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Pentecostés: el milagro de la audición
3 comentariosSegún el libro de los Hechos de los Apóstoles, el día de Pentecostés se encontraban en Jerusalén gentes “venidas de todas las naciones que hay bajo el cielo” que, “estupefactos y admirados”, comprobaron que los apóstoles “proclamaban las maravillas de Dios” y que cada uno “les oía en su propia lengua nativa”. Desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta el día de hoy, los autores cristianos han interpretado este relato como un anuncio de la extensión universal del Evangelio que, por medio de la Iglesia, llegará a todos los pueblos de la tierra. El milagro de la audición subraya que la comunidad mesiánica se extenderá a todos los pueblos.
Ahora bien, si en un primer momento, como dice Gerardo Sánchez, “el milagro de la audición está más en los oídos de los oyentes que en los labios de los apóstoles”, en los momentos posteriores, para que a los oídos de los oyentes pudiera llegar el evangelio, fue necesario que los labios de los mensajeros lo proclamasen de modo acomodado a cada uno de los oyentes. Hoy el milagro está en que los que debemos dar testimonio de Jesucristo y de su Evangelio sepamos adaptarnos y acomodarnos a la mentalidad, experiencia, nivel de conciencia y necesidades de los destinatarios. Pues como dijo el Concilio Vaticano II la adaptación es la ley de toda evangelización, “porque así en todos los pueblos se hace posible expresar el mensaje cristiano de modo apropiado a cada uno de ellos” (Gaudium et Spes, 44).
Desde los inicios de la Iglesia toda la predicación está marcada por esta necesidad de adaptación. Y esto en un doble nivel: adaptación al nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios. El evangelio, por una parte, va al encuentro de los más profundos deseos del ser humano y, por otra parte, puede expresarse en todas las culturas y, en principio, resultar coherente con la visión del mundo que ellas ofrecen. Cierto, en ocasiones, el evangelio resulta una instancia crítica de la cultura, pero para poder corregir la cultura o reorientarla es necesario conocerla bien, para no equivocarnos a la hora de reorientarla, o para no criticar elementos buenos que tomamos por malos porque no los conocemos bien.