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No todo lo religioso es bueno
7 comentariosAlgunas de las muchas cuestiones que aparecen en la encíclica de Benedicto XVI, todas relacionadas con el desarrollo sostenible y la economía al servicio del ser humano, son representativas de su pensamiento. Por ejemplo, la mutua crítica que debe ejercer la religión sobre la razón y la razón sobre la religión. Y razón quiere decir todos los medios que hoy la ciencia y las técnicas de análisis ponen a nuestro alcance.
Uno de los fundamentos de una economía solidaria es la dimensión relacional de las personas y pueblos, porque todos formamos parte de la única familia humana. El cristianismo subraya esta dependencia, la responsabilidad de unos sobre otros, debido a la común paternidad divina. El Papa nota que no todas las religiones, ni todas las culturas, presuponen una concepción de lo humano en la que la relacionalidad sea un elemento esencial. Hay formas culturales y religiosas que no llevan al hombre a la comunión, que alejan a las personas unas de otras. En este sentido no todas las religiones, ni todas las maneras de vivir lo religioso, contribuyen al desarrollo de la persona. De ahí la necesidad de un adecuado discernimiento. Dicho discernimiento deberá basarse en el criterio de la caridad y de la verdad; caridad y verdad que conducen a la unidad y solidaridad de todos los seres humanos. De modo que el criterio para evaluar las culturas y las religiones es todo el hombre y todos los hombres.
Aparece así, desde otra perspectiva, la cuestión de la relación entre fe y razón. La una necesita de la otra. La razón sola no consigue fundar la hermandad. Más aún, puede deslizarse hacia el egoísmo cuando se pone al servicio de una economía en la que solo importa el máximo rendimiento y la cuenta de resultados. Pero la fe sola corre el riesgo de alejarse de los verdaderos problemas, de la vida concreta de las personas. La razón necesita ser purificada por la fe para no creerse omnipotente. ¿A dónde nos llevaría una razón política o económica sin control, solo buscando perpetuarse a sí misma? A su vez la religión tiene necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. ¿A dónde nos llevaría una fe que, en nombre de Dios, se olvidase del ser humano; una fe en unos supuestos derechos de Dios fuera de todo control racional? ¿A dónde conducen los fundamentalismos, los itinerarios religiosos que encierran a las personas en sí mismas, las búsquedas religiosas que solo sirven para gratificar expectativas psicológicas? El criterio de la auténtica religiosidad no son las proclamaciones o las concentraciones de masas, sino el comportamiento con el necesitado.