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Tiempo de reír, tiempo de danzar
5 comentariosDice el libro del Eclesiastés que “todo tiene su momento y cada cosa su tiempo: su tiempo el llorar y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar”. Lo malo es que parece que los momentos de llorar y lamentarse son mucho más abundantes y fuertes que los momentos de reír y danzar.
Pero bien pensado, la vida del cristiano debería estar llena de momentos de risa, de danza y de alegría. Porque el Evangelio es una noticia buena, alegre y alentadora. A veces se encuentra uno con catequesis y predicaciones muy serias y aburridas, en las que abundan las advertencias y las amenazas. Este tipo de predicación no resulta coherente con el anuncio de una noticia alegre y alentadora. Cuando María recibe un “evangelio” de parte de Dios, lo primero que escucha es una exhortación a la alegría: “Alégrate, María”, prepara tu espíritu para que esté en consonancia con lo que vas a recibir. Por su parte, san Pablo aconseja a los colosenses que cuando tengan que dar explicaciones de su fe ante personas que la cuestionan, no se pongan serios y malhumorados, sino que su “conversación sea siempre amena y sazonada con sal” (Col 4,6). Vamos, que una nota de humor y hasta de fina ironía puede ayudar para que el Evangelio sea bien recibido.
De Jesús nos ha llegado una seria advertencia contra algo bien contrario al humor, a saber, el miedo. Los discípulos con Jesús están atravesando el lago. Y se levanta una fuerte tempestad. Jesús duerme. Los discípulos se atreven a despertarle: “¿No te importa que perezcamos?” (Mc 4,38). El mar embravecido es signo de las fuerzas del mal. ¿Cómo Jesús en medio del mal puede conservar la calma? Los discípulos se irritan, como nos irritamos nosotros cuando en medio del peligro vemos a alguien sonreír y bromear. Jesús quiere hacernos comprender que solo la confianza puede vencer al miedo y a la timidez. La confianza no parece compatible con la agitación. Por eso, un poco de humor puede ayudar a recobrar la calma.
El humor es signo de buena salud. También de buena espiritualidad. Reírse de uno mismo, hacer broma con las cosas que uno más quiere, no es necesariamente signo de menosprecio; puede ser signo de cariño. Tomarse las verdades de la fe de forma trágica, o mostrarse irritado con alguna broma a costa de la Iglesia, puede ser más un signo de inseguridad que de convencimiento. Para hacer ciertas bromas se necesita tener mucha confianza.