Jun
No es lo mismo ser cristiano que no serlo
7 comentariosUn comentario de Ugarte al post titulado “todos estamos en la lista de Dios” me provoca a aclarar que, si bien todos somos hijos e hijas de Dios; más aún, que Dios quiere de verdad que todos y todas se salven; todavía más, que Dios ama a todas y todos por igual, con todo su inmenso amor; digo bien a todas por igual, incluida la Virgen María, que es la provocación adecuada para que se entienda que ama a todos por igual; aún más, que Dios se hace presente por medio de su Espíritu en todo ser humano y que al final de la vida el examen para todos será sobre el amor. Dicho lo anterior surge la pregunta: entonces, ¿da lo mismo ser cristiano que no serlo, conocer al Dios de Jesucristo que no conocerlo, ser miembro de la Iglesia que no serlo? Respuesta clara y sin ambigüedad: no da lo mismo. Porque no vive con la misma alegría ni de la misma manera el niño que sabe que su padre le ama que el que no lo sabe, aunque su padre le ame quizás igual o más. Y el que Dios ame a todos por igual no significa que todos respondan a su amor del mismo modo; y en la intensidad de la respuesta hay también mayor alegría.
Cuando sabemos que en el pobre nos encontramos con Dios, esta toma de conciencia no añade, por así decirlo, “más encuentro”. Pero sí añade calidad de vida. Saber que somos hijos de Dios, sabernos amados, es una gracia nueva con relación a la gracia de encontrarle sin conocerle. En la toma de conciencia hay un aumento de gracia. Por tanto, la ganancia del “ser cristiano” no hay que plantearla en términos de salvación, o de ser más o menos amado, sino en términos de calidad de vida. Al final de la historia, muchos se encontrarán o nos encontraremos con una gran sorpresa: “tuve hambre y me distéis de comer”. Pero en todo caso, la recompensa será la misma para los sorprendidos (los que no sabían a quien daban de comer), como para los que de algún modo sí lo sabían. Mientras tanto no es lo mismo saber que Dios nos ama y a quien damos de comer, que no saberlo. Saberlo hace que la vida presente cobre una nueva dimensión, una dimensión salvífica.