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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

8
Jul
2024

Sentido y límites del rostro

2 comentarios
floresrostro

Solemos decir que la cara es el espejo del alma. El libro del Eclesiástico lo dice de forma más expresiva: “el corazón del hombre hace cambiar su rostro, sea para el bien, sea para el mal. Un rostro alegre revela un buen corazón” (13,25-26). El rostro es el espejo del cora­zón. En el rostro del hombre se leen sus mejores y sus peores sentimientos, el dolor y la ­alegría, la bondad y la severidad.

No es menos cierto que el ser humano tiene la tremenda posibilidad de aparentar. Y las apariencias engañan. El rostro de una persona puede decir lo contrario de lo que el corazón piensa y quiere. Cuando se trata de las relaciones del ser humano con Dios, la apariencia no tiene nin­guna posibilidad de engañar a Dios, pero sí la tiene cuando se trata de las relaciones de una persona con otra persona, pues “el hombre ve las apariencias, pero Yahvé ve el corazón” (1 Sam 16,7).

Pero incluso cuando el ser humano no pretende engañar vive de algún modo la tragedia de tener que aparentar. ¿Quién no ha sentido la pena de no ser comprendido, precisamente cuando más necesitaba comprensión? Y, ¿por qué no soy comprendido? Porque hay una distancia entre lo que expreso y lo que siento y vivo. Mi rostro es limitado, demasiado pequeño para expresar la grandeza de mi corazón. No encuentro las palabras adecuadas para poder decir como quisiera mis sentimientos.

El rostro perfecto, el rostro ideal, sería aquel que pudiera expresar sin ninguna doblez, sin ninguna limitación, la verdad de los sentimientos. Un rostro que sacase al exterior todo lo que uno lleva dentro, luminoso como el sol, resplandeciente de verdad. Un rostro así, además de ser de carne, sería un “rostro espiritual”. No parece que esto sea posible en este mundo. San Pablo dice que, los que viven con Dios para siempre en el cielo, tienen un “cuerpo espiritual”, o sea, un cuerpo invadido por el Espíritu Santo. Y Jesús, hablando de los elegidos dice: “los justos brillarán como el sol en el Reino del Padre”. La metáfora del sol sugiere las cualidades de un cuerpo y de un rostro invadidos por el Espíritu: transparencia en las relaciones, limpieza en los comportamientos, ninguna doblez ni mentira en las actitudes. Y si bien un rostro así parece reservado para el mundo futuro, en la medida en que vamos asemejándonos a Cristo, podemos anticiparlo en este mundo, y en la medida en que lo anticipamos, nuestro rostro es un reflejo del rostro de Dios que en Cristo brilló de modo insuperable.

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juan garcia
8 de julio de 2024 a las 19:47

Una prueva de que "el rostro es el espejo del alma" la experimentamos los pacientes de Parkinson. No hace falta que lo descubra el neurólogo: mirándonos a la cara cualquiera descubre la anormalidad del rostro. La falta de expresión se revela a si mismo. No obstante,la aceptación de la voluntad divina sobre el destino personal tiene efectos positivos, que no disfrutamos si nos deprimimos. La eucaristía de cada mañana me ayuda a llevar con paciencia la destrucción de mis facultades
que van desapareciendo día a día. Esperemos que la ciencia descubra una droga como lo hizo con el Alzaime y pueda parar la degradación de las cualidades físicas y espirituales.

Alexis G. de León
8 de julio de 2024 a las 21:59

Hermoso texto Martín. Me ha llenado mucho este comentario sobre todo la frase: «Mi rostro es limitado, demasiado pequeño para expresar la grandeza de mi corazón». Es cierto, la grandeza del corazón es lo que expresa lo más auténtico y descubre todo el misterio de la persona concreta. Saludos.

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