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Ovejas sin pastor
9 comentariosYa he dicho que en Cuba hay libertad de culto. En la guía telefónica se encuentra la lista de Parroquias católicas y una lista igual o mayor de templos evangélicos. Como en muchos otros sitios de Latinoamérica, son abundantes las capillas e iglesias protestantes. Las relaciones ecuménicas son buenas. En La Habana aún hay personas que recuerdan un famoso coloquio, moderado por el Obispo auxiliar de la diócesis, en el que intervinieron un pastor bautista, un rabino judío, un dirigente musulmán y, por parte católica, el P. Juan Bosch. El coloquio, organizado por el Centro Fray Bartolomé de las Casas, desbordó todas las previsiones y hubo que habilitar la Iglesia de San Juan de Letrán para dar cabida al mucho público que asistió.
Pero además de buen ambiente ecuménico, la Iglesia católica tiene un problema: la falta de ministros. En todos los pueblos hay una o varias capillas evangélicas. Y en los pueblos medianos (de cinco mil habitantes) hay culto protestante diario. Mientras, la Iglesia católica es atendida por sacerdotes que tienen a su cargo varios pueblos, deben desplazarse muchos kilómetros y sólo pueden atender a los fieles unas horas a la semana. Esto hace que mucha gente de buena fe vaya poco a poco adhiriéndose a las comunidades evangélicas. Porque en ellas encuentran lo que no se les ofrece en la Iglesia católica.
La solución, a mi entender, dadas las actuales circunstancias eclesiales, pasaría por formar y ordenar diáconos o encargar a mujeres (religiosas o no) formadas, que ejerciesen, en los pueblos sin presbítero, un verdadero ministerio, abriendo diariamente la Iglesia y celebrando liturgias de la Palabra, con predicación, oración e incluso con su momento eucarístico. Diáconos o mujeres de esos pueblos y para esos pueblos. Porque diáconos hay, pero la mayoría se encuentran en La Habana, haciendo tareas administrativas eclesiales. Este es un ejemplo concreto de cómo la Iglesia debe plantearse seriamente responder al “derecho”, insisto, al derecho que tienen los fieles a la celebración de la Eucaristía. Un derecho que pasa por delante de leyes o costumbres.
No discuto la legitimidad de que cada gran confesión pueda estar presente en todos los lugares. Lo que digo es que cuando uno se ausenta, otros ocupan un espacio que, quizás, si estuviera presente, no ocuparían. No se trata, pues, de apartar a nadie para que yo tenga más espacio. Se trata de que todos podamos convivir. Pero sólo hay convivencia si estamos todos.