16
Feb
2007Feb
Mirar al que traspasaron
4 comentariosAcabo de leer el mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2007. Se titula: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37). El Papa vuelve sobre una de las cosas que más sorprendieron en su encíclica, la presencia en Dios de dos formas fundamentales del amor: el agapé y el eros. Comprendo que este vocabulario sorprendiera a los que no están muy al tanto de la historia de la teología. Pero más allá de la sorpresa la cuestión de fondo detrás de este lenguaje es: ¿acaso el amor de Dios, y en consecuencia el cristiano, es un amor frío, en el que los sentimientos, la sensibilidad, la pasión o el deseo están ausentes?
Mirando a Cristo, a ese “que traspasaron”, se descubre “el eros de Dios por nosotros”, un amor que impulsa a Dios a salir de sí mismo para ir al encuentro del ser humano, un amor apasionado comparable al de un amante por su amada. Un amor que se diría que no puede estar sin el amado y por eso lo busca, lo necesita. “En la Cruz, dice el Papa, Dios mismo mendiga el amor de su criatura: Él tiene sed de cada uno de nosotros”. En la cruz se descubre también el agapé de Dios, un amor oblativo y gratuito que sólo busca el bien del ser humano, el amor del que no necesita de nada ni de nadie, porque lo tiene todo, pero cuya bondad le mueve a compartir lo que es y tiene con quien no se lo merece. El de Dios es un amor “en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad”.
El Papa invita a vivir la cuaresma difundiendo el amor que el Dios revelado en Jesús nos ofrece. De este modo, dice, contemplar “al que traspasaron nos llevará a abrir el corazón a los demás reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano; nos llevará particularmente, a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona y a aliviar los dramas de la soledad y del abandono de muchas personas”. Con un amor que es eros y agapé, afectivo y efectivo, sensible y desinteresado, apasionado y gratuito, corporal y espiritual.
Mirando a Cristo, a ese “que traspasaron”, se descubre “el eros de Dios por nosotros”, un amor que impulsa a Dios a salir de sí mismo para ir al encuentro del ser humano, un amor apasionado comparable al de un amante por su amada. Un amor que se diría que no puede estar sin el amado y por eso lo busca, lo necesita. “En la Cruz, dice el Papa, Dios mismo mendiga el amor de su criatura: Él tiene sed de cada uno de nosotros”. En la cruz se descubre también el agapé de Dios, un amor oblativo y gratuito que sólo busca el bien del ser humano, el amor del que no necesita de nada ni de nadie, porque lo tiene todo, pero cuya bondad le mueve a compartir lo que es y tiene con quien no se lo merece. El de Dios es un amor “en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad”.
El Papa invita a vivir la cuaresma difundiendo el amor que el Dios revelado en Jesús nos ofrece. De este modo, dice, contemplar “al que traspasaron nos llevará a abrir el corazón a los demás reconociendo las heridas infligidas a la dignidad del ser humano; nos llevará particularmente, a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona y a aliviar los dramas de la soledad y del abandono de muchas personas”. Con un amor que es eros y agapé, afectivo y efectivo, sensible y desinteresado, apasionado y gratuito, corporal y espiritual.