May
Ocupar una tierra que ya está ocupada
2 comentarios
El libro del Deuteronomio comienza narrando que el ejército de Israel venció a una serie de reyes y ocupó sus tierras. Luego, el autor del libro pone en boca de Yahvé estas palabras dirigidas a Israel: “Id a tomar posesión de la tierra que Yahvé juró dar a vuestros padres”. Una tierra ya ocupada por los cananeos, los amorreos y los hititas. Yahvé manda a Israel que ocupe una tierra que ya está habitada. El Dios de Israel es un Dios conquistador, que manda desalojar una tierra para que la ocupe su pueblo. Es algo extraño. Pero quizás la extrañeza desaparece si tenemos en cuenta que el pueblo de Israel leía todos los acontecimientos a la luz de su fe. Según la fe de Israel, Dios intervenía en la historia, conducía los acontecimientos, guiaba el destino de los hombres y de los pueblos. Por eso, Israel leía lo que hoy llamaríamos “signos de los tiempos” como un lugar donde se expresaba la voluntad de Yahvé.
Los desplazamientos son tan antiguos como la historia de los humanos. El hombre siempre ha sido un peregrino, conquistador de tierras nuevas, buscador de nuevos espacios. Eso tiene sentido a la luz de la misma fe bíblica, puesto que Yahvé ha entregado toda la tierra a todos los seres humanos. Por tanto, allí donde hay un humano, allí está su casa. El problema de las emigraciones, de los desplazamientos de poblaciones, aparece cuando alguien pretende que un espacio de tierra es sólo suyo. Y se niega a compartirlo. Si otro quiere ocuparlo aparece necesariamente el conflicto.
Hay dos modos de ocupar la tierra que otro ya ocupa. De forma violenta, utilizando la fuerza; o de forma pacífica, buscando colaborar, sumar fuerzas, para que esta suma de fuerzas haga la tierra más fructífera, más humana y, en definitiva, más fraterna. Ese es el gran reto que hoy se presenta ante nosotros con el fenómeno de la emigración y con los desplazamientos de poblaciones debidas a la guerra, a la pobreza o a los gobiernos dictatoriales que subyugan a sus pueblos. La tierra es de todos. Pero esta posesión debe realizarse de forma pacífica. A la luz del evangelio de Cristo, que vino a reconciliar a todos los pueblos entre sí, porque todos somos hijos del mismo Padre y, por tanto, todos somos hermanos, los cristianos deberíamos poner todos los medios pacíficos para que hubiera pan, casa y tierra para todos.
Cierto, la ocupación de la tierra por parte del que antes no la ocupaba plantea problemas políticos, sociales y económicos, que corresponde resolver a los gobiernos. Pero hay dos modos de resolver esos problemas: desde el rechazo, poniendo vallas que matan; o desde el diálogo, la colaboración y el compartir. Diálogo y colaboración que también debe incidir en la búsqueda de mejores condiciones de vida en las poblaciones originarias de los desplazados; y en la búsqueda de paz allí donde hay guerra.
La búsqueda de paz pasa por no vender armas a ninguna facción contendiente ni a los gobiernos que las utilizan en contra de la población. O mejor, en no vender armas a nadie. Mejor aún, en no fabricarlas. Y en su lugar, regar tierras sedientas para que produzcan pan.