Nov
Masoquismo cristiano
9 comentariosPodemos todavía encontrar justificaciones del sufrimiento irrespetuosas para con Dios y para con el hombre. Una manera de hacer aparentemente aceptable el sufrimiento consiste en recibirlo como un gesto de atención benévola por parte de Dios. Basten a este respeto estas palabras de Teresa de Calcuta: “cierto día dije a una persona que padecía cáncer que era un beso de Jesús. Señal de estar tan cerca de él en la cruz que puede besarte. La persona me miró y me dijo: ¡dígale a Jesús que deje de besarme!”.
Otro enfoque consiste en interpretar el sufrimiento como un sacrificio expiatorio con valor redentor; el cristiano que sufre participa en el misterio de la cruz, aporta su contribución a la redención del mundo: “completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne” (Col 1,24). Una tercera posición sería considerar el sufrimiento como una ofrenda agradable a Dios. ¿Cuántas veces no hemos oído decir que hay que ofrecer los sufrimientos y penalidades a Dios? Estas posiciones tienen un peligro: entender el sufrimiento como un a priori deseable. El cristiano puede encontrar un sentido al sufrimiento, pero lo que no puede hacer es pregonarlo como algo bueno que hay que buscar y desear. La bondad del sufrimiento viene siempre a posteriori. No hay que buscarlo ni desearlo, pero si llega puede tener sentido y resultar humanizador.
Cristo, “por los padecimientos aprendió la obediencia; y se convirtió en causa de salvación eterna” (Heb 5,8-9). Lo que posee valor no es el sufrimiento, sino la obediencia. Lo que motiva a Cristo no es el sufrimiento, que él no deseó a priori; pero al afrontarlo hace de éste, a posteriori, ocasión de su obediencia al Padre y de amor a sus hermanos. Dígase lo mismo del sufrimiento como ofrenda a Dios. Cristo no ofreció sus sufrimientos al Padre, le ofreció aquello en lo que se convertía en sus sufrimientos, a saber, una persona que llegaba hasta el extremo del amor. En ambos casos la secuencia es: sufrimiento de Cristo (y del cristiano) – (resultado de) obediencia al Padre, amor a los hermanos, libre don de sí – (que trae como consecuencia) fuerza salvífica, ofrenda grata a Dios. Es la obediencia y el amor lo que dan sentido al sufrimiento; la cruz no tiene valor por sí misma; lo que la hace significativa es el amor con que Jesús la abraza; y por este amor resulta salvífica. Es la obediencia al Padre y el amor a sus hermanos lo que revelan el sentido de la vida de Jesús y le otorgan toda su fuerza.