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Palabra humana y divina
2 comentariosAprovechando que el Sínodo está reunido para tratar de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, resulta oportuno recordar la dimensión humana de la Palabra de Dios escrita, o sea, de los escritos reunidos en la Biblia que leemos en nuestras celebraciones litúrgicas. Cuando decimos “palabra de Dios” solemos pensar en la Sagrada Escritura, aunque ciertamente cabría hacer algunas matizaciones: en primer lugar, la Palabra de Dios en sentido pleno es Jesucristo; y luego hay más palabra de Dios de la recogida en la Escritura. Dios habla de muchas maneras y en muchos lugares: en los pobres, en los libros sagrados de las religiones, en la conciencia personal, por poner algunos ejemplos.
Pero hoy me gustaría notar algo importante para evitar fundamentalismos y entender la necesidad que tiene la Escritura de ser interpretada y actualizada. Un ejemplo puede ayudar a comprender lo que quiero decir. Cuando leemos el texto bíblico en la liturgia, el lector comienza por decir: lectura del profeta Isaías, o del apóstol Pablo, o del evangelista Marcos. O sea: vamos a leer un texto escrito por Isaías, por Pablo, por Marcos. Por un autor humano, con unas limitaciones y posibilidades, distintas a las de otros autores humanos, con un estilo, facultades y talento propio. Al terminar la lectura, el lector dice: “Palabra de Dios”. Es importante decirlo bien, porque algunos, no sé si con un poco de ingenuidad, dicen: “esto es Palabra de Dios”. No, “esto es” materialmente palabra de un autor humano. Por tanto lo que hay que decir es: “palabra de Dios”, que significa: en esta asamblea, para los corazones bien dispuestos, a través de la palabra de Isaías, de Pablo o de Marcos, ha resonado la palabra de Dios en lenguaje humano. Porque Dios se sirve de autores humanos para decir su palabra. Por eso, su palabra se expresa en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, del mismo modo que la Palabra del eterno Padre, o sea, Jesucristo, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres. ¡Maravillosa pedagogía divina!