos que recomiendan determinadas oraciones o prácticas piadosas como remedios infalibles que todo lo arreglan. Olvidan que Dios nos supera infinitamente, que siempre nos sorprende y que no se le puede manipular ni condicionar. “Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino”, dice el Papa. El gnóstico siempre “lo tiene todo claro”, sobre todo tiene claro dónde no está Dios. Se convierte así en juez de los demás. Y olvida que Dios está misteriosamente en la vida de todas las personas, aún cuando su existencia sea un desastre, o estén hundidas bajo el peso de vicios o drogas.

¿Cómo traducir eso del pelagianismo? Es la tentación de confiar sólo en las propias fuerzas, o de sentirse superiores por cumplir determinadas normas o por practicar un determinado estilo de ser católico. Olvida que no todos pueden todo, que en este mundo hay mucha gente débil y frágil. El pelagiano dice que confía en Dios, pero le falta humildad para reconocer su realidad concreta y limitada. “La gracia, precisamente porque supone nuestra naturaleza, no nos hace superhombres de golpe”. Porque tiene en cuenta nuestra naturaleza, la gracia puede parecer lenta. En realidad, actúa de forma histórica y progresiva.

El pelagiano pretende hacer valer sus buenas obras como merecedoras de la recompensa divina. Olvida que los santos evitan depositar la confianza en sus acciones: “En el atardecer de esta vida me presentará ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos”, decía Teresa de Lisieux. Todo lo que tenemos, empezando por la vida, es un regalo de Dios. Por eso, nada podemos alegar ante él. La buena actitud ante Dios es la acción de gracias y la admiración.

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