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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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5
Feb
2019
El Papa abre caminos de diálogo con el Islam
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Abudabi

El Papa ha viajado a los Emiratos Árabes Unidos como un creyente sediento de paz, como un hermano que busca la paz y quiere promoverla con todas sus fuerzas. Este viaje ha sido ocasión para que el Papa y el gran Imán de Al-Azhar firmaran un documento conjunto sobre la fraternidad humana, base de la paz mundial y de la convivencia común. En efecto, solo desde la conciencia de que somos hermanos podemos vivir juntos y en paz. Los odios, las divisiones, las guerras son una blasfemia contra Dios y una falta de conciencia de fraternidad.

Si las religiones quieren construir la paz nunca pueden ser excluyentes, deben ser incluyentes. Una religión “que excluye” es una falsa religión, un falso modo de unirse con Dios. Como muy bien ha dicho el imán Ahmad Al-Tayyib, el encuentro de la fraternidad es el el objetivo y la tarea de todas las religiones. Entre otras cosas porque “en la vida de Jesús y en el Corán encontramos fuentes sobre la hermandad entre los hombres”.

El discurso del Papa en Abu Dabi será, sin duda, un punto de referencia para la teología del diálogo interreligioso. En alguna ocasión, el arca de Noé ha sido empleada como imagen de una Iglesia en la que fuera de ella no había salvación. El Papa ha cambiado esta imagen, y ha calificado el arca de Noé de “arca de la fraternidad”, en la que todos los humanos necesitamos entrar juntos como miembros una misma familia, fundada en la común paternidad de Dios. Por eso, la pluralidad religiosa tiene un sentido positivo. Debe entenderse como expresión de “la multiplicidad y diferencia que hay entre los hermanos, unidos por el nacimiento y por la misma naturaleza y dignidad”.

A partir de ahí se comprende que el ideal de las religiones “no es la uniformidad forzada ni el sincretismo conciliatorio”, sino el compromiso “con la misma dignidad de todos, en nombre del Misericordioso que nos creó y en cuyo nombre se debe buscar la recomposición de los contrastes y la fraternidad en la diversidad”. De ahí la necesidad de conjugar “la propia identidad” con la “valentía de la alteridad”, que implica conocer y reconocer al otro. Conocerle como distinto, porque así me conozco mejor a mi mismo. Y reconocerle como hermano, empeñándome para que “sus derechos fundamentales sean siempre respetados por todos y en todas partes”.

El diálogo interreligioso supone “desmilitarizar el corazón del hombre”, supone también que “cada uno según su propia tradición, recemos los unos por los otros”, porque somos hermanos. Por la oración nos adherimos a la voluntad de Dios, “quién desea que todos los hombres se reconozcan como hermanos… en la armonía de la diversidad”.

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3
Feb
2019
Cuanto más preparados, mejor actúa Dios
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competencia

En el mundo moderno la competencia es imprescindible para desarrollar cualquier tarea, oficio, profesión. A todo el que busca un trabajo le piden un currículo, una titulación, unos papeles que manifiesten su capacidad para desarrollar este trabajo. Los maestros y profesores son muy conscientes de ello. Cualquier asignatura, cualquier trabajo académico requiere su propia especialidad. Más aún, en el terreno de la docencia más que en cualquier otro, no basta tener la titulación adecuada. A todos nos piden y exigen cursos de perfeccionamiento y de actualización para poder seguir impartiendo la materia, so pena de que otros con igual titulación, pero más preparados o más dinámicos, ocupen nuestro puesto.

Si la preparación y la puesta al día es necesaria para desarrollar cualquier tarea do­cente, mucho más lo es en el terreno de la pastoral y de las clases de religión. Y no sólo porque las tareas pastorales y la docencia de la religión son manifestaciones de la identidad de nuestros Centros, no sólo porque en estos terrenos estamos tocando lo que supuestamente nos parece más importante y decisivo para la vida propia y la vida de los demás. La razón fundamental de la necesidad de una buena formación es la ley de la encarnación: Dios se puso a merced de un acontecimiento humano, asumió el riesgo de lo humano. La ley de la encarnación, aplicada a nuestra tarea pastoral, suena así: cuanto más preparados estamos, mejor actúa Dios; y cuando no estamos preparados obstaculizamos y hasta impedimos la acción divina. Dios nunca actúa directamente, actúa a través nuestro, a través de causas segundas, dicen los teólogos.

Si Dios actúa a través de lo humano, cuanto mayor sea la calidad de lo humano, cuanto más preparados estemos, mejor se transparentará la obra divina. La calidad del instrumento, en este caso nuestra preparación, condiciona la transmisión y la recepción. A veces oigo decir a algunos catequistas, más voluntariosos que preparados: “el Espíritu Santo me ayudará y me inspirará lo que tengo que decir”. Olvidan que la acción del Espíritu se da a través del estudio, de nuestro esfuerzo. Y por tanto, cuando no estamos formados, cuando no nos hemos actualizado, cuando no hemos estudiado bien el tema, el Espíritu “inspira” tonterías, ridiculeces o cosas de poco nivel (dicho sea pidiendo perdón al Espíritu por atribuirle lo que sólo debe atribuirse a nuestra desidia o a nuestra pe­reza).

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30
Ene
2019
Signos de innovación en la vida consagrada
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vidaconsagrada

Aprovechando la cercanía del día de la vida consagrada, respondo directamente a una pregunta: ¿dónde ve usted signos de innovación en la vida consagrada? Si innovar es introducir novedades modificando realidades ya existentes, lo que ha resultado una modificación en las formas de vida consagrada, son los últimos documentos de la Santa Sede sobre la vida monástica femenina y el “Orden de las Vírgenes”. Hilando un poco más fino cabría decir que lo que resulta más novedoso a muchos observadores son precisamente estas modalidades de vida consagrada sin comunidad, como es el orden de las vírgenes o los eremitas.

Ahora bien, sospecho que lo que hay detrás de la pregunta es si veo en la vida consagrada “brotes verdes”, o sea, aspectos que quieren nacer y pueden renovar una supuesta vida consagrada envejecida o cansada. Para empezar, no es lo mismo envejecido que cansado. Hay realidades que mejoran con el tiempo. Es posible que una vida consagrada con gente más mayor, no sea una vida consagrada menos lúcida y menos entregada, menos orante y menos apostólica que hace unos años, sino todo lo contrario. Lo del cansancio a lo mejor es signo de una entrega que sigue estando ahí, a pesar de los inevitables esfuerzos que, en muchas ocasiones, comporta una auténtica vida evangélica. Lo bueno nunca ha sido fácil, pero eso sí, hace feliz, cosa que puede comprobarse en muchas personas consagradas mayores.

Por lo demás, los signos de innovación no pueden medirse con números. Una cantidad resulta significativa según con que otra cantidad se la compara. Cierto, en España el número de monjas ha decrecido en los últimos años. Aún así, seguimos teniendo casi un tercio del número total que hay en el mundo. Quizás lo que habría que analizar es, no porque hoy “entran” tan pocas, sino porque hace cincuenta años entraron tantas. El ambiente social, cultural y eclesial influye en la entrada de vocaciones. En tiempos de cristiandad los conventos estaban llenos, no necesariamente llenos de buenos frailes. Ya no estamos en tiempos de cristiandad. Hoy, el ser menos favorece paradójicamente el ser mejores, más responsables, más fraternos, más trabajadores, más conscientes de lo que implica una verdadera vida consagrada.

Una última consideración a propósito de los signos de innovación. La vida consagrada es tan antigua como la Iglesia. Siempre se ha renovado, siempre han surgido nuevas formas y congregaciones; otras han desaparecido. Hoy ocurre lo mismo: unas nacen y otras mueren. Eso es un signo de que la vida se renueva. La vida consagrada es probablemente uno de los espacios eclesiales donde hay mayor creatividad, capacidad de adaptación, renovación y sensibilidad con los problemas y necesidades de este mundo tan complejo. Sigue habiendo jóvenes, muchachos y muchachas que oyen la llamada de Dios, atraídos por las antiguas y nuevas formas de vida consagrada. Mientras haya Iglesia habrá vida consagrada. La fuerza de la vida consagrada es un buen baremo, una buena medida de la fuerza de la Iglesia.

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26
Ene
2019
Tomás de Aquino, místico y teólogo
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TomasfrayAngelico

En su sentido más propio mística hace referencia al misterio, al encuentro con el misterio insondable de Dios. Tomás de Aquino era un buen teólogo porque tuvo una profunda experiencia de Dios. Añado que no hay buena experiencia de Dios sin buena teología. Mística y teología se fecundan mutuamente. Tomás es un hombre de fe, que ha aprendido más en la contemplación que en el estudio, un santo que se ha dejado moldear por el Espíritu. Su sabiduría es más fruto del amor que de la ciencia. Su vida se realizaba en una especie de círculo. Ascendía hacia Dios por el camino de la contemplación, en la oración y en el estudio; y, puesto al temple de lo divino, descendía hacia el prójimo en la predicación y en la cátedra.

La enseñanza de Santo Tomás es en gran parte el desborde de una experiencia mística. Tomás no es un filósofo, sino un creyente, que vive intensamente la fe. Un fraile ejemplar, va a coro todos los días, es fraterno y sencillo en el trato con los demás. Puede decirse de él, como de Santo Domingo, que “no hablaba sino de Dios o con Dios”. En el momento en que la conversación se salía de esos temas, se retiraba de forma discreta. Pone al servicio del Evangelio su inteligencia clara y extraordinaria. Quiere saber por qué cree y qué es lo que debe creer. Aquí empieza su estudio. En él, estudio y oración van a la par. No se apoya en la filosofía para creer; pero, creyendo, razona y busca. Vive lo que enseña; enseña lo que vive. Verdad y Vida se abrazan. Hay en sus escritos muchos signos inequívocos de sus experiencias místicas. Sin embargo, nunca se refería a ello, ni las utilizaba como criterio de su enseñanza.

Una escena de su vida confirma esta dimensión contemplativa de nuestro santo. Cuando redactaba su comentario al libro de Isaías, se detuvo durante largo tiempo frente a un texto difícil. Tomás se puso a orar. Una noche, mientras descansaba en su celda, su secretario, fray Reginaldo, que dormía en la celda de al lado, creyó escuchar una especie de conversación. Cuando se acabó, fray Tomás llamó a Reginaldo: “enciende la luz y escribe en la libreta de costumbre lo que te dictaré”. Y durante una hora, como si estuviera leyendo un libro, Tomás dictó a Reginaldo el sentido del texto que hasta entonces no había logrado desentrañar. La contemplación es, en Tomás de Aquino, el principio y el fin de su vida y de su teología.

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22
Ene
2019
¡Hay poesía! Debe haber cielo
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salavaticano

Rosalía de Castro, con palabras que impresionaron a Unamuno, acaba uno de sus poemas con un salto de lo estético a lo religioso que da mucho que pensar: “¡Hay arte! ¡Hay poesía!... Debe haber cielo. ¡Hay Dios!”. El dato: hay poesía. La conclusión, o mejor, la interpretación válida para creyentes y posiblemente para algunos no creyentes: debe haber cielo. Para el no creyente el “debe” es un deseo; para el creyente, un hecho.

Poesía y religión remiten al “más allá” de lo inmediato. En ellas suele haber siempre una segunda lectura que se esconde tras la primera, una segunda lectura que remite al más allá de lo inmediato. Poesía y religión pueden convertirse en fáciles escapatorias de lo real, en adornos anodinos, en opios del pueblo, y quedar así desvirtuadas. Pero si son auténticas nunca olvidan la vida, en ellas siempre hay de una u otra forma, una denuncia de lo inauténtico, ellas son profecía que busca abrir caminos nuevos para futuros soñados que ansían despertar. La poesía auténtica es una llamada al cielo que debería ser y venir.

La poesía siempre tiene algo de religión, a veces una religión secular, que esconde el nombre de religión, pero nunca apaga del todo lo religioso. Por su parte, la religión siempre tiene algo de poesía, aunque a veces se exprese en formas duras o rígidas, que tampoco pueden apagar el destello divino que en ellas subyace. La poesía es “creación”. La religión, la judeo-cristiana al menos, empieza con una creación. En la primera frase de la Biblia, según la traducción griega, en el primer verso del Génesis aparece la palabra “poiesis”: en el principio creo Dios el cielo y la tierra. Crear, poiesis, fabricar una cosa distinta de su autor.

La acción de Dios, creación del cielo, de la tierra, de la luz, del firmamento, eso es poesía. La acción poética, en Dios, es creación del mundo exterior, mediante la palabra: “dijo Dios”. En el ser humano, lógico porque está hecho a imagen del Logos, la poesía es descubrir en lo creado rasgos inéditos o aspectos inauditos. Y es también creación de mundos interiores en los que se condensan las más profundas vivencias del hombre en su relación con Dios y en su dimensión humana, en los momentos trascendentes y en los acontecimientos ordinarios de la vida.

Creación es poesía. Y la mejor poesía, la mejor creación de Dios, es el ser humano, varón y mujer, el ser humano siempre plural, pero siempre semejante en su pluralidad. Siempre inquieto, siempre buscando cielos nuevos, tierras vírgenes, estrellas nunca vistas, siempre hambriento de amor, de verdad, de justicia, de paz. Eso es poesía. Y la humanidad, hoy más que nunca, está necesitada de esa buena poesía.

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18
Ene
2019
Agua y vino en Caná
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bodacana

El evangelio de la eucaristía del próximo domingo, que narra como Jesús convirtió el agua en vino en una boda en Caná de Galilea (Jn 2,1-12), me ha recordado el uso que San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino hacían de los símbolos de este relato para tratar la relación entre filosofía y teología, o entre razón y fe, que puede prolongarse en términos de cultura y fe, secularidad y religión. Al ocuparse de como la teología debe utilizar la filosofía ambos maestros apelan a la escena de Caná, pero le sacan distinto partido en función de sus diferentes intereses.

El ilustre teólogo franciscano desconfiaba a la razón y advertía del peligro de que una excesiva confianza en la filosofía pudiera contaminar la reflexión teológica. Por eso afirmaba que no podía mezclarse el “agua de la filosofía” (en la que está “la eterna condena”), con el “vino de la sagrada ley”, haciendo notar que “Cristo hizo vino del agua y no al revés”. Todavía algunos creyentes entienden que hay una incompatibilidad básica entre el mundo secular y el religioso o entre la peligrosa razón y la fe.

Para el maestro de Aquino no hay incompatibilidad entre razón y fe; por eso es posible utilizar la razón al servicio de la fe. El santo doctor conoce esta identificación del agua con la “sabiduría del siglo” y del vino con la “sabiduría divina”. Y se pregunta hasta que punto es bueno servirse de argumentos filosóficos (o del lenguaje de la cultura) para exponer y defender la fe. Comienza por notar, como si fuera una objeción, que del mismo modo que merecen reproche “los taberneros que echan agua al vino, también han de ser censurados los doctores que mezclan la doctrina sagrada con pruebas filosóficas”. Pero no se trata de mezclar, pues la mezcla altera la naturaleza del vino, sino de convertir el agua en vino, como en las bodas de Caná. Y así dice: “los que en la sagrada doctrina utilizan los argumentos filosóficos, sometiéndolos a la fe, no mezclan vino con agua, sino que convierten el agua en vino”.

No se trata de rebajar la fe al nivel de la razón, sino de elevar la razón al nivel de la fe. Dicho con palabras de santo Tomás: se trata “no de encerrar en los límites de la filosofía verdades de fe”, o de “creer que sólo es verdad lo que puede demostrarse mediante la razón”, sino de “reconducir la filosofía a los fines de la fe”. Dicho de otro modo, de utilizar la cultura para explicar las verdades de fe en un lenguaje comprensible, e incluso de argumentar mediante la razón que muchas cosas que se dicen contra la fe, son falsas.

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14
Ene
2019
Lenguaje provocativo
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provocativo

Asunto importante para nuestra Iglesia es buscar un lenguaje comprensible, en diálogo con la cultura actual. El Evangelio se recibe por personas situadas en una determinada cultura, con su propia sensibilidad, sus inquietudes, interrogantes, dudas y certezas, algunas falsas, otras inexactas y otras adecuadas. Si el evangelio es una respuesta a las grandes aspiraciones del corazón humano, sólo se comprende la respuesta si tiene en cuenta la pregunta.

En ocasiones nuestras homilías o catequesis se convierten en respuestas a preguntas que nadie hace. De ahí su falta de interés. Algo de eso dijo el Papa en su viaje a los países bálticos. Refiriéndose al Sínodo dedicado a los jóvenes, tras citar la palabra de Jesús: “venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”, Francisco preguntó: “¿por qué los jóvenes ya no acuden a la Iglesia a aliviarse?”. Quizás no sabemos escuchar. “Muchos jóvenes no nos piden nada, porque no nos consideran interlocutores para su existencia. Algunos incluso piden que los dejemos en paz, sienten la presencia de la Iglesia como algo molesto y hasta irritante”, dijo también el Papa.

Cobrar conciencia de esta situación nos ayuda a buscar palabras y gestos significativos, que respondan a las grandes preguntas del mundo de hoy, aportando la luz del Evangelio. Si el Evangelio es una buena noticia, ¿cómo es posible que al escuchar nuestras catequesis muchos se aburran o se queden indiferentes? ¿Será porque esas catequesis no transmiten una buena noticia? Importa expresarse con un lenguaje cercano y comprensible, el lenguaje de nuestra gente, y hacerlo de forma provocativa, con la provocación que plantea el evangelio de Jesús. Provocar no es molestar, es interpelar, es llamar.

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11
Ene
2019
Crítica y pluralismo
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positivonegativo

Hay dos modos de hacer crítica: uno, en plan negativo, destructivo y hasta rencoroso. Esa crítica sólo refleja el mal corazón del crítico. Hay otra crítica, que necesitamos en esta sociedad nuestra y, por supuesto, en esta Iglesia nuestra. Es la crítica del que juzga lo bueno y lo malo, del que discrimina el grano de la paja, del que valora las cosas en su justa medida, del que distingue lo necesario de lo accesorio y hasta inútil. En la Iglesia necesitamos este tipo de crítica positiva, necesitamos claridad, luz y taquígrafos. Esto ha quedado muy claro en estos últimos tiempos, en los que se han dado a conocer determinados hechos delictivos que, en nombre de una mal entendida defensa de la institución, se habían ocultado. Si en tiempos pasados hubiera habido más luz y menos oscuridad en estos terrenos, se hubieran evitado muchos males. Aquí, como en casi todo, se cumple el Evangelio: “nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto” (Lc 8,17).

Además de una buena crítica, en esta sociedad nuestra y, por supuesto, en esta Iglesia nuestra, se necesita una aceptación serena y tranquila del pluralismo. La realidad tiene muchos matices y las personas muchas sensibilidades. En función de la sensibilidad, y en función de la información que tienen, algunos destacan más unas cosas que otras y dan más importancia a determinados matices. Eso es bueno y legítimo, siempre que sepamos respetar las posturas ajenas y, sobre todo, sepamos escuchar al que tiene otra visión de las cosas.

Respetar es un primer paso, escuchar es mejor aún. Escuchar no es oír. Se oye sin querer, pero la escucha supone atención. Al prestar atención, descubrimos aspectos de la realidad que nos habían pasado desapercibidos, y que nos permiten modular nuestra propia visión de los hechos. De esta forma, la escucha es un modo de tender puentes, de superar barreras, de acercarnos unos a otros, de descubrir que quizás estamos más de acuerdo de lo que pensábamos. En el fondo, aceptar el pluralismo y saber escuchar al que piensa distintamente, es un modo de vivir el amor cristiano.

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7
Ene
2019
Pobres y Eucaristía: una relación indisoluble
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eucaristia06

A propósito de uno de mis artículos titulado: “El cuerpo de Cristo también son los pobres”, un lector comentó: “Al final llegará el día que quitareis la Eucaristía por falta de fe y la excusa que el Cuerpo de Cristo son los pobres. Cuando no haya pobres, no habrá Cristo, chimpún”. Recordé este comentario leyendo una homilía de San Juan Crisóstomo (347-407), considerado por la Iglesia católica uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente. Los fieles a los que se dirigía este Obispo debían tener también sus dificultades para comprender la relación indisoluble que hay entre pobres y Eucaristía.

El santo pone en paralelo dos palabras de Cristo. Y deja bien claro que el mismo que dijo: “esto es mi cuerpo”, es el que dijo: “tuve hambre y no me distéis de comer”. Pasa luego a comparar el cuidado que a veces ponemos en adornar el templo, el altar o el sagrario, y el poco cuidado que ponemos en atender a los pobres. Su reflexión está guiada por un buen principio: “cuando queremos honrar a alguien, debemos pensar en el honor que a él le agrada, no en el que a nosotros nos place”. Y hace la siguiente aplicación: Dios no necesita vasos de oro; a Dios, sobre todo, le agradan las ofrendas que se dan a los pobres. Los vasos de oro para el templo pueden ser ambiguos; la atención a los pobres es signo seguro de un “corazón de oro”.

Dice Juan Crisóstomo: “el don dado para el templo puede ser motivo de vanagloria, la limosna, en cambio, sólo es signo de amor y de caridad. ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre?... ¿De qué serviría cubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez?”. De ahí la incoherencia de “adornar el pavimento, las paredes y las columnas del templo”, y no conmoverse “ante el Cristo errante, peregrino y sin techo”. En conclusión, dice el santo: “os exhorto a que sintáis mayor preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del templo. Nadie resultará condenado por omitir eso segundo; en cambio los castigos del infierno están destinados para quienes descuiden lo primero”.

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4
Ene
2019
Magos de Oriente o universalidad del Evangelio
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magoscon

La fiesta de la Epifanía, popularmente conocida como fiesta de los Reyes Magos, es un símbolo de la universalidad del Evangelio. Las tradiciones populares asociadas a esta fiesta quizás pudieran integrarse en el simbolismo auténtico de la fiesta: hacer regalos para que los receptores sean felices, y más aún, si los que se llenan de felicidad son los pequeños, puede ser un buen signo de un amor que busca el bien y la felicidad de los demás. Pero no hay que olvidar que la búsqueda de bien para los otros no es del todo auténtica si se restringe a aquellos con los que me siento más identificado. Porque esos con los que me siento identificado son una prolongación de mi mismo. El amor se universaliza cuando va más allá de las propias prolongaciones para alcanzar al “otro”, al “diferente”, incluso al desconocido.

Los Magos son una retroproyección de algo que sólo ocurrirá después de la resurrección de Cristo, a saber, que el evangelio será acogido por los no judíos, en línea con la última recomendación de Jesús a sus discípulos: “id al mundo entero, anunciad el evangelio a todas las gentes, no sólo en Jerusalén, sino también hasta los confines de la tierra”. Los Magos son aquellos que vienen de los confines de la tierra a adorar al niño, los magos son los extraños al pueblo judío, los que no son de la raza del niño, los alejados. También para ellos ha nacido el hijo de María. Y también a ellos debe llegar la buena noticia del Evangelio.

La fiesta de los Magos de Oriente (digo magos, porque eso de que fueran reyes es un invento que no está en los Evangelios canónicos) puede ser un buen recordatorio de que en Cristo Jesús “ya no hay judíos ni griegos”, ya no hay diferencias nacionales, ni sociales, ni raciales. Si somos de Cristo Jesús debemos acoger a los que nos resultan “extraños” como si fueran míos, porque en realidad lo son, son mis hermanos en Cristo si están bautizados, y mis hermanos “hijos del mismo Padre”, si no lo están, aunque es posible que ellos no lo sientan así.

Eso es algo más, mucho más que un hermoso discurso que a la salida de la Iglesia no tiene mayores consecuencias. Si con su Encarnación el Hijo de Dios se ha unido con todos los seres humanos, entonces, deberíamos dejar de decir que sólo somos hijos de Dios los cristianos, o que sólo tenemos derechos los de una determinada nacionalidad, o tantas cosas por el estilo que nos separan a los unos de los otros.

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