Sep
Verbo gracioso
8 comentariosEs posible algunos lectores del blog leyeran, en la última de mis crónicas del pasado Capítulo General de los dominicos, que en el antiguo Misal dominicano se pedía para los predicadores “la gracia de la predicación y el verbo gracioso”. Verbo gracioso, o sea, el uso elegante de la palabra. Porque las formas también son importantes. Ocurre lo mismo con los lectores en la Eucaristía: el criterio es leer bien, del mismo modo que el criterio para dirigir los cantos de la Misa es cantar bien. Porque si no se lee bien, la gente no entiende y la Palabra de Dios se bloquea. Igualmente si el predicador aburre, la gente no atiende. Y la buena noticia se desperdicia, el mensaje se pierde.
Ahora bien, el uso elegante de la palabra no es suficiente. No por oír a un buen predicador la gente se convierte. Buen ejemplo es lo que, a muchos que predican con cierta decencia, les suele ocurrir: en celebraciones a las que acude bastante gente que no suele frecuentar la Iglesia, como bodas y funerales, alguno de estos no practicantes se acerca al predicador para decirle: “si todos hablasen como usted, o si todos fuesen como usted, yo acudiría más a la Iglesia”. Cuando alguna vez se han dirigido a mí con estas palabras, me he sentido halagado, pero no engañado: las personas que eso dicen buscan justificarse ante ellas mismas y quizás ante mí por no acudir a la Iglesia.
La fe necesita testigos. Nace de la predicación. El testigo tiene que ser coherente con lo que testimonia y el predicador tiene que ser elocuente. Sólo así resultaran creíbles. Pero la credibilidad sola no garantiza la conversión del oyente. Lo que el oyente recibe no está bajo el control del testigo ni del predicador. Si la buena predicación es el camino que toma la Palabra para hacerse oír, la respuesta es responsabilidad del receptor. De modo que, oyendo la misma predicación, unos creen y otros no. Eso no quita para nada la responsabilidad del predicador, pero deja claro que la respuesta no es cosa suya. Lo suyo es solo la buena predicación. Que no es poco. Pues con ella se sostiene la fe de los creyentes, se puede hacer pensar a los no creyentes que la escuchen y quizás, a estos no creyentes, se les convenza de la seriedad de lo predicado.