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Naturaleza y creación
5 comentariosEl mundo puede entenderse como naturaleza: se trata del conjunto de todas las cosas existentes, objeto de estudio de las ciencias. También el hombre puede entenderse como naturaleza: un mamífero bimano, con capacidad de reproducción, dotado de inteligencia y lenguaje articulado, con un cuerpo compuesto de billones de células, que se mueve por medio de los músculos. Pero el mundo puede entenderse como creación y el ser humano como criatura: universo creado por Dios y persona que depende de Dios y se encuentra a sí mismo, en el mundo, como dado, y con el mundo como don. Entendernos nosotros mismos y el mundo en el que vivimos como don, como regalo, implica necesariamente algún tipo de relación agradecida con el dador.
En el contexto de estas reflexiones que estoy ofreciendo sobre la “ley natural” hay que reconocer que las consecuencias prácticas que se derivan de ella pueden ser distintas en el creyente (que entiende el mundo como creación) y en el no creyente (que entiende el mundo como naturaleza). Para el no creyente, la naturaleza siempre está ahí, como lo que siempre fue y siempre será. La naturaleza es un “ello”. No tiene sentido decir que la naturaleza quiere esto o aquello. De ahí se deduce fácilmente que el hombre, con su libertad, determina la identidad y los límites de “lo natural”. La libertad controla lo natural y lo supedita a sus antojos.
Ahora bien, a la luz de la fe, el mundo no es sólo naturaleza, sino obra de un Creador. No es simplemente algo que uno se encuentra, sino algo que uno se encuentra porque alguien ha querido que así fuese. Y lo ha querido “así” no porque no ha tenido más remedio o porque las cosas hayan escapado de su control, sino por una voluntad libre que se identifica con el amor. Las cosas tienen una razón de ser y una razón de amor. A partir de ahí resulta posible comprender que la libertad está calificada por una voluntad fundamental anterior al mismo hombre. Y resulta también posible leer la naturaleza como un libro en el que se manifiesta la voluntad de Dios no sólo en lo referente a la ecología, sino también a la vida, la sexualidad, el matrimonio, las relaciones sociales, en una palabra, en todo lo concerniente al desarrollo humano integral.