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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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12
Oct
2019
¿Se salvan pocos en el cielo? ¿Y en la tierra?
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floressalvacion

Según el evangelio de Lucas (13,22), a Jesús le preguntan explícitamente: “¿serán pocos los que se salven?”. Para comprender bien la pregunta me parece importante plantear qué tipo de personas hacen esas preguntas. Normalmente suelen ser personas que se imaginan estar dentro del grupo de los “salvados”, y consideran que dentro del grupo están los que cumplen con determinados ritos o normas. Algo de eso se podría deducir del contexto en el que aparece la pregunta que le hacen a Jesús, sobre todo teniendo en cuenta la respuesta de Jesús. La respuesta parece romper con todo criterio legalista de cara a determinar quiénes están dentro del grupo de los “salvados”: “No os conozco”, responde Jesús, a aquellos que alegan como criterio de salvación el haber comido y bebido con él, y el haber escuchado sus enseñanzas (Lc 13,25.27).

A continuación, Jesús habla de una salvación que tiene dimensiones universales: “vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios” (L,13,29). Los criterios humanos para entrar en el Reino suelen ser los legales. Pero el criterio de Jesús es la gracia y la misericordia, el corazón amante y generoso del Padre. Y en ese corazón cabemos todos, sin excepción.

Hoy, la pregunta por la salvación, además de aplicaciones escatológicas, tiene una aplicación más inmediata. Porque en este mundo nuestro hay claros lugares de “no salvación”. De ahí la cantidad de personas que huyen de países en donde el hambre, la guerra, la miseria, y tantos otros desastres, impiden vivir con un mínimo de normalidad y dignidad. Esas personas buscan en otros lugares de nuestro mundo que ellos consideran, no celestiales ni idílicos, sino más o menos “normales”, un espacio y unas condiciones para poder sencillamente vivir. Y, entre los que tenemos la suerte de estar en estos países más o menos “normales”, surgen voces que plantean la pregunta de si la salvación no es para pocos. Porque, ¿sabe usted?, en Europa y en Estados Unidos ya no cabemos más, ya no hay lugar para tanta gente. Además, esta gente que viene de fuera buscando “salvación”, en realidad no son de fiar. Vienen buscando nuestros subsidios, nuestra medicina gratuita, abusan de lo que les ofrecemos, toman lo que no es suyo, quieren vivir sin trabajar.

Por cierto, pregunten a los funcionarios que se conocen al dedillo los requisitos para acceder a determinadas prestaciones y escucharán este tipo de respuesta: “es falso que los inmigrantes tengan prestaciones distintas o superiores a las de los ciudadanos españoles”. Pero, en boca de unos, decir lo contrario parece que da votos. Y en boca de otros, es un modo de justificar sentimientos poco humanitarios.

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8
Oct
2019
Cuando pecas, Dios te sostiene en tu pecado
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cuandopecas

Desde un punto de vista creyente, Dios es el que hace posible la vida. Por eso, una de las primeras afirmaciones del Credo es que Dios es Creador. Y eso en un doble sentido: es el que hace posible la vida, y es también el que, una vez aparecida la vida, la sostiene permanentemente, gracias a su Espíritu, presente en toda la realidad. Dios no manipula, hace posible la vida. La vida tiene su propia autonomía, pero esta autonomía es un don de Dios. Si, en algún momento, Dios retirara su aliento, todo volvería a la nada. “No hay brisa si no alientas, monte si no estás dentro”, dice uno de los himnos de la liturgia de la Iglesia. Lo mismo, y con más razón, cabe decir de la vida humana: Dios ama a todos los seres y no aborrece nada de lo que existe, porque su espíritu incorruptible está en todas las cosas.

Esta presencia permanente de Dios en toda la realidad nos permite afirmar algo que resulta paradójico: si uno decide quebrantar la ley de Dios, o apartarse de sus caminos, el Señor es el que le sostiene en la existencia mientras lo hace, segundo tras segundo. El pecador peca libremente, sólo él es responsable de lo que hace (y si no es responsable, por el motivo que sea, no es culpable), pero es Dios quién le sostiene en el ser mientras peca. Esto nos permite una doble reflexión. Por una parte, que Dios sostenga al pecador en el ser, es la mejor prueba de cuánto le ama Dios. Dios nos ha hecho libres, somos libres porque él nos sostiene. Dios ha firmado un cheque en blanco con cada uno, y nunca retira la firma. Porque Dios ama incondicionalmente a todas y cada una de sus criaturas. Incondicionalmente. Su amor no está condicionado por nuestra respuesta. Dios siempre nos sostiene, porque siempre confía en nosotros y, al sostenernos en el ser, nos ofrece nuevas oportunidades.

Por otra parte, el pecado resulta ser el absurdo y la contradicción más radical. Tú solo existes, tú sólo eres tú, por causa de Dios. Si pretendes enfrentarte a Dios lo único que haces es auto engañarte. Pretendes ser el dueño de tu vida, y no eres consciente de que tu vida es un regalo permanente. Pretendes ser “sin Dios”, alejado de él, y no te das cuenta de que eres “gracias a Dios”, que nunca se aleja de ti, nunca te abandona. El pecado es pretender lo imposible: romper con Dios. Pretensión absurda, porque Dios nunca rompe con nosotros. El pecado es un engaño: al enfrentarte a Dios quieres ponerte a su nivel, pero siempre eres una criatura. Lo cual no significa que no sea posible ponerse al nivel de Dios, pero nunca desde el enfrentamiento, sino desde la acogida de su amor. La serpiente tenía razón cuando le dijo a Eva que Adán y ella podían “ser como dioses”. La pregunta es: ¿ser como Dios rompiendo con Dios, o recibiendo la auténtica divinidad como un don del propio Dios?

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4
Oct
2019
El Padre Pepe, un testigo creíble
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candalabro12

He tenido la suerte de conocerlo. Acaba de fallecer en su amada ciudad de La Habana, donde era muy conocido y valorado. Era un fraile que valía la pena.

El 15 de diciembre de 1925 nace José Manuel Fernández González del Valle, en La Habana. A los 23 años se gradúa como Doctor en Leyes y, tras trabajar en el Registro de la Propiedad, en 1951 decide hacerse fraile dominico y parte hacia Almagro, España, para cursar el Noviciado. En Granada estudia filosofía y teología y en 1957 regresa a Cuba, tras completar su formación intelectual en Canadá y Estados Unidos.

El 15 de septiembre de 1961 logra salvar para la Orden el convento de San Juan de Letrán, evitando que sea ocupado por los soldados revolucionarios. Ese día las autoridades deportaron a muchos sacerdotes y ocuparon iglesias y conventos argumentando que estaban vacíos. Él, como cubano, se presentó en San Juan de Letrán y tras conversar con el jefe de los soldados y darle distintos argumentos (entre otros, que se trababa de una zona turística y que muchos turistas eran católicos y se iban a encontrar sin templo para asistir a los oficios religiosos), logró que el capitán hiciera una consulta con “la Comandancia” (esa fue la palabrita, dice el P. Pepe) y, tras dos horas de espera, regresó con un manojo de llaves y le dijo: “Queda usted a cargo de la Iglesia y del Convento de San Juan de Letrán”. Incluso el miliciano quiso dejarle una escolta, pero el Padre le dijo que no la consideraba necesaria.

Hombre de gran cultura, espíritu abierto, dialogante, comprensivo y sabio. Valgan como muestra estas reflexiones suyas: “Jesús nadó a contracorriente. Llamó bienaventurados a los perdedores históricos de todos los tiempos y malhadados a los vencedores y a los hombres de éxito… La aventura histórica de El Nazareno, tan esperado por el pueblo elegido como un Dios vencedor, concluyó con la derrota de la cruz”. “La fe no puede existir sin sonrisa; tiene que ser alegre y además, desconfiemos de los que dicen que su verdad jamás ha sido tocada por la duda”. “Cada uno debe vivir con su realidad. Si yo estoy en Cuba debo obrar acorde con la psicología del pueblo cubano y saber estar a la altura de las circunstancias. Debo tratar de comprenderlo, de sentirme feliz, inclusive dentro de las limitaciones, deseando y tratando de superar lo que se pueda, pero mientras no se superen no vivir amargado, encerrado en una bola de cristal, sino estar abierto a los demás, ser competente en mi profesión, mi trabajo. Hacer lo mejor posible con la mejor conciencia posible… Muchas veces nosotros nada más vemos lo negativo de los demás y lo positivo de lo nuestro. Hay que llegar a un equilibrio. Esto es importante tanto para la vida familiar como social. Cuando llegue una crisis tratar de ser compasivo con la otra parte, y no dejar que el problema se radicalice”.

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2
Oct
2019
Una sola carne
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solacarne

Según el libro del Génesis, de la única carne humana Dios crea una mujer. Una vez ocurrida la separación, aparecen la mujer y el varón. El libro del Génesis continúa diciendo que estos dos que vienen de una sola carne, están llamados a hacerse una sola carne. Según el relato, el varón reconoce que la mujer es “hueso de mis huesos y carne de mi carne… Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2,23-24). “Una sola carne” significa una sola familia. La expresión no se refiere principalmente y, en todo caso, no únicamente, a la unión sexual. Va mucho más allá, llegando a la unión de los corazones y de las vidas, y también al hijo, carne salida de esta unión.

El hombre se maravilla ante la mujer, que es su diferente y, al mismo tiempo, hueso de sus huesos y carne de su carne. La diferencia del varón y la mujer procede de una unidad originaria y está destinada a una nueva unidad. El varón y la mujer, fruto de la división de una sola carne, están además llamados a engendrar hijos que se convertirán en una sola carne, salida de su unión. El ser humano está hecho para el amor. El matrimonio pertenece a la vocación original del ser humano, y es un dato creacional y no cristiano. Jesús lo que hace es confirmar el origen divino del matrimonio, no instituirlo.

El Papa Francisco (en Amoris Laetitiae, n. 13), hablando del matrimonio, ha comentado así el texto de Gn 2,24: De este encuentro, que sana la soledad, surgen la generación y la familia. Adán, que es también el hombre de todos los tiempos y de todas las regiones de nuestro planeta, junto con su mujer, da origen a una nueva familia, como repite Jesús citando el Génesis: «Se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne» (Mt 19,5; cf. Gn 2,24). El verbo «unirse» en el original hebreo indica una estrecha sintonía, una adhesión física e interior, hasta el punto que se utiliza para describir la unión con Dios: «Mi alma está unida a ti» (Sal 63,9), canta el orante. Se evoca así la unión matrimonial no solamente en su dimensión sexual y corpórea sino también en su donación voluntaria de amor. El fruto de esta unión es «ser una sola carne», sea en el abrazo físico, sea en la unión de los corazones y de las vidas y, quizás, en el hijo que nacerá de los dos, el cual llevará en sí, uniéndolas no sólo genéticamente sino también espiritualmente, las dos «carnes».

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28
Sep
2019
No estar de acuerdo sin romper la comunión
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comunidadjesus

Un modo de desactivar el posible escándalo de las diferencias eclesiales, sería recordar que las tensiones son algo tan antiguo como la Iglesia. El Nuevo Testamento cuenta que Pablo “se enfrentó” con Pedro (Gal 2,11). La cuestión objeto de división era si los no judíos convertidos al cristianismo debían observar las leyes judías. Es posible que también hubiera discrepancias entre otros dos grandes líderes del cristianismo primitivo, Pedro (más liberal) y Santiago (más aferrado al judaísmo).

Muchas rupturas comenzaron siendo enfrentamientos o tensiones que no supieron o pudieron resolverse. Al no resolverse, se formaron “Iglesias” separadas, cada una considerándose la “verdadera” y acusando a las otras de desviadas de la verdad. Los periodos post-conciliares han sido momentos propicios para las rupturas, pues todo Concilio introduce modos de comprensión que molestan a los que se aferran a comprensiones literales y arcaicas. Tras el Vaticano I, algunos Obispos consideraron que la proclamación de la infalibilidad pontificia era contraria a la tradición católica. Tras el Vaticano II, un Obispo consideró que los pronunciamientos ecuménicos y litúrgicos del Concilio eran una clara descalificación de la tradición. Aquí, en España, las críticas al Cardenal Tarancón eran moneda frecuente entre muchos católicos.

Lo que está pasando ahora con Francisco es casi una repetición de lo que pasó con Juan XXIII cuando convocó el Concilio. Con una diferencia: entonces no había “redes sociales”, y las descalificaciones no se propagaban con la facilidad con que ahora lo hacen. Pero las críticas a Juan XXIII fueron de grueso calibre, también por parte de aquellos que más obediencia debían manifestarle, hasta el punto de que el famoso cardenal Ottaviani, en cuyo escudo episcopal se podía leer “semper ídem”, encabezó la oposición eclesial a muchas de las reformas del Vaticano II.

Son posibles respuestas diferentes sin romper la comunión. Uno suele juzgar a partir de los datos que tiene y de las experiencias vividas. Los lugares de misión y las necesidades diversas de los fieles y comunidades cristianas, provocan respuestas divergentes, pero la divergencia no está en el Evangelio, sino en la situación a la que el Evangelio debe responder. Hay diferencias que manifiestan la riqueza del Evangelio y su capacidad de adaptación a distintas situaciones.

La comunión se rompe no por los desacuerdos, sino cuando del desacuerdo se pasa al insulto y a la descalificación personal, cuando en vez de buscar elementos de bondad en la postura del otro, se considera que, hasta lo bueno que pueda decir o hacer, esconde las peores intenciones. No estaremos más unidos cuanto más uniformes seamos, sino cuanto más nos respetemos.

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24
Sep
2019
El desafío de la unidad dentro de la Iglesia Católica
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unidadcatolica

La Iglesia católica, a lo largo de su historia, ha tenido que hacer frente a dificultades y problemas que parecían cuestionar su propio ser. Ante esos desafíos los fieles en particular, y la Iglesia como institución, se han visto obligados a tomar postura, y a encontrar respuestas para clarificar la confusión que podían plantear los cuestionamientos, o para situarse más adecuadamente, de modo que, en la medida de los posible, se evitasen los malentendidos que parecían derivarse de una mala comprensión del mensaje cristiano.

La Reforma protestante supuso un serio desafío para la Iglesia católico-romana porque, por una parte, la protesta de Lutero planteaba una decisiva pregunta a las instituciones eclesiales, la de si ellas transmitían y vivían fielmente el mensaje cristiano. Por otra parte, una vez consolidada la Reforma, a unos y a otros, católicos y reformados, se les planteaba la pregunta de si esa ruptura no era el principal obstáculo para que el mundo creyera, pues la ruptura es un signo patente de que no se cumplen las palabras de Cristo, al que todas las Iglesias apelan para mantener su separación: “que todos sean uno”. Evidentemente, los cristianos no somos uno. Somos muchos, estamos divididos, y la unión parece compleja y difícil. Si tomamos en serio las palabras que el cuarto Evangelio pone en boca de Jesús en forma de oración al Padre: “que todos sean uno, para que el mundo crea” (Jn 17,21-22), la conclusión que parece imponerse es que la condición para que el mundo crea no se cumple, y como no se cumple, la transmisión de la fe se encuentra dificultada.

Hoy el desafío que la separación entre cristianos supone de cara a la transmisión de la fe, se ha radicalizado más, si cabe, porque la separación ya no se da sólo entre unos grupos y otros, supuestamente cohesionados dentro del propio grupo, sino que afecta al interior mismo de algún grupo, como parece ser el caso dentro de la Iglesia católica. Algunas personas, apelando a la fidelidad a “lo católico”, cuestionan la persona, la doctrina y la autoridad del garante de la unidad católica, el Romano Pontífice. Esto supone un serio escándalo para muchos católicos de buena voluntad y es uno de los mayores desafíos a los que debe enfrentarse hoy la Iglesia católico romana.

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20
Sep
2019
Gracia: don y acogida
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emergiendo

Gracia es un término clave para comprender la vida cristiana. Por eso importa mucho entenderlo bien. La gracia de Dios no es algo que se consigue, no es el resultado de nuestros méritos, esfuerzos u oraciones. La gracia es un don y una acogida. En primer lugar, un don: la gracia es Dios mismo que nos ama incondicionalmente. Y como consecuencia, la gracia es una acogida: la persona está invitada a acoger este amor gratuito, respondiendo a amor con amor. Aquellos que acogen en sus vidas el amor de Dios, sienten como su vida queda transformada, viven una “vida nueva”, renovada, la vida de los hijos de Dios.

La gracia tampoco es algo que se tiene, una especie de posesión. Es una relación. Implica tres momentos. Es posible aplicar a cada uno el término gracia. Pero sin olvidar que esos tres momentos no sólo están íntimamente relacionados, sino que son inseparables. En primer lugar, gracia es Dios mismo que nos ama; dicho de otra manera: es el amor gratuito de Dios a cada uno de los seres humanos. En segundo lugar, gracia es la persona transformada como resultado de haber acogido este amor primero e incondicional de Dios. En tercer lugar, gracia puede designar “la acción de gracias”, la alegría que brota del corazón agradecido que se sabe amado y puede amar.

La teología luterana ha insistido en el primero de los aspectos de la gracia, olvidando, a veces, las dimensiones transformadoras del amor de Dios. La teología católica ha subrayado el segundo de los momentos y, a veces, ha dado la impresión de entender la gracia como “algo propio” del ser humano. Pero el momento teologal (Dios nos ama) y el antropológico (la persona transformada) son inseparables. Más aún, el momento antropológico no puede desligarse del momento teologal: “el que está en Cristo es una criatura nueva”. La nueva creación, que acontece por la gracia, sólo es posible cuando la persona permanece unida a Dios, siendo además, resultado de esta unión o de este primer amor divino.

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16
Sep
2019
¿Comunidades religiosas jerárquicas? ¡Según y como!
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comunidadentorno

La plenitud del amor cristiano es la reciprocidad: sed esclavos los unos de los otros (Gal 5,13); lavaos los pies unos a otros (Jn 13,14); soportaos unos a otros y perdonaos mutuamente (Col 3,13); amaos los unos a los otros (Jn 13,34). Un amor recíproco es un amor de amistad. La reciprocidad y la amistad sólo es posible desde la igualdad. Para poder establecer relaciones de amor auténtico, Jesús no retuvo su categoría de Dios, sino que se hizo uno de tantos (Flp 2,6-7). Y así pudo decir a sus discípulos: “ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos” (Jn 15,15). Desde esta perspectiva se comprende que Jesús advierta a los suyos sobre el peligro de relaciones basadas en la desigualdad: no llaméis a nadie padre o maestro, porque todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8-10).

Cuando buscamos aplicar en lo concreto de la vida los ideales evangélicos, aparecen las dificultades. Las relaciones entre personas requieren un mínimo de organización, como ocurre en una familia o en una comunidad religiosa. En toda organización suele ocurrir que alguien tiene la última palabra, sobre todo en casos de conflicto, que queramos o no, siempre aparecen en las relaciones humanas. Una sociedad eclesial “amplia” (pienso por ejemplo en una comunidad o Congregación religiosa) requiere organización. La organización corre el riesgo de crear estructuras jerárquicas. Pero cuando hay jerarquía no hay igualdad. ¿Cómo puede haber entonces amistad? Me refiero a las relaciones humanas y no tanto al hecho de que en la Iglesia hay una serie de funciones al servicio de la fe, que tienen su fundamento en las palabras de Jesús. Supongo que, pensando en las relaciones humanas, san Pablo, reconocía que “la autoridad que el Señor le dio” era “para edificar la comunidad, no para destruirla” (2 Cor 10,8). La primera carta de Pedro (5,1-4) recuerda a los presbíteros que deben ser modelos y no tiranos.

La autoridad en las comunidades eclesiales y/o religiosas está para cuidar, servir, ayudar, orientar. ¿Es posible desde estructuras jerárquicas fomentar la igualdad para que sea posible la reciprocidad? En las comunidades eclesiales sigue estando presente la terminología de superior y de maestro, lo que puede dar a entender que hay súbditos y discípulos. Entre un superior y un súbdito, un maestro y un discípulo puede haber una relación honorable y amable. Pero ¿cómo evitar el peligro de dominio y servilismo, para que pueda darse la fraternidad evangélica entre iguales (no entre “idénticos”, sino entre iguales que son diferentes)? Un amo puede ser amable y afectuoso con sus esclavos, pero eso no impide que el amo sea señor y el esclavo siervo. El amor es algo más que amabilidad y afecto. Y no es posible sin la igualdad, al menos sin “una cierta igualdad”. Ese el reto y la tarea permanente de nuestras comunidades religiosas: buscar esos tipos de igualdad que hagan posible el amor, para que así se parezcan cada vez más al ideal de la comunidad de Jesús.

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12
Sep
2019
El ideal de la comunidad cristiana no es la pobreza
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economiacruz

Jesús anuncia su evangelio a los pobres. Para que sean felices, no para que sufran y lo pasen mal. Hay que decir claramente que el ideal de la vida cristiana no es la pobreza, sino el que no haya pobres, el que cada uno tenga lo que necesita. El libro de los Hechos hace un retrato idealizado de lo que debe ser una comunidad cristiana, sin ocultar que en ella siempre hay quien no cumple el ideal. Según este retrato, entre los creyentes “no había ningún necesitado”, no había indigentes (4,34), pues “lo tenían todo en común” y repartían lo que tenían “según la necesidad de cada uno” (Hech 2,44). El ideal de la comunidad cristiana no es la pobreza, sino el que no haya pobres, el que cada uno tenga lo que necesita. La mala economía empieza cuando algunos pretenden necesitarlo todo o, al menos, la mayor parte de lo que hay.

En la segunda carta a los corintios (8,9) podemos leer que el Señor Jesús, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza. En las sociedades capitalistas uno se enriquece empobreciendo a muchos. Jesús se empobrece para enriquecer a todos. Él nos enriquece con su propia pobreza, pues todo lo suyo es una donación. Jesús, siendo rico con la riqueza insondable de Dios, se entrega totalmente para bien de los demás. La pobreza, vivida según el ejemplo de Cristo, es expresión de la entrega total de uno mismo, que tiene los ojos abiertos sobre las necesidades de los demás y el corazón misericordioso para socorrerlos. Es la pobreza de aquel que pone toda su confianza en Dios, y así puede anteponer los demás a uno mismo.

Los cristianos debemos esforzarnos en traducir esos principios evangélicos, de modo que el ser humano y su verdadero bien tengan la primacía en la actividad económica, así como en la organización social y política. Como decía Benedicto XVI (Caritas in veritate, 25), “el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es la persona en su integridad”. Considerar “al ser humano como un bien de consumo, que se puede usar y lugar tirar” ha dado lugar a una economía del descarte, en la que las personas son no sólo explotadas, sino consideradas deshechos, sobrantes (Francisco, Evangelii Gaudium, 53). Hay economías que matan. Por eso debemos buscar “una economía diferente, que da vida y no mata, que incluye y no excluye, humaniza y no deshumaniza, cuida la creación y no la despoja” (Francisco).

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8
Sep
2019
Las protestas en Hong-Kong como parábola
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Hongkong

Una de las noticias de este verano han sido las reiteradas manifestaciones de numerosos ciudadanos de Hong-Kong (entre ellos muchos jóvenes), en defensa de lo que consideraban uno de los bienes más preciados, puesto en peligro por el gobierno chino: la libertad. Los hongkoneses que protestaban eran bien conscientes del peligro que corrían. Para defender la libertad enfrentándose a fuerzas poderosas hace falta mucha fortaleza. Pero el bien que se pretende defender y mantener llena de fuerza y valor a sus defensores, a pesar de los peligros a los que se exponen. Aquí cabría aplicar esta máxima latina que dice que “quién resiste, gana”. No es seguro que, a corto plazo, el que resiste vaya a ganar, sobre todo cuando tiene enfrente a fuerzas sin escrúpulos. Pero posiblemente sí gane a medio o largo plazo.

Esa es la experiencia de todos aquellos que, en nuestro mundo, han encabezado movimientos de resistencia contra la opresión. Basta pensar en nombres como Ghandi, Nelson Mandela o Martin Luther King. Ellos sufrieron la cárcel y la represión, pero sus ideas y propuestas terminaron por imponerse. El bien siempre vence, a pesar de las apariencias y de los múltiples obstáculos que se le oponen. Porque en el bien hay una fuerza divina y en el mal una fuerza diabólica. Y por mucho que se empeñen las fuerzas diabólicas, al final terminan siendo derrotadas.

Seguramente sobre los acontecimientos y nombres utilizados puede haber diversidad de opiniones y de valoraciones políticas. Los nombro como reflejo de realidades sociales que, en cierto modo, pueden servir de reflexión para nuestra vida cristiana. El cristiano debe enfrentarse con valor, valentía y firmeza contra todos aquellos obstáculos, internos y externos, que le impiden mantenerse fiel al Evangelio. En este sentido es bueno recordar una virtud un tanto olvidada, la de la fortaleza. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, la fortaleza nos mantiene firmes y constantes en la búsqueda del bien, nos hace capaces de vencer las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. Ante las pruebas y persecuciones, la fortaleza nos infunde valor para vencer el temor. Nos capacita para defender las causas justas, incluso cuando, a veces, en esta defensa está en juego la propia vida. Al respecto, resulta muy oportuna esta palabra de Jesús: “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).”

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