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Dic2014Año nuevo para vivir
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Dic
Los días que Dios nos regala son para vivir. ¡Para vivir bien! Vivir bien no es exactamente lo mismo que darse la buena vida. Vivir bien significa vivir con los demás. Más aún, vivir para los demás, lo que, paradójicamente, redunda en beneficio propio. Pues el que busca la felicidad de los demás, ese y sólo ese, trabaja para su propia felicidad. Para el creyente, además, vivir bien implica leer desde la fe y afrontar con esperanza las dificultades inevitables de la vida, así como descubrir la presencia de Dios en cada persona y en cada acontecimiento.
Ayer me contaron que una joven había sufrido un aborto “natural” no deseado, tras seis meses de embarazo. La muchacha y su pareja, más bien indiferentes en materia de religión, habían buscado, querido, deseado, anhelado tener este hijo. Cuando se dieron cuenta de que había problemas con el embarazo hicieron todo lo posible para que la criatura naciera, lo que les llevó a olvidarse de su indiferencia religiosa. Además de poner los medios humanos necesarios, se prometieron a sí mismos y prometieron a su familia que si la niña nacía, la bautizarían. Incluso pensaron en un sacerdote, amigo de la abuela, para que oficiara la ceremonia. Los últimos días de embarazo la madre los paso en un pequeño hospital comarcal. Cuando se produjo el aborto, las enfermeras, conociendo los deseos de los jóvenes padres, acudieron a consolarles y les hicieron este comentario: ¿cómo es posible que Dios permita que un niño deseado muera, cuando aquí, en este hospital, cada semana, vienen los servicios sociales a hacerse cargo de un mínimo de cinco niños recién nacidos, abandonados por sus padres?
Ante muchas de las grandes preguntas que empiezan por un “cómo es posible que Dios”, no se trata (al menos, de entrada) de ofrecer respuestas prefabricadas, sino de comprender, ayudar y solidarizarse. No es fácil, a veces, ver la presencia de Dios. Pero lo bueno que ha habido en los momentos complicados, termina volviendo, y algún día produce su efecto. Quizás, entonces, sea posible comprender que Dios estaba presente en los esfuerzos de esta pareja supuestamente indiferente (porque realmente no lo era tanto) para proteger la vida de su hija. También estaba presente en estas madres que, en vez de impedirlo, dejan nacer a sus hijos, aunque luego les abandonen porque no les pueden atender. Está también presente en aquellas familias que acogen a esos niños abandonados. Dios está presente donde aparece vida y donde protegemos la vida ajena.
Este nuevo año comienza o, peor, continúa con muchas tragedias, muertes en guerras absurdas, accidentes sin sentido, muchas personas desesperadas (también ayer me contaron el caso de una mujer de 40 años que se había suicidado). Se me ocurre que un buen propósito para este año sería sencillamente vivir, dejar vivir, ayudar a vivir. Vivir sin que las dificultades nos quiten la paz. Dejar vivir: no quitar la paz a los demás. Ayudar a vivir: ser instrumentos de paz.
Así titula Walter Kasper uno de los apartados de su libro “La Misericordia”, ese libro que el Papa Francisco elogió en una de sus primeras intervenciones públicas. Kasper se inspira en una antigua canción navideña alemana del siglo XVI, que traducida suena así: “Ha brotado una rosa… en mitad del frió invierno a media noche”. Una pequeña rosa en mitad del invierno, y además a media noche. Esta rosa, nacida en tan extrañas y difíciles circunstancias, recuerda el vaticinio del profeta Isaías (11,1): “saldrá un vástago del tronco de Jesé (= el padre del rey David), y un retoño de sus raíces brotará”. De un tronco truncado, en apariencia muerto e inútil, brotará de modo prodigioso un vástago.
Se ha escrito mucho sobre las cuatro letras hebreas que forman el nombre de Dios: YHWH. Hay algunos autores que dicen que el verbo que hay detrás de esta raíz no es el verbo “ser” (de ahí las traducciones por “soy el que soy” o “soy el que seré”), sino hasah, que significa amar apasionadamente. Es un tema interesante, aunque propio de expertos. En cualquier caso, el nombre de Yahvéh, que ningún judío piadoso se atrevía a pronunciar, pone de manifiesto la absoluta trascendencia divina. Pero, por otra parte, también muestra la solicitud de Dios por su pueblo: Dios es el que visita a su pueblo, el que ha visto sus sufrimientos y ha escuchado su clamor. Más aún, es el Dios que guía al pueblo y se hace presente en los diversos avatares de su historia, el Dios del camino. No es un Dios vinculado de un lugar, sino el Dios que se hace presente allí donde el pueblo camina.
Los textos catequéticos resumen así el dogma cristológico: en Cristo había una única persona divina y dos naturalezas, una humana y otra divina. Con esta fórmula, aunque utilice términos de la filosofía griega, se está diciendo que Jesús es al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre. El hombre Jesús es el Hijo de Dios. Las herejías cristológicas niegan, con mayor o menor insistencia, uno de los dos términos de la cuestión: la divinidad o la humanidad, aunque me parece a mi que a muchos creyentes de hoy les escandaliza más la negación de la divinidad que la de la humanidad. Por eso, cuando se insiste en que la humanidad de Cristo es tan importante como la divinidad, surge enseguida la pregunta por cómo comprender que en una sola persona pueda haber dos naturalezas, hasta el punto de que la naturaleza divina no sólo no anula la humana, sino que la potencia. Uno es tanto más humano cuanto más divino es.
Se diría que el problema de la mayoría de los cristianos es otro: ¿cómo es posible que si Jesús es de naturaleza divina pueda tener reacciones humanas, pueda sufrir y vivir la dureza de la condición humana? San Agustín, en su comentario a los salmos, nota la dificultad que tenemos los creyentes en atribuir a Jesús aquellas palabras de la Escritura que lo presentan “confesando su debilidad”; por eso “dudamos en referir a él estas palabras, tratamos de cambiar su sentido”.
La fiesta de la Inmaculada Concepción puede ser una buena ocasión para aclarar un malentendido que todavía se da entre muchos creyentes. Me refiero a la confusión extendida en la mentalidad común entre inmaculada concepción y virginidad de María. Supuestamente, María no tendría pecado por ser virgen. Esta confusión avala la falsa idea de que el pecado original consistiría en la relación sexual de Adán con Eva y fomenta una concepción negativa de la sexualidad en la vida cristiana. Convendría que los cristianos no difundiéramos estas ideas que luego sirven para ridiculizar la fe por parte de los enemigos de la fe.
Según la carta a los Hebreos ser forastero es consustancial al ser creyente. El más acabado modelo de fe, Abraham, es presentado como el que sale de su tierra, viviendo como extranjero, “peregrino y forastero sobre la tierra”, porque iba en busca de otra patria, de una “ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor era Dios” (Heb 11, 8.9.13.14.10). A la vista de un texto como este, se puede ver en el extranjero un sacramento, o sea, una señal de lo que uno como creyente debería ser. Y si el extranjero me recuerda lo que soy o debo ser, ¿cómo no alegrarme de su presencia?