Ene
Tragedia de Algeciras: ¿fanatismo o pérdida de razón?
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En Algeciras ha ocurrido una tragedia. En primer lugar, porque se ha asesinado a una persona y se ha intentado asesinar a otra. El asesinado, un buen sacristán de una de las parroquias de la ciudad. En segundo lugar, porque el autor de estos perversos hechos ha expresado públicamente, en el momento de cometerlos, su odio a una religión. Tragedia también porque esta expresión de odio ha apelado al nombre de Alá, nombre árabe para designar a Dios, al que el Corán califica de compasivo y misericordioso.
Seguramente el asesino (yo creo que no hace falta poner “supuesto”, porque es bien real y bien patente quién es el asesino) había perdido la cabeza, porque con una cabeza medianamente normal es imposible realizar actos tan inhumanos, tan irracionales, tan incomprensibles y tan absurdos. La cuestión es que, a veces, hay ideas que se nos meten de tal forma en la cabeza que la descomponen. ¿Es posible que todavía haya ideas religiosas que lleven a uno a perder la cabeza? Los dirigentes, los educadores, los líderes religiosos deberían insistir, sin cansarse, en que su religión es una religión de paz. Y repetir hasta el aburrimiento que un Dios que no mueve a la fraternidad sólo puede ser diabólico, cosa que ya decía el nuevo testamento: Satanás se disfraza de ángel de luz.
Es posible que el asesino se confundiera de persona y, en realidad, pretendiera asesinar al párroco. Gracias a Dios, tanto el párroco ileso, como el otro sacerdote al que sí agredió el asesino, han dicho palabras llenas de sensatez; también el obispo secretario de la Conferencia Episcopal ha dejado claro que no se puede culpabilizar a una religión del desvarío de uno de sus miembros. Los representantes y líderes islámicos, tanto de Algeciras, Andalucía y el resto de España, han condenado los hechos sin paliativo alguno. Sin duda, estas declaraciones ayudan a situar los hechos, a no crear mayor tensión racial, étnica o religiosa, y a calmar los ánimos de la población.
Pero hechos como este deberían mover a los líderes de las distintas religiones a dialogar más, a hacer declaraciones conjuntas en favor del entendimiento, a hacer gestos de simpatía y acercamiento mutuo. No hay nada más apasionante que la religión. Pero esta pasión no puede traducirse en fanatismo o en pérdida de razón. Una pasión convertida en intolerancia y desprecio, no sólo es perversa; es diabólica y potencialmente asesina. Las religiones y las personas religiosas, puestos a ser exigentes, deben serlo consigo mismas. Con los demás, comprensión, tolerancia, respeto.