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Primaveras cortas e inviernos largos
2 comentariosEl tiempo agradable siempre resulta corto; por el contrario, los tiempos duros parecen largos. Se trata de una impresión subjetiva, porque las horas del reloj son todas iguales. Pero uno no las vive de la misma manera, con la misma intensidad o con el mismo aburrimiento, según cuál sea su estado de ánimo: hay tiempos que se hacen muy largos y otros que pasan muy de prisa.
La vida está hecha de altibajos, de luces y sombras, de días buenos y días malos. Eso que ocurre a nivel personal ocurre también a nivel social y eclesial. Hace unos años se hablaba de invierno eclesial. Ahora algunos hablan de primavera eclesial. Esa primavera recuerda otra ocurrida hace ya cincuenta años, con el pontificado de Juan XXIII.
La impresión de vivir en invierno o en primavera tiene que ver, en ocasiones, con dos elementos: el tipo de gobierno y el modo como uno se siente con ese gobierno. Ya lo dice el refranero popular: cada quién habla de la feria como le va en ella. Las personas expresan las mismas cosas de diferente manera. En este expresarse tiene mucho que ver lo que uno esperaba de tal gobierno, las decepciones, desilusiones y desencantos que genera en algunos; o a la inversa: las expectativas que otros han visto realizadas.
Ahora bien, no podemos vivir pendientes sólo de las circunstancias externas en las que nos encontramos y, a veces, con las que nos toca lidiar. No podemos culpar al entorno de nuestro malestar. Lo que hay que hacer es aprender a situarse inteligentemente en entornos hostiles, aprender a “torear” y no plantarle cara al toro. Por otra parte, tenemos que aprender a depender de nosotros mismos para las cuestiones fundamentales de la vida, de modo que el entorno nos condicione lo menos posible.
Dice el libro de los Salmos: “mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes”. No conozco un solo jefe que no termine decepcionando, a diferencia de los buenos hermanos, con los que siempre es posible entenderse. Santa Teresa lo decía así: “quién a Dios tiene, nada le falta”. Cuando tenemos a Dios y nos refugiamos en él, lo demás puede en algún momento ocupar nuestra atención, pero no ocupar nuestra vida. Y mucho menos estropearnos la vida.
Hacer el bien sólo depende de mi. Y al hacer el bien, me hago bien. Y cuando vienen mal dadas, pensar que “no pasa nada, porque todo pasa”.