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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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14
Sep
2018
Virgen de los dolores
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El 14 de septiembre se celebra la fiesta de la exaltación de la cruz. Al día siguiente se celebra la fiesta de la Virgen de los Dolores. Es un ejemplo claro de como prácticamente todas las fiestas dedicadas a Jesús tienen su correspondiente fiesta dedicada a María. ¿Será porque en el mundo católico hay una tendencia a equiparar a Jesús con María? Yo encuentro una razón teológicamente más apropiada: la vida de Jesús debe reflejarse en todo cristiano; por eso se dice que cristiano es “otro Cristo”. María es el mejor icono, el mejor modelo de vida cristiana. Eso significa que en ella se refleja perfectamente la vida de Jesús. María es el mejor ejemplo de vida llena de Cristo.

Por eso, el que las fiestas de Jesús tengan su correspondiente fiesta de María bien podría significar que todo lo de Jesús debe traducirse y reflejarse en la vida de cada uno de sus seguidores, en cada uno de los miembros de la Iglesia. Festejar a Jesús es festejar también la vida de aquellos que han seguido a Jesús, acogiendo su Espíritu. Se comprende así que haya una estrecha relación entre María y la Iglesia. La Iglesia encuentra en María la mejor realización de lo que son sus miembros y María es la mejor imagen de la Iglesia.

El evangelio de la Eucaristía de la fiesta de la Virgen de los Dolores es una buena ratificación de lo que acabo de indicar. Se trata del fragmento del evangelio de Juan en el que Jesús crucificado se dirige a su madre y al discípulo amado. A ella le dice: “mujer, ahí tienes a tu hijo”. Y al discípulo le dice: “ahí tienes a tu madre”. No hay que ver en esta escena una encomienda de Jesús al discípulo para que se lleva a su casa a María. Estamos ante un texto eclesiológico de sumo interés. María, llamada aquí “mujer”, es imagen de la Iglesia. El discípulo es la figura de todos los que, a lo largo del tiempo, creerán en Jesús. De modo que al discípulo, Cristo le confía la Iglesia.

A los creyentes, Jesús crucificado, a punto de morir, nos deja como herencia a la Iglesia. La última palabra de Jesús en la cruz es una palabra de fraternidad. La madre Iglesia es una comunidad de discípulos que son hermanos. La herencia de Jesús es la fraternidad. En esta herencia encontramos al testador. Por eso, Jesús se hace presente allí donde los discípulos se reúnen viviendo fraternalmente. María, la “mujer”, es símbolo de la Iglesia, de la madre que nos une, haciéndonos hermanos. María, al pie de la cruz, bien puede ser calificada de Virgen de los dolores. Pero este dolor es el dolor del engendramiento de la Iglesia, comunidad fraterna, que nace del Crucificado. Al pie de la cruz, la mujer y la madre simbolizan el nuevo pueblo de Dios engendrado desde la cruz por el sacrificio de Jesús.

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11
Sep
2018
Líderes políticos y religiosos
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líderes

Un líder es una persona capaz de influir en los demás. Dicho de otra manera: es aquel que “lleva la voz cantante” dentro de un grupo, aquel cuya opinión es la más valorada. El liderazgo no coincide necesariamente con la jefatura. Una persona puede ser jefe de un grupo y no ser su líder, y puede ser el líder sin ser el jefe. El jefe tiene poder, bien porque la ley se lo ha otorgado o bien porque impone sus decisiones mediante el miedo o la fuerza. El líder tiene capacidad de influencia, que viene determinada por la autoridad moral que ejerce sobre los miembros de un grupo. El líder tiene capacidad de conducir, orientar, e incluso provocar cambios en el poder. A veces, los mejores líderes prefieren no ejercer el poder, para así influir mejor en los demás.

¿Tenemos buenos líderes en política? Se diría que tal como van las cosas en este país nuestro, no los hay. Al menos no hay buenos líderes respetados por todos, con capacidad de tender puentes, buscar consensos, acercar posiciones, evitar conflictos. Lo que tenemos son políticos ambiciosos que convencen a los ya convencidos y desagradan a los no convencidos de sus propuestas (por cierto, propuestas muchas veces irrealizables). Este tipo de liderazgo, suele terminar convirtiéndose en dictadura. Así la política se reduce a una búsqueda del poder, de todo el poder.

¿Tenemos buenos líderes en el campo religioso? Si miramos a la historia podemos encontrar personas respetadas por unos y otros con capacidad de influencia y arrastre. Los nombres de Mahatma Gandhi o de Martin Luther King son buenos ejemplos. Y en el espacio católico las y los fundadores de Ordenes y Congregaciones religiosas (Francisco, Teresa, Domingo, Ignacio) también han sido personas con capacidad de arrastre, que han seducido y enamorado a otros, sin necesidad de descalificar a nadie.

Un buen párroco o un buen Obispo deben tener capacidad de liderazgo o, al menos, saber rodearse de buenos colaboradores. ¿Es el caso hoy de la Iglesia española? No es fácil ser un buen líder. No todos tienen las capacidades requeridas. Pero, al menos, hay que pedir a los dirigentes religiosos honradez en su vida personal, justicia en sus decisiones, misericordia con los débiles, en suma, ser un buen ejemplo de vida evangélica o, al menos, no ser motivo de escándalo. No por hacer muchas cosas se es un buen líder. Quizás se es un buen organizador.

Hoy, en la Iglesia española, hay laicos preparados, inquietos, convencidos de su fe. Pero son pocos. Y eso influye, tanto o más que el tener buenos presbíteros, en la capacidad de influencia de la Iglesia. Necesitamos laicos formados y comprometidos, que sepan “decir” la fe en la cultura actual y en las circunstancias en que hoy nos toca vivir, y que sepan también decir una palabra adecuada e inteligente a sus pastores, siempre que sea necesario. Digo bien laicos formados, comprometidos, con una fe sólida, que no es lo mismo que laicos intransigentes, imbuidos de clericalismo, nostálgicos de un pasado que nunca volverá.

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7
Sep
2018
La fidelidad de Jesús y la nuestra
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Jesús, la más perfecta revelación de Dios, también es fiel, fiel a Dios y fiel a nosotros. En el Nuevo Testamento se habla de la fe de Jesús (Heb 12,2). A algunos, esta expresión, fe “de” Jesús, les parece inaceptable, porque parecería poner en cuestión la perfecta unidad de conocimiento de Jesús con Dios. Y, sin embargo, no hay que olvidar que Jesús vive una auténtica vida humana.

Los problemas que pudiera tener hablar de fe de Jesús quedan superados si entendemos esa fe en clave de fidelidad. Jesús es fiel a Dios, al que llama Padre, tiene en él una confianza incondicional, se pone en sus manos incluso en Getsemaní y en la cruz, convencido de que en esas manos está seguro, a pesar de las apariencias contrarias. Esta confianza de Jesús en el Padre es un reflejo en su vida de lo que el Padre mismo es: rico en misericordia y fidelidad.

Lo que Dios es, se refleja en la vida de Jesús, y debería reflejarse en la vida de todo cristiano. Los cristianos estamos llamados, ni más ni menos, que a imitar a Dios (Ef 5,1: sed imitadores ¡de Dios!). Y en el seguimiento de Cristo, estamos invitados a ser fieles. Fieles no en el sentido de cumplir una ley o unos compromisos, sino como expresión de nuestro amor, un amor universal, sin límites y sin discriminaciones. A ejemplo de Jesús estamos llamados a ser fieles a Dios y fieles a nuestros hermanos los seres humanos.

Fieles los unos a los otros. Entre Dios y el hombre la fidelidad puede ser recíproca, siempre que el hombre responda. En todo caso, Dios siempre mantiene su fidelidad. También entre los humanos la perfección de la fidelidad es la reciprocidad: yo me fío de ti, y tú te fías de mí. Pero del mismo modo que Dios mantiene su fidelidad incluso cuando nosotros somos infieles, también el cristiano debe mantener su fidelidad cuando no recibe en contrapartida fidelidad.

Un texto del Nuevo Testamento puede servir de recapitulación a todo lo dicho en este post y en el anterior: “Si nosotros somos infieles, Dios permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2,13). Si dejase de ser fiel, dejaría de ser Dios. Es imposible, por tanto, que Dios olvide o retire su amor y su fidelidad. Igualmente debería poder decirse de todo cristiano: esta persona es fiel a pesar de todo, con ella siempre puede uno estar seguro, seguro de que nunca buscará hacerme daño, aunque quizás yo no he sido con él lo suficientemente bueno y agradecido.

Todo esto puede parecer muy ideal y poco realista. Sin embargo, el cristiano está llamado a buscar la imposible, a romper fronteras, a ir más allá de lo habitual y lo ordinario, a no acomodarse a los usos de este mundo. Porque a quién tiene que acomodarse es a Dios: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).

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4
Sep
2018
Dios, modelo de fidelidad
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Jesuspastor

Cuando oímos hablar de fidelidad enseguida pensamos en las personas que cumplen sus compromisos o que mantienen el amor por largo tiempo. El término tiene muchas aplicaciones: fidelidad a una empresa, fidelidad a la pareja, fidelidad al rey o al superior. Y también fidelidad a Dios. En todos estos casos, el sujeto de la fidelidad es una persona humana. Cierto, también puede hablarse de un perro fiel, pero fundamentalmente la fidelidad es un atributo de las personas.

Y, sin embargo, el primero que es fiel, y el modelo de toda fidelidad, es Dios. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, a Dios se le atribuyen dos características estrechamente entrelazadas: misericordia y fidelidad. Dios es “rico en misericordia y fidelidad” (Ex 34,6; Sal 85,15; Rm 3,3). Rico, o sea, la misericordia y la fidelidad le desbordan por todas partes. Es fiel a su amor, a su misericordia, hasta el punto de que su fidelidad permanece siempre.

Fidelidad tiene que ver con fe. Uno suele ser fiel porque se fía de otro, aunque a veces uno es fiel no porque se fía de otro, sino porque mantiene su compromiso y su amor a pesar las infidelidades del otro. La madre es fiel a su hijo, mantiene su amor, a pesar de que en algunas ocasiones el hijo pueda portarse mal con ella. Ese es el caso de Dios que, a pesar de todas nuestras infidelidades, se mantiene fiel a su amor, y nos ama a pesar de todo. Nos ama porque él es así, el siempre fiel, un amante perdido. Si dejara de ser fiel, dejaría de ser Dios, dejaría de ser lo que es: Amor incondicional y definitivo. Como bien dice la segunda carta de Pablo a Timoteo: “si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”. Nótese la razón de porque permanece fiel: porque no puede negarse a sí mismo.

Entre los humanos no es fácil mantenerse fiel con aquellos que no son fieles. Pero es posible. En Dios no es solo una posibilidad. Es una realidad definitiva y siempre operante, porque él “es” fiel. No tiene fidelidad. “Es” fiel. La fidelidad no es una cualidad más junto a otras. Pertenece a la esencia de su ser. Dios se fía del hombre, confía en el hombre, espera siempre la vuelta del hombre. Con Dios siempre hay nuevas oportunidades.

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31
Ago
2018
Iglesia, lugar donde prosperan los malos
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iglesiasobremar

¿Y si la Iglesia fuera ese extraño y paradójico lugar dónde, gracias a los buenos, prosperan los malos? Insisto: gracias a los buenos. Porque la inmensa mayoría, la gran masa que sostiene el edificio, es buena. Si no, sería imposible que eso durase. Como es buena, no arma lío, no se pelea. A veces, además de buena, parece un poco cobarde, por eso prefiere no enfrentarse con los aprovechados y trepadores. En todas partes crece el trigo y la cizaña. En la Iglesia hay mucho más trigo que cizaña. Pero el trigo no hace ruido. De las obras buenas de tantas comunidades religiosas, de tantas instituciones, se habla poco. Eso sí, el día que en una de esas instituciones se comete un abuso, parece que toda la institución queda marcada. En realidad, la institución se convierte en víctima de una mala persona, que un día la institución acogió, dentro de ella hizo camino, se aprovechó de sus estructuras, medró y pasó lo que pasó.

No me extraña que el Papa Francisco haya visto la clave de muchos males eclesiásticos en el clericalismo. ¿Qué es el clericalismo? El ansia de poder, las ganas de trepar. Con más precisión: una mala manera de entender el poder en la Iglesia, abusando de la posición que uno ocupa. Una posición que debería ser de servicio, pero que se convierte en todo lo contrario. El poder es la peor de las tentaciones. Los que no pueden destacar en otra cosa, buscan cargos para sentirse superiores. Los que no tienen otra cosa que lucir, lucen símbolos religiosos, que siempre suelen impresionar a la gente sencilla. Debajo de esos símbolos, de esos vestidos, de esas palabras melosas llenas de piedad, que suelen apelar a la oración y al sacrificio como solución infalible de todos los males y de todas las necesidades, muchas veces no hay nada. O peor: hay apariencia engañosa.

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28
Ago
2018
Agustín, santo y sabio
2 comentarios

sanagustin

San Agustín es importante en la historia de la Iglesia y de la teología por sus reflexiones teológicas, bíblicas y catequéticas. Pero es tanto o más importante por su trayectoria vital. Agustín es un modelo de fe, un hombre de gran actualidad, precisamente por ser un buscador inquieto. Amante de la verdad (que todos buscan), crítico consigo mismo y con los demás, buscador apasionado de la felicidad (que todos desean), corazón inquieto (que no logra saciarse con ningún bien finito), hombre de gran finura psicológica.

En el itinerario de Agustín encontramos diferentes etapas (racionalismo, maniqueísmo, escepticismo), todas marcadas por la búsqueda de la verdad y de la felicidad. Si, en un principio, el Antiguo Testamento le decepcionó fue precisamente porque sus relatos le parecían incompatibles con la verdad. Fue san Ambrosio quién le hizo ver las Escrituras de modo diferente, al insistir en el sentido espiritual y moral del Antiguo Testamento. Así presentada, la Biblia ya no parecía un cuento o una quimera. Allí había destellos de verdad. Sólo un ejemplo: de pronto comprendió que las palabras “hiciste al hombre a tu imagen”, de ningún modo indicaban que Dios estuviera dotado de cuerpo humano.

San Agustín escribió una Regla, o sea, unas normas para organizar la vida de la comunidad en el monasterio de Tagaste, que él fundó. Esta Regla ha sido posteriormente asumida por otras Órdenes religiosas, nacidas en la Edad Media, como los dominicos, los mercedarios y, por supuesto, los agustinos. De ahí que, a veces, entre los dominicos, se hable de “nuestro Padre San Agustín”.

Humberto de Romans, uno de los sucesores de Santo Domingo, en el gobierno de la Orden, comentando la Regla de san Agustín, calificó a su autor de santo y sabio. Al respecto dijo algo interesante, a saber: de cara a la salvación, la santidad es más importante que la sabiduría; pero una santidad sin sabiduría puede hacer afirmaciones poco convenientes. La Regla de Agustín destila ambas cosas: santidad y sabiduría. Una de las cosas que Humberto valora en la Regla es que, más que centrarse en observancias, se centra en lo fundamental, a saber: el amor a Dios y al prójimo. Las normas y los preceptos, sin un espíritu que los anime y les dé sentido, terminan convirtiéndose en una pesada carga. Quizás este sea el problema de muchas religiosas y religiosos, y de los clérigos en general: no la falta de cánones, sino la falta de espíritu.

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26
Ago
2018
El Papa en Irlanda en circunstancias difíciles
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PapaIrlanda

Como no podía ser de otra manera, el Papa, en su visita a Irlanda, ha afrontado el difícil problema de los abusos con menores cometidos por responsables eclesiásticos. Ha condenado los hechos, ha prometido que se tomaran medidas para que no vuelvan a repetirse. El papel del Papa, y de la Iglesia en general, no es nada fácil en las actuales circunstancias. Francisco ha ido a Irlanda a clausurar un encuentro de familias cristianas. Ha dicho cosas hermosas sobre el amor humano y sobre el sacramento del matrimonio. El matrimonio es una vocación, ha dicho. Una vocación, o sea, una llamada de Dios, un don del Espíritu Santo. Pero su predicación sobre el matrimonio quizás haya sido dificultada u oscurecida por el recuerdo de hechos delictivos cometidos por algunos clérigos.

Hay una parábola de Jesús que puede ayudar a comprender la dificultad de anunciar hoy el Evangelio: salió un sembrador a sembrar, pero la semilla cayó en suelos en los que no le resultaba posible arraigar o crecer. ¿Qué hará el sembrador? ¿Seguir echando semilla? Tarea inútil. Para que la semilla dé fruto tendrá antes que preparar la tierra. Ese es un problema de siempre: el Evangelio no se acoge automáticamente, requiere disposiciones para ser acogido. El predicador, en muchas ocasiones, antes de ponerse a predicar, deberá trabajar para que se den disposiciones que permitan la acogida.

Los escándalos del clero han provocado que, parte de la tierra de acogida de la Palabra, no esté en buenas condiciones. Peor aún, hoy, los escándalos han estropeado, empeorado y envenenado tierras buenas. Por eso, el anuncio del Evangelio se hace más difícil, puesto que requiere un trabajo de preparación mayor que si la tierra no hubiera sido estropeada. Para colmo, los estropeadores han sido aquellos que debían prepararla. Cuando se corrompen los que deben ayudar, todo se complica más. Cuando se corrompen los servidores públicos (jueces, policía), la degradación alcanza límites insoportables.

Yo no creo que los tiempos actuales sean peores que los pasados. De hecho, estos escándalos de los que hoy hablamos ocurrieron, en su mayor parte, hace ya un cierto tiempo. Pero hoy, hay más información y menos miedo para denunciar. Hoy, el disimulo o la ocultación termina por empeorar las cosas cuando los hechos salen a la luz.

Nunca ha sido fácil anunciar el Evangelio. Hoy es más difícil si cabe, debido precisamente a que la “tierra” que debe acogerlo está peor preparada. La paradoja es que esta peor preparación tiene su causa en aquellos mismos que estaban encargados de prepararla.

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23
Ago
2018
Lo mío, ¿es mío o nuestro?
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emigrantes

En algunos países centro y sudamericanos empieza a haber problemas de violencia y de rechazo con los venezolanos y nicaragüenses que huyen de sus propios países, porque en ellos ya no es posible no sólo vivir con un mínimo de dignidad, sino incluso vivir sin más. Lo mismo ocurre en nuestros países europeos ante la llegada de inmigrantes desde África. Se diría que estas personas vienen no sólo a buscar un espacio en nuestro territorio, sino a quitarnos lo nuestro. Efectivamente, no es lo mismo recibir a cinco personas que a cinco mil. Cuando el número de personas que buscan acomodarse en nuestros entornos es pequeño, es relativamente fácil hacerles sitio. Cuando son muchas las personas que llegan, no sólo necesitan mucho sitio, sino que parece que hasta quieren quitarnos el nuestro e imponernos sus costumbres.

Para un cristiano los principios son claros: la tierra es de todos. La casa, la tierra que ocupo, no es mía, es “nuestra”. Y como es nuestra, tengo que compartirla. La cuestión está en el compartir. ¿Cómo compartir de modo que mi renuncia no me perjudique ni a mi, ni a “los míos”? Los “míos” entre comillas, porque los que llegan de fuera también son “míos”. Pero es normal que considere más “míos” a los que conozco desde siempre, a aquellos con los que he crecido. De ahí la necesidad de políticas imaginativas, generosas y valientes para dar una respuesta a tanta gente que busca sencillamente vivir, para que la acogida de esas personas no sólo sea un beneficio para ellas, sino también para los acogedores.

Hubo un tiempo en el que la emigración de españoles a América o a Francia, Suiza y Alemania, redundó en beneficio mutuo de esos países y de las personas que allí llegaban. Ya sé que los tiempos han cambiado. Pero el principio sigue siendo bueno: hay que encontrar el modo de que la acogida de inmigrantes sea buena para el acogido y para el acogedor. Por otra parte, hay que presionar a nuestros gobiernos, supuestamente democráticos, para que ayuden al desarrollo de los países más pobres y tomen medidas políticas en contra de esos regímenes que solo buscan perpetuarse a costa del bienestar de sus ciudadanos.

Hubo un tiempo en que Europa consideraba que el mundo era “suyo”. Y por eso, se dedicó a ocupar tierras no europeas. Ahora que los no europeos, no sé si por convicción, pero al menos por necesidad, consideran que el mundo es de todos, y por tanto Europa también es suya, esos europeos que antes consideraron que el mundo era suyo, ahora piensan que el mundo quizás sea de todos, pero Europa es sólo de los europeos.

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20
Ago
2018
¿El que no crea se condenará?
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arbolenmonte

“El que no crea se condenará”. Son palabras que el evangelista pone en boca de Jesús. Parecen muy claras. Están además en perfecta consonancia con otras afirmaciones del Nuevo Testamento: “sin fe es imposible agradar a Dios”. Pero me parece que no llegamos a captar su sentido más profundo si no nos preguntamos qué significa creer, tanto para el Nuevo Testamento como para la Tradición de la Iglesia.

Muchos entienden y reducen el tener fe a conocer y aceptar una serie de verdades sobre Dios. En realidad, la fe es un encuentro con el Dios que se nos revela en Jesucristo. Un encuentro que supone una acogida que transforma la existencia. Pero para que haya encuentro y acogida no es suficiente un mero “conocer” a la persona y, menos aún, conocer lo que sobre la persona dicen otros. Análogamente, para rechazar a alguien (y eso es la falta de fe) no basta con “no conocer”. El que “no conoce” no puede rechazar y, por tanto, no puede “no creer”. No creer supone haber conocido y acogido.

Esta comprensión más profunda de la fe nos permite decir que el “no creer” es más un asunto de creyentes que de no creyentes, o sea, para “no creer” hace falta haber conocido y haberse enterado. Los que no se han enterado, los que nunca han oído hablar de Jesucristo, los que sólo han oído hablar superficialmente de él, no pueden “rechazarle”, porque en realidad no saben lo que rechazan. Por eso digo que el “no creer” quizás sea más un asunto de los que están dentro que de los que están fuera. Así resultaría que la afirmación “el que no  crea se condenará” es más una advertencia para los de dentro que una condenación para los de fuera; más una llamada de atención para los que un día tuvieron oportunidad de conocer a Jesucristo y no tanto una maldición para los que todavía no le han conocido o no le han conocido suficientemente bien.

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16
Ago
2018
¿Qué pensaría mamá?
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galaxia

Confrontar a una persona con un ser querido o con intereses que le afectan muy de cerca, pudiera ser (en algunas ocasiones) un modo de salir de situaciones límite, de callejones sin salida. El pasado día 8, la prensa publicaba parte de la transcripción de los interrogatorios de la policía al joven de 19 años que había matado a tiros a 17 personas en un instituto de Parkland (Florida). Nikolas, así se llama el joven, sostenía que el diablo le dictaba lo que debía hacer. De este relato, me ha interesado el momento en el que su hermano menor entra en la celda, y le pregunta: “¿Qué crees que pensaría mamá?”. “Lloraría”, respondió Nikolas. La pregunta colocaba al joven en el ámbito de la propia responsabilidad, lejos de esas excusas incoherentes que transmiten la responsabilidad de nuestros actos a Dios o al diablo.

Hay preguntas que obligan a uno a enfrentarse consigo mismo. Pero hay que saber hacerlas. Me contaron que, a un famoso misionero dominico en tierras mayas, se le presentó una feligresa, buena cristiana, y tras decirle que estaba embarazada involuntariamente y de muy malos modos, añadió que estaba considerando la posibilidad de abortar. Tras un rato de conversación en la que la muchacha seguía dudando, el dominico le pidió que le acompañara. Fueron hasta la Iglesia parroquial, entraron en la capilla del Santísimo, rogó a la chica que se sentara, y le dijo, señalando al sagrario: “dígaselo a él”.

Hace bastantes años, a una pareja de buenos cristianos, les comunicó el médico que ella estaba embarazada de muy pocos días. Se alegraron mucho, porque se trataba de un embarazo deseado. La tristeza apareció cuando el médico añadió, con muy buenos motivos, que las posibilidades de que naciera una persona con serios problemas físicos y mentales, eran muy altas. El médico aconsejaba el aborto. La pareja, hecha un mar de dudas, vino a hablar conmigo. Yo escuchaba con respeto y me limité a decirles: “no hace falta que os diga lo que yo pienso; pensadlo vosotros bien”. Al cabo de quince días volvieron a verme. Habían decidido no abortar. Les pregunté el motivo: “después de la conversación que tuvimos contigo, hemos pensado que quizás nazca un niño desgraciado; pero también hemos pensado que, si abortamos, los desgraciados seremos nosotros”.

Confrontar, ayudar a pensar, no imponer, no forzar. Encontrar la palabra oportuna y, sobre todo, la pregunta oportuna, puede ayudar a las personas a tomar las decisiones correctas, sobre todo cuando hay buenos motivos para tomar lo que, desde fuera, sin ponerse en la piel del otro, uno considera incorrecto.

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