Jun
Sobre credibilidades
3 comentariosEn el interior de la Iglesia hay grupos de creyentes que no consideran creíbles a otros grupos. Incluso no consideran creíbles determinadas actuaciones de sus propios prelados. Como no es fácil que los otros cambien, este no considerar a otros creíbles sólo se supera elevando el propio nivel cultural y la propia madurez en la fe. Pues para el cristiano, la credibilidad brota de la persona, la palabra y la obra de Jesús y no de la respuesta que unos u otros damos a Jesucristo. En este sentido Tomás de Aquino dejó dicho, a propósito del escándalo dentro de la Iglesia, que las personas maduras en la fe “se encuentran firmemente afianzadas en Dios, cuya bondad es inmutable, y aunque están unidas a sus superiores eclesiásticos, lo están solamente en la medida en que éstos lo están con Cristo”. Así el escándalo queda superado, pues “por más que vean que los otros se comportan desordenadamente, ellas no declinan de su rectitud” (Suma, II-II,43,5).
Con los alejados, la credibilidad depende de la imagen que damos los creyentes. De ahí la importancia de que los discursos más oficiales y las actuaciones de los cristianos más representativos dejen claro el compromiso de la Iglesia con los pobres y oprimidos, por mucho que esto indisponga a los poderosos. Ahí nos jugamos la credibilidad de la Iglesia. Sin duda también es verdad que la imagen de la Iglesia depende de quién mira. Pero a la postre el problema de la credibilidad siempre repercute en los creyentes.
Parece oportuna esta distinción entre credibilidad para creyentes, que se fijan fundamentalmente en Jesucristo, y credibilidad para no cristianos, que se fijan en los cristianos. Los pecados de la Iglesia o su mala imagen (incluida la que pueden dar sus propios medios de comunicación) no produce el mismo efecto en unos que en otros. A los creyentes les apena, pero pueden superar el escándalo mirando a Jesucristo. A los no cristianos les ofrece nuevos motivos de crítica y de alejamiento, ya que su mirada no se fija en Jesús, sino en la visibilidad de su cuerpo terrestre, que es la Iglesia.