Oct
Segundo misterio de gozo: visitación de María a Isabel
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A comienzos de este mes del octubre, mes del Rosario, comenté el cuarto misterio de gloria. Ahora, al finalizar este mes del Rosario, me gustaría comentar el segundo misterio de gozo: la visitación de Virgen, recién embarazada de Jesús, a su prima santa Isabel, una mujer estéril y de edad avanzada, que está encinta de Juan Bautista.
Dios saca vida de donde parece imposible que surja vida, de una virgen y de una estéril. Seguramente María, cuando llegó a casa de Isabel tendría unos diez días de embarazo, pues el evangelista Lucas índica que, inmediatamente después del anuncio del ángel, María se fue con prontitud a una región montañosa, a una ciudad de Judá, a casa de Isabel, ciudad que hoy se identifica con Ain Karim, a 6 kilómetros al oeste de Jerusalén. Por tanto, a tres o cuatro días de viaje desde Nazaret.
Lo interesante de esta visita es que allí se produce el encuentro de cuatro personas, dos madres y dos hijos. El cuerpo de María no tendría aún señales visibles de embarazo. Y, sin embargo, Isabel la llama “Madre de mi Señor”. No solo madre, sino madre “de mi Señor”, y añade estas palabras que forman parte del “Ave María”: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”. Isabel, inspirada sin duda por el Espíritu Santo, reconoce que María llevaba en su vientre a Dios. Isabel estaría embarazada de unos seis meses y, sorprendentemente, el niño que lleva en su seno, escuchó la respuesta de María, el cántico del Magnificat, y exultó de gozo en el seno de Isabel. Parece ser que el sentido del oído ya está desarrollado en el sexto mes de la gestación. Juan el Bautista también escucha que María es la “madre de su Señor”, y, aún no nacido, da testimonio de Jesús, aún no nacido, y se apresura a anunciarlo como “su Señor”.
Sin duda, María ayudaría a Isabel en los últimos meses de su embarazo. Ella, que fue calificada por Isabel de “feliz por haber creído”, nos muestra que la fe y el servicio a los hermanos van siempre unidos. La mujer de fe es también la mujer del éxodo, la que sale de sí misma para servir a quién la necesita. María no fue a casa de Isabel como reina y señora, sino como la mujer humilde que busca servir a quién la necesita, a pesar de los peligros que comportaba un viaje a pie como el que ella tuvo que hacer.