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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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4
Sep
2019
Evangelio y realismo político
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economiaflorida

En economía, como en política, hay que ser realistas. Es necesario confrontarse con la realidad. El evangelio debe vivirse y traducirse en realidades concretas. Y lo concreto de lo político y lo económico es el pluralismo de intereses y de puntos de vista, no siempre fácilmente conciliables. De ahí la necesidad de un permanente diálogo, que implica capacidad de ceder, pero sobre todo de buscar consensos en donde nadie quede perjudicado y se respeten los derechos básicos de las minorías. Este mundo es de todos y todos tenemos derecho a nuestro sitio.

Una cosa son los ideales y otra las realidades concretas y las aplicaciones particulares. El evangelio hay que vivirlo en el realismo político y económico. Esto quiere decir que habrá que buscar soluciones imaginativas teniendo en cuenta todos los datos, las distintas opiniones, la necesidad de defenderse ante el egoísmo ajeno traducido en delito. Pero también significa que hay que recordar siempre el ideal para que las concreciones se acerquen lo más posible al ideal.

Al respecto es bueno recordar el comienzo de las parábolas de Jesús: “el reino de los cielos se parece a”. O sea, el Reino de los cielos es una realidad que nos sobrepasa y nos desborda, pero en este mundo es posible anticipar modos y maneras de ser y de actuar que, de algún modo, “se parezcan”, se aproximen al ideal. Estos modos y maneras serán deficientes, pero hay deficiencias y deficiencias. Está la deficiencia del que se separa del ideal o incluso actúa contrariamente al ideal, y está la deficiencia del que se esfuerza por llegar a él, aunque no llegue, por su propia limitación y por el egoísmo que, aun sin querer, se infiltra en todo lo que hacemos y pensamos.

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31
Ago
2019
Economía, arte y no artimaña
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atardecer

La economía tiene repercusiones concretas en la vida de las personas, a veces muy negativas. Precisamente por eso la economía debe estar al servicio de la persona, de todos los seres humanos.

La economía no puede convertirse en una artimaña que sólo beneficia a unos pocos. Artimaña es una acción hábil y malintencionada para conseguir algo. Como es malintencionada lo que con ella se consigue perjudica a muchos y beneficia a pocos. La economía debe ser un arte, una actividad realizada en beneficio de todos. Las artimañas son egoístas. El arte (al menos, en principio y en su intención esencial) busca ser admirado por todos, porque refleja y representa algo bueno y favorable.

Cierto, el arte puede mal tratarse y convertirse en artimaña, en un producto comercial del que se benefician unos pocos privilegiados. Pero el arte auténtico es gratuito, como gratuita es la belleza de la naturaleza que el artista creador pone ante nuestros ojos, o como gratuita pretendían que fuera, fray Angélico y Miguel Ángel, la contemplación de las grandes pinturas y esculturas que realizaron. Así debería ser la economía, un arte al servicio del bienestar y del bien vivir de todos.

Economía no es caridad, pero la caridad debería ser el alma de toda economía con rostro humano. En el trasfondo de la economía debería estar un concepto de justicia en el que el dar a cada uno lo que le corresponde no estuviera condicionado por resultados mercantiles o por la estricta aplicación de la legalidad, sino por la voluntad original de Dios que entregó todos los bienes de la tierra para que sirvieran de alimento a todos sus habitantes: “del Señor es la tierra y cuanto la llena” (Sal 24,1). El ser humano está llamado a cuidar y administrar esos bienes según la voluntad del Señor (Gen 2,15). Y la voluntad del Señor es que a nadie le falte lo necesario para vivir. Lo necesario para vivir es lo que le corresponde a cada uno.

En este mundo las cosas no funcionan así. Por eso, hay pobreza, guerra, hambre, personas abandonadas o expulsadas de sus tierras; el trabajo se ha convertido en un privilegio, hay más miseria y necesidad que nunca. No es extraño que muchos reclamen una sociedad alternativa, basada en valores distintos de los mercantiles, una sociedad que vaya más allá de los “papeles” y de los “derechos”, una sociedad en donde lo justo no sea lo que a cada uno se le debe o lo que uno se ha ganado, sino que todos estén bien, que haya pan para todos, no importa cuales sean los medios para estar bien y para tener comida.

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27
Ago
2019
Ser hijo de Dios y comportarse como tal
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cupulao

A veces surge la pregunta de si todos los humanos son hijos de Dios o sólo algunos. No sería bueno que esta pregunta, y no digamos la respuesta a la misma, estuviera condicionada por el presupuesto de que la salvación está restringida a los bautizados. Como no parece fácil negar que Dios es el Padre de todos los seres humanos, se recurre a la estratagema de distinguir dos tipos de paternidad en Dios: una, que alcanzaría a todo lo creado, y otra, propia de los bautizados. Todo lo creado es creatura de Dios; por tanto, todos los seres humanos son creaturas de Dios. Pero sólo los bautizados tendrían la dignidad y la realidad de hijos.

Decir que Dios es Padre de todos los hombres, pero que algunos hijos de este Padre no son en realidad hijos, parece un tanto contradictorio y un modo de jugar con las palabras. Es preferible reconocer la filiación universal de todo ser humano con relación al Padre Creador, aunque haya que precisar que no todos los humanos sean conscientes de quién es su verdadero Padre. Hay muchos hijos que, desgraciadamente, no saben quiénes son sus padres. Los hay incluso que reniegan de sus padres. Pero no cabe duda que es más fácil vivir y comportarse como hijo cuando uno conoce al padre y está familiarizado con él que cuando uno no lo conoce.

También hay hijos que, sabiendo quiénes son sus padres, no se comportan como hijos de tales padres. ¿En qué se parece el hijo al Padre? ¿En el rostro, en la estatura? ¿No será más bien en el carácter, en el talante? En el capítulo ocho del evangelio de Juan se encuentra una tensa discusión entre Jesús y los fariseos a propósito de quién es hijo de quién. Los fariseos reivindican con fuerza ser hijos de Abraham. Jesús lo reconoce: “Sois descendencia de Abraham” (Jn 8,37). Pero la cuestión es que no os comportáis como hijos de Abraham, pues el hijo actúa con el mismo talante, el mismo espíritu que el padre. Y los fariseos, dice Jesús, actúan con el espíritu del diablo. Por eso, su padre es el diablo y cumplen los deseos de este padre (Jn 8,44). Se puede ser hijo de Abraham y comportarse como hijo del diablo.

En suma, todos los seres humanos son hijos de Dios, todos hemos nacido porque él lo ha querido y, sobre todo, porque nos ha querido, porque nos ha amado. No sólo ha consentido que seamos, nos ha querido expresamente, sea cuál sea la mediación que nos ha dado el ser. El bautismo refuerza esta condición al darnos el Espíritu Santo, que nos guía por los caminos de Dios. Cierto, es posible estar bautizado y entristecer al Espíritu Santo, no dejarnos guiar por él. Y también es posible no estar bautizado y actuar según el Espíritu de Cristo. Con una diferencia: los bautizados saben cuál es el Espíritu que les guía. Y cuando se tiene claro cuál es el buen espíritu, cuando uno tiene claro quién es su padre, cuando tiene claro de dónde viene y a dónde va, vive con otra alegría. Al final, eso de ser cristiano es una cuestión de calidad de vida

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22
Ago
2019
Brazos abiertos y puños cerrados
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openarms

Open Arms (o sea: brazos abiertos) es el nombre de un barco español que, en estos pasados días, se ha hecho tristemente famoso por las dificultades que ha encontrado para desembarcar a más de 150 náufragos, que huían de la miseria, de la guerra, de la violencia, de la imposibilidad de vivir dignamente en sus países. Junto con el barco, también se ha hecho tristemente famoso el Ministro del Interior del Gobierno italiano, que ha impedido con todas su fuerzas (que por lo visto son muchas) que desembarcaran los náufragos. Y cuando alguno ha desembarcado, por estar enfermo o ser menor, el Ministro ha dejado bien claro que se hacía “a pesar suyo”.

Sorprende el poder del Ministro, que ha actuado incluso en contra de la opinión del Presidente del Consejo de Ministros. Cosas de la ley, supongo. Y también cosas de la política. De una política en la que las personas importamos en la medida en que tenemos un voto, aunque luego con nuestro voto hagan lo que interesa no al votante, sino al votado. No es menos cierto que también ha sido cosa de la ley (y quizás de la política) que, finalmente, las personas recogidas por el barco hayan desembarcado por orden de un fiscal italiano.

Si el barco se llama “brazos abiertos”, el Ministro del interior bien podría llamarse “puño cerrado”. Dicho con todo respeto a la persona, y sólo como expresión simbólica que sirva de contrapunto al nombre del barco. Brazos abiertos que acogen, puño cerrado impertérrito ante las urgentes necesidades ajenas, buscando todo tipo de subterfugios para mantener incólume su posición. Brazos abiertos para abrazar, puños cerrados para agredir.

No nos engañemos. Estas dos figuras (brazos abiertos y puños cerrados), desgraciadamente, coexisten en cada uno de nosotros. Basta ver las opuestas reacciones de los políticos españoles ante cada una de las desventuras del Open Arms. Todos tenemos nuestro lado acogedor y nuestro lado egoísta. Incluso, a veces, el lado acogedor no es puro del todo, y el egoísta convive con remordimientos, siempre en función de los propios intereses. Lo de los propios intereses se puede comprender. Pero hay intereses que nos vuelven insensibles y ciegos al sufrimiento de los demás.

En nuestro corazón hay una tendencia a la compasión y una tendencia a la insensibilidad. Aunque quizás no podamos anularlas del todo, la cuestión es cuál de estas dos tendencias va a prevalecer. En la medida en que la tendencia compasiva domine, es posible que la alegría sea nuestra mejor recompensa.

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20
Ago
2019
Nacer de Dios: recibir el esperma divino
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ciriosencendidos

Junto con el modelo jurídico de la adopción (del que hemos hablado en el post anterior), encontramos en el Nuevo Testamento textos que hablan de la filiación divina con fórmulas similares a las de una filiación natural. Hasta el punto de que la primera carta de Juan (3,9) llega a decir del que “ha nacido de Dios”, que “su esperma” permanece en él. Y como tiene tal germen “no puede pecar, porque ha nacido de Dios”. Los escritos joánicos, más que de “hijos de Dios”, hablan de los “nacidos de Dios” (Jn 1,12-13; 3,3-8; 1 Jn 2,29-3,1; 3,9-10; 4,7; 5,1.4.18). Pero no se trata de un nacimiento humano o terreno, sino “espiritual”, en virtud del Espíritu Santo. No es un nacimiento por impulso de la carne; es el resultado de una acogida: “a los que lo recibieron, los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn 1,12-.13); “lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu” (Jn 3,6). Aún con la precisión de que este nacimiento es del Espíritu, la terminología es tan realista que quién la escu­cha no entiende cómo puede ser posible: “¿cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?” (Jn 3,4).

El modelo de la adopción deja clara la iniciativa y libertad de Dios al hacernos sus hijos. El modelo del “nacer de Dios” aclara el otro aspecto de la relación, a saber, somos hijos si acogemos el don de Dios por la fe: “a los que le recibieron”, a los que creen, les hizo hijos (Jn 1,12); “el que obra la justicia” nace de él (1 Jn 2,29); “no co­mete pecado el que ha nacido de Dios” (1 Jn 3,9; 5,18); “el que ama” ha nacido de Dios (1 Jn 4,7); “el que cree que Jesús es el Cristo” ha nacido de Dios (1 Jn 5,1). Tam­bién san Pablo lo deja claro: “sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gal 3,26); “los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rm 8,14).

La iniciativa divina, gratuita e incondicional, pide una acogida libre y agrade­cida por parte del hombre para que el amor pueda alcanzar su perfección. Pues sólo en la reciprocidad alcanza el amor su plenitud. Los dos aspectos de la filiación divina son necesarios, pues así queda claro tanto la gratuidad del amor como la im­portancia de la acogida para lograr la perfección del amor.

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16
Ago
2019
¿Qué significa ser hijo adoptivo de Dios?
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jesusfamilia

La primera cualidad que san Pablo destaca en la persona justificada, en aquel que ha acogido a Cristo y ha recibido el Espíritu de Dios, es la de ser “hijo de Dios”. Según san Pablo se trata de una “filiación adoptiva” (Rm 8,14-17; Gal 4,4-7; Ef 1,3-5). La fórmula no tiene que confundirnos y hacernos pensar que se trata de una filiación de segunda categoría. En el contexto de la cultura antigua, la filiación adoptiva tenía tanta o más importancia que la filiación natural. En esta línea, San Agustín dejó claro que tiene más derechos sobre el hijo el padre adoptante que el padre engendrador: “cuando un hombre se hace hijo de otro de cuya sangre no ha nacido, prevalece la voluntad del adoptante sobre la naturaleza de quien le engendró”. Recuerdo que Nerón era hijo adoptivo de Claudio, que lo prefirió a los hijos tenidos con su mujer.

Cuando san Pablo califica de adoptiva nuestra filiación con Dios, subraya la gratuidad de la elección divina. Dios no nos toma como hijos de forma forzada o necesaria, porque no tiene más remedio que hacerlo, o porque le obliga a hacerlo el hecho de habernos creado. Nos adopta como hijos porque libremente se ha fijado en nosotros, porque nos ama, porque le agradamos. Cierto, en el Nuevo Testamento hay otro modelo de comprensión de la filiación divina (hablaré de este otro modo en un próximo post). Ahora importa aclarar que el modelo de la adopción deja clara la iniciativa y la libertad divina al hacernos sus hijos. Supera con mucho la idea de una adopción puramente jurídica o incluso moral.

La adopción es un modelo que apunta a una realidad mucho más profunda: somos hijos de Dios, porque Dios nos ama como no se puede amar más. La fuerza de la filiación está en el amor. No en la carne o la sangre, sino en el amor, que es más fuerte que todas las sangres. Por eso san Pablo (en los dos primeros textos citados al principio: Rm 8,14-17 y Gal 4,4-7) contrapone el espíritu de adopción al espíritu de esclavitud: los hijos adoptivos son libres; verdaderos hijos y, por eso, herederos de los bienes divinos.

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11
Ago
2019
María, reflejo de nuestro propio misterio
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marprofundo

La piedad cristiana ha visto en María el mejor modelo de seguimiento y de identificación con Cristo. Quizás no se ha destacado tanto otro aspecto muy relacionado con el anterior: María es la mejor representación de nuestro propio misterio, del misterio de toda vida humana y cristiana.

La vida humana es un misterio nunca resuelto del todo. Por mucho que digamos, nunca acabamos de agotarla, siempre nos quedamos cortos. Toda definición de la vida humana es siempre insuficiente, porque en ella hay un “más”, un exceso, una tendencia a más allá de ella misma. “El hombre supera infinitamente al hombre”, dijo un famoso pensador francés. El ser humano sobrepasa sus propias expectativas, ninguna acaba de satisfacerle. La teología tiene una explicación: estamos hechos para Dios, y nuestro corazón está inquieto hasta que no alcanza la medida para la que estamos hechos. Precisamente porque el hombre nunca acaba de alcanzar su medida, podemos calificar a la persona de misterio. Los problemas se resuelven. Los misterios siempre permanecen abiertos.

El mejor modo de aclarar un misterio es confrontarlo con otro misterio. El misterio de María podría ser un buen referente para aclarar mejor el misterio de la persona. Porque en María se encuentra realizado aquello a lo que todos aspiramos. En primer lugar, todos aspiramos a ser santos, o sea, a ser divinos; todos aspiramos a una plenitud que, lo sepamos o no, sólo Dios puede saciar. María, “llena de gracia”, o sea, “llena de Dios”, es un buen referente humano de todas nuestras aspiraciones.

Por otra parte, además de a una vida plena, todos aspiramos a una vida que dure. Vida plena que dure, vida llena de Dios y eterna. En la asunción de María se realiza esta otra gran aspiración humana: vivir para siempre, unidos a Dios, fuente de toda vida. Y vivir con toda nuestra realidad colmada en todas sus dimensiones. María, “en cuerpo y alma” en el cielo, es el referente de lo que todos anhelamos: que nada nos falte, que todos los aspectos y dimensiones de nuestra vida están colmados y saciados. ¿Qué es la salvación? La salvación es un proyecto de vida feliz, estable y completa, en el que todas las dimensiones de la persona están plenamente saciadas. Eso es lo que, con otras palabras, el dogma de la Asunción dice de María. Esa es la esperanza cristiana. Por eso, María es el reflejo de nuestro propio misterio.

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7
Ago
2019
Jesús en Nazaret: la vida de un hombre corriente
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pasillo

Sorprende el amplio vacío que hay en los evangelios sobre los primeros treinta años de la vida de Jesús. Después de narrar con detalle los momentos que precedieron y siguieron a su nacimiento, los evangelios dan un salto de treinta años y lo muestran predicando en Galilea. Sólo uno narra un acontecimiento de Jesús adolescente: en una peregrinación a Jerusalén, acompañado de su familia, Jesús se quedó en el templo, en vez de incorporarse al grupo para regresar a Nazaret. Luego, resume en una frase 18 años de vida (desde los 12 que podría tener el niño perdido hasta los 30 y pocos que tendría el predicador ambulante): el niño crecía en edad (con las dificultades y alegrías que comporta la adolescencia), en sabiduría (seguramente en ocasiones le costaría algún esfuerzo eso de aprender) y en gracia (o sea, en experiencia de Dios, como ocurre con todos nosotros, que vamos progresando paulatinamente en nuestro saber y en nuestra experiencia religiosa). Jesús también creció espiritualmente, dice Francisco citando a Juan Pablo II (Christus vivit, 26). O sea, todo muy normal.

Es fácil deducir que durante este tiempo la vida de Jesús fue similar a la de cualquier otro muchacho en un pueblo pequeño y pobre, como era Nazaret. En aquella familia y sociedad religiosa en la que el muchacho creció, debió aprender una serie de prácticas de la religión judía. Sobre todo, aprendió un trabajo, para ayudar a su familia, sin duda el trabajo de su padre. Los evangelios indican que tanto José como Jesús eran “carpinteros”, expresión que hay que entender en sentido amplio, no solo trabajadores de la madera, sino también de la construcción. Era un trabajo duro y costoso, propio de las clases más bajas de aquella sociedad. Al fin y al cabo, los campesinos tenían algo de tierra en propiedad. El “tekton” (carpintero, artesano, albañil) tenía la fuerza de sus brazos. No era precisamente un empresario.

¿De qué modo esta vida ordinaria de Jesús se cruza con la nuestra? ¿Tiene algo que decirnos, hay algo que aprender? A veces pensamos que nuestras vidas vulgares y corrientes se alejan de una supuesta vida extraordinaria o deslumbrante de Jesús. Y nos preguntamos como podemos ser santos desde la normalidad y el aburrimiento de lo cotidiano. Cuando nos hacemos esas preguntas deberíamos recordar que Jesús fue “un muchacho más de su pueblo” (Christus vivit, 28), un simple carpintero en una aldea cualquiera. Jesús llevó una vida muy ordinaria. Eso explicaría la sorpresa de aquellos que le conocían cuando inició su ministerio público: ¿no es este el carpintero?, ¿no conocemos de sobra a sus padres y a sus hermanos?. La vida de Jesús en Nazaret nos habla del valor y significado de nuestras vidas corrientes. Lo ordinario de la vida puede estar lleno de Dios.

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2
Ago
2019
Cuidar unos de otros
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cociendopan

Cuidar del otro es un dato antropológico, un instinto muy humano, pero, desgraciadamente, coexiste con otro instinto contrario: pensar sobre todo en uno mismo. Bien entendidos, estos dos datos podrían ser compatibles, pues el cuidado de uno mismo no tiene que impedirnos cuidar también del otro. Si cada uno, además de cuidarse a sí mismo, cuida al otro, entonces los dos se cuidan y además son cuidados. De modo que el cuidado mutuo es un cuidado enriquecido, una ganancia para los dos. Mientras la competitividad nos empobrece, porque en el esfuerzo de vencer al otro nosotros perdemos fuerza, el mutuo cuidado multiplica la fuerza propia con la fuerza ajena.

Se diría que el ser humano está embargado por una serie de sentimientos contradictorios. Por una parte, la compasión parece una actitud consustancial a la naturaleza humana. Si nos cuesta ver el sufrimiento de los demás, y tendemos espontáneamente a ayudarles, es porque al contemplar a una persona con necesidades especiales o el rostro desfigurado de una persona por un accidente de tráfico, estamos contemplando nuestra propia posibilidad. Se trata de estados de dependencia que me podrían haber tocado a mí. Por eso, la situación del necesitado nos da pena y suscita nuestra compasión, porque consciente o inconscientemente vemos allí nuestra propia posibilidad.

Si la compasión es constitutiva de lo humano, no es menos cierto que el egoísmo parece estar en el origen de todos los males de la humanidad. Egoísmo significa amor a uno mismo. Ahora bien, hay distintos modos de amarse a sí mismo. Todos deseamos lo bueno, lo mejor, para nosotros. Pero hay un egoísmo que todo lo centra en uno mismo, por encima y a veces contra todo lo demás, reduciendo a los demás a mera posesión e instrumento. Este egoísmo se opone frontalmente al amor y, llevado a su extremo, desemboca en la soledad absoluta. Porque cuando uno sólo piensa en sí mismo, se queda solo consigo mismo.

Si llegase un momento en que, para cada uno, todos los demás estorbasen, eso sería el principio del fin de la humanidad, la guerra total, la búsqueda de la aniquilación de los otros, hasta quedar uno solo consigo mismo. Esta soledad absoluta sería también la propia autodestrucción, porque, de un modo u otro, siempre dependemos de los demás. El depender de los demás debería hacernos pensar en cómo sacar el mejor provecho a esta dependencia. La dependencia mutua puede traducirse en búsqueda de sometimiento. Como dependo de los demás, trato de someterlos para que me sirvan. Pero la dependencia puede traducirse en colaboración. Como dependo de los demás, y los demás dependen de mi, puedo hacer de esta dependencia mutua una ayuda mutua, un mutuo cuidado. Esta reflexión antropológica encuentra en el mensaje cristiano una excelente iluminación.

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29
Jul
2019
Contemplación y predicación
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santamarta

Homilía del lunes, 29 de julio de 2019, fiesta de Santa Marta, en el Capítulo General de la Orden de Predicadores en Vietnam:

Tras experimentar las maravillas de Dios, el pueblo de Israel hizo una promesa de perpetua fidelidad a Dios, según relata el libro del Éxodo. Hoy hemos visto como esta promesa de fidelidad se cambió rápidamente por la realidad de la infidelidad. No es nada fácil ser fiel a un Dios al que no se puede ver, ni oír, ni tocar, un Dios invisible, que siempre se nos escapa, que nunca controlamos. Lo fácil es adorar al oro, al dinero, que es algo concreto, parece maravilloso y siempre deslumbra. Yo suelo decir que el dinero nos vuelve locos a todos. Cuando nuestro criterio de actuación es el dinero, perdemos la perspectiva. Es una advertencia para nosotros, casi al final del Capítulo. Muchas actas, muchos buenos deseos, muchas promesas. Lo importante van a ser las realidades.

Vamos con Marta y María. Los maestros espirituales de no hace mucho tiempo, presentaban a Marta y María como iconos o figuras de dos tipos de vida consagrada: la activa y la contemplativa. Evidentemente los textos evangélicos hablan de otra cosa, pero a ellos les venía bien eso de que “María ha escogido la mejor parte”, para concluir en la mayor perfección de la vida contemplativa.

A mi se me aclararon las cosas sobre la relación entre vida activa y contemplativa leyendo una de las cuestiones disputadas de Caritate de santo Tomás. Allí el santo dice que hay tres grados en el amor a Dios: primer grado, el de aquellos que fácilmente dejan la oración bajo pretexto de trabajos apostólicos; esos manifiestan poco amor a Dios. Otros, en cambio, se deleitan tanto en la oración, que no quieren dejarla ni siquiera para servir al prójimo. Más algunos, dice el santo, suben a tan alta cima de la caridad, que dejan la contemplación divina, aunque tengan en ella el máximo deleite, a fin de servir a Dios para salvación de los prójimos. Esta perfección, dice el santo, es propia de los predicadores. Los predicadores de la fe son los que alcanzan el máximo grado de perfección en el amor.

Dejo de lado algunas otras cosas interesantes que añade Tomás de Aquino, para no cansarles. Concluyo: puestos a usar estas dos figuras, la de Marta y la de María, como iconos de vida consagrada, habría que decir: ni Marta sola, ni María sola. Marta y María siempre juntas e inseparables. Eso sin olvidar que el evangelio pone en boca de Marta una de las más bellas confesiones, la que debe anunciar todo predicador de la fe: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, la resurrección y la vida. Quién cree en él, no morirá para siempre.

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