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Un yugo llevadero
5 comentariosEl yugo es un instrumento de madera que sirve para sujetar a un par de bueyes o de caballos. En Israel el yugo se utilizaba como metáfora. Su simbolismo podía designar algo negativo: el sometimiento a una fuerza que violenta nuestra voluntad (por ejemplo en Jr 28,12-14). Pero podía tener también una significación positiva: gracias al yugo, los bueyes caminan juntos y cumplen su misión sin desviarse. En este sentido los rabinos se referían a la ley como yugo, porque los que la cumplían caminaban según la voluntad de Dios. Según el Eclesiástico (51,26-17), el yugo de la ley procuraba instrucción y en su cumplimiento se encontraba el descanso.
Para los rabinos el yugo de la ley era una bendición. Sin embargo, Jesús entiende que sobrecargaba y fatigaba, en contraste con el suyo, que era suave (Mt 11,28-30). ¿Acaso porque la ley de Jesús es más fácil de cumplir? De ninguna manera. La ley siempre aparece como una imposición. Lo que ocurre es que con Jesús la ley deja de ser algo externo, para convertirse en un movimiento interior, que impulsa a obrar espontáneamente. Con Jesús, la ley se transforma en amor. Mejor aún: la ley queda sustituida por el amor. Cierto, el amor a Dios y al prójimo puede parecer externamente un “mandamiento”. En realidad, el amor como cumplimiento externo deja de ser amor. Y sólo es auténtico amor cuando es resultado de una transformación que produce una especie de segunda naturaleza. De modo que si se quiere utilizar el lenguaje del mandamiento, hay que decir que los mandamientos de Dios “no son pesados” (1 Jn 5,3). Y si se quiere decir que en el amor hay obediencia, hay que añadir que se trata de una obediencia libre, no forzada: es un “obedecer de corazón” (Rm 6,17). El amor evangélico no es producto de una obligación externa. Se le puede llamar ley, pero no en sentido jurídico, pues está por encima de toda ley. Es la esencia misma de la vida.
Un autor medieval, Elredo de Rieval, identifica el yugo del Señor con la caridad: “Este yugo no oprime, sino que une; esta carga no tiene peso, sino alas; este yugo es la caridad; esta carga es el amor fraterno”. Lo que en realidad es pesadísimo, dice Elredo, es “el yugo de la concupiscencia del mundo… No es áspero el yugo del Señor, sino el del mundo; y el peso del mundo es muy grande. El yugo del Señor es suave y la carga del Señor es ligera”. “No sufro por haber abrazado el yugo de Cristo, sino por no haber abandonado del todo el yugo de la codicia”.